Cuento | El bucle, por Servando Clemens

Era una noche cualquiera de diciembre, en un lugar cuyo nombre no interesa mencionar, porque podría ser tu propia ciudad. El caso es que, en esa ocasión, un adolescente fumaba mariguana en el estacionamiento de una farmacia. En ese momento, por pura casualidad pasó una patrulla de la policía municipal y el oficial al notar dicha estampa detuvo la unidad, posteriormente descendió aluzando con la linterna al muchacho y dijo:

—Buenas noches, jovencito.

—¿Qué ocurre?

—¿Qué está fumando?

—Es mota —respondió el muchacho con los ojos entrecerrados—. ¿No le da el olor?

—¿Te burlas de mí? —preguntó el policía al tiempo que sujetaba al chico del brazo.

—Para nada, mi estimado. Tan solo respondo a su pregunta.

La gente se reunió en el sitio haciendo una bola alrededor. Algunos de ellos empezaron a cuchichear.

—Vayamos a dar un paseo —dijo el policía—. A ver si se te quita lo valiente. Súbete a la unidad y no hagas panchos.

—Encantado —respondió el joven sin inmutarse—. Aquí hay mucho curioso.

El oficial llevó a dar un recorrido al muchacho por las periferias de la ciudad, a unas de las zonas más peligrosas de la urbe. Cerca de ellos, se escuchó el tronido ensordecedor de un fusil de asalto. En una esquina, se vendía droga al mismo tiempo que se prostituían a menores de edad en la esquina opuesta. Por una de las calles pudieron vislumbrar como unos encapuchados levantaban a un anciano a punta de cachazos.

—¿Tienes miedo? —preguntó el policía, fumando el pitillo de mariguana del joven.

—Sinceramente no. Ya estoy acostumbrado a este tipo de situaciones.

—Te noto despreocupado, ¿cómo te llamas?

El joven pronunció su nombre completo casi deletreándolo y dijo:

—¿Mi apellido no le suena familiar?

El policía dudó y después preguntó:

—¿A qué te dedicas?

—Voy en el primer semestre de Derecho. Algún día pienso cambiar a este jodido país, iniciando por mi familia, aunque me cueste la vida.

—¿Tienes dinero?

—Sí —dijo el muchacho—, pero en el banco.

—Entonces podemos ir a un cajero automático. —El hombre estacionó el vehículo en un baldío oscuro, lanzó el cigarrillo por la ventana y dijo—: No es nada personal, pero por tres mil pesos te dejaré ir a tu casa sin problemas, a parte me caíste bien porque no eres de esos chamacos llorones.

—Suena tentador. —El muchacho sonrió irónicamente y después añadió—: Pero no estoy dispuesto a darle un solo centavo.

—Debo reconocer que tienes cojones para hablar así. —El policía arrancó la unidad y se dirigió al centro ignorando las palabras de su interlocutor.

—Los tengo bien puestos —afirmó el muchacho—. Pero si usted insiste, pues vayamos al cajero y le daré el dinero, pero cada quien sabe lo que hace y de igual manera se debe atener a sus consecuencias.

—No te preocupes, muchachito. —El policía quedó atónito de la tranquilidad de su acompañante. Lo miró de reojo con incredulidad y le preguntó—: ¿Qué te traes? ¿Andas bien mariguano, cabrón?

—Solamente estoy reflexionando.

—¿Se puede saber sobre qué? —preguntó el oficial al detener la patrulla en el aparcamiento de un banco.

—Usted me pescó fumando mota, lo reconozco, después me privó de mi libertad, luego me llevó a dar un paseo a las afueras de la ciudad e intentó asustarme. Acaba de perder su valioso tiempo y el de la ciudadanía, y al final trata de robar mi dinero… maldita sea. —El muchacho escupió el espejo retrovisor y agregó alzando la voz—: Todo este pinche embrollo por un pendejo cualquiera fumando mota, sin embargo, usted al escuchar detonaciones de armas, al ver como torturaban a un sujeto y lo secuestraban, o peor aún, al conocer sobre la venta de drogas y observar cómo prostituyen a menores de edad, usted no mueve ni un dedo… eso no lo puedo entender.

—No nos hagamos pendejos —gritó el policía—, eso siempre ha existido, todo viene desde el gobierno, el asunto ya está arreglado con la mafia, las elecciones ya están pactadas también. Entérate de algo mocoso: un simple policía municipal no puede intervenir, si lo hago, al otro día amanezco decapitado. La historia siempre se va a repetir lo queramos o no. Estamos atrapados en un bucle infinito, como en las películas.

—Le comprendo. —El joven sonrió, extrajo la billetera de su chaqueta y la arrojó a la entrepierna del policía.

El oficial rió satisfecho, sacó una tarjeta de débito y dijo:

—Dame la contraseña.

El joven dijo la contraseña y le recordó:

—Cada quien se hace responsable de sus actos, no pierda la cabeza por una estupidez.

El policía se dirigió al cajero e introdujo la tarjeta a la máquina. De pronto, el nombre y apellido del joven le recordó algo. Después sacó una credencial de la cartera y observó el nombre completo y la fotografía con detenimiento. Entonces, se enteró de algo terrible. ¿Cómo le pudo haber pasado algo tan tonto? El oficial de policía se había metido con la persona equivocada. Regresó a la patrulla temblando de miedo, pidió perdón al muchacho, le regresó la billetera y el dinero.

—Entonces… ¿tu papá es el patrón?

—Sí, mi estimado —respondió—. Lamentablemente, pero quita esa cara y deja de temblar. —El joven empezó a reír estrepitosamente mientras guardaba el dinero y la tarjeta en su billetera.

—Perdone, joven. Todo fue un error… no volverá a ocurrir, se lo juro por mis hijos.

—Ya deja de humillarte, ¿Qué pasó con el sujeto prepotente de hace cinco minutos?

El hombre agachó la mirada y balbuceó:

—No le diga nada a su padre, por favor.

—Ya no es divertido. —Tomó otro cigarrillo de mariguana de su oreja y preguntó—: ¿Tienes lumbre?

—Por supuesto, joven. Permítame, yo se lo enciendo.

—Déjame en la farmacia donde me recogiste.

El policía llegó a la farmacia, bajó de la patrulla con las piernas temblorosas y con la vista clavada al suelo le abrió la puerta a su acompañante para que bajara.

—Vaya a trabajar —murmuró el joven—, tiene que reunir una cuota y llevársela a su jefe, ¿no?

—Disculpe el error, no volverá a pasar. Si puedo compensarlo con algo solo dígalo.

—No hay error ni nada que compensar. Estamos atascados en un laberinto donde desgraciadamente no podemos salir ni usted ni yo. Usted lo afirmó hace rato, ¿no era así? ¿Un bucle o espiral?

El policía se retiró con incertidumbre, el muchacho siguió parado en la botica fumando mientras los sucesos de la vida cotidiana seguían marchando de igual forma, a pesar de los años. No había cambio. A lo lejos se escuchaba el retumbar de las balas y los gritos sordos de las victimas sin nombre.

 


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Servando Clemens. Nació un día 9 de febrero de 1981 en México. Estudió la cerrera de administración de empresas. En sus ratos libres lee cuentos y novelas. Sus géneros favoritos son el fantástico y policíaco. Ha escrito varios cuentos breves.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Heisenberg P. dice:

    El cuento es malísimo. La acción no está bien definida y no cumple con las reglas canónicas o básicas del género. El constante tono moralista y el registro inverosímil del lenguaje lo hacen mucho peor. La propia acción también es inverosímil, ¿No sé supone que en las patrullas siempre hay dos policías? ¿El “patrón” es un símbolo, una persona concreta o un referente vago sin sentido?

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    1. servando810209 dice:

      Buena citrica

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