Ensayo sobre La Putería (o de mi propia feminidad), por Sor Filotea de la Cruz

[Imagen: Muerte de la virgen, de Caravaggio]

 

No recuerdo el momento en el que descubrí lo que era una prostituta y todo aquello relacionado a la prostitución. Me pregunto cómo habré llegado a este hallazgo y quién habrá sido la persona que tuvo el valor de explicármelo. Recuerdo que la palabra “puta” ya era empleada por algunos de mis compañeros del jardín de niños, por lo que el concepto ya figuraba en mi mundo infantil. Quizá la habré enunciado en algún momento de enojo en contra de alguna figura de autoridad femenina: la maestra, mi madre. Entonces la palabra encontraba un reducido significado en su intención, que era molestar y ofender. Recuerdo también que, más adelante, cuando cursaba la primaria, existía un cubículo en el baño de niñas en el que había una lista donde figuraban los nombres de todas las que eran “putas”. Los gravaban rayando la pintura con el apoyo puntiagudo de un compás. A veces, solo por curiosidad, ingresaba ahí para ver si había alguna novedad. Mi nombre nunca estaba ahí y yo no sabía si sentirme bien o mal al respecto. Un día, simplemente decidí grabarlo y esperar a ver la reacción de mis compañeras. Sin embargo, mi plan no salió conforme a lo esperado, pues únicamente escribí mi nombre de pila y la comunidad femenina pensó que hacía referencia a otra niña que se llamaba igual que yo. En ese entonces “las putas” eran las que jugaban con los niños o las que habían tenido algún novio, y yo no pertenecía a ningún grupo. Era una niña tímida, ligeramente gorda, usaba braquets y lentes, y gustaba de peinar mi cabello largo en una trenza que dejaba caer siempre sobre mi hombro derecho, lo cual no era considerado como algo muy cool. Por lo tanto, “las putas” eran lo contrario a mí, eran las niñas lindas y extrovertidas que con su presencia herían el ego de las demás. En esta etapa de mi vida la palabra ocultaba la envidia y el deseo frustrado de ser distinta. Durante la secundaria y la preparatoria, con el desarrollo de la sexualidad, el concepto adquirió dimensiones más profundas e hirientes. Generalmente, que una chica fuera señalada como tal era indicio de que había decidido iniciar su vida sexual (por lo regular, con algún imbécil que no sabía guardar silencio). Muchas veces no era cierto, solo eran rumores malintencionados, pero era suficiente para que los chicos más patanes y calientes se mantuvieran cerca con la mera intención de conseguir sexo.

He pensado en estas cosas en los últimos días porque recientemente la prostitución se ha convertido en un espectáculo de mi vida cotidiana. Casualmente me mudé a una zona roja y conseguí un empleo que está situado en otra que según me han dicho cuenta con una tradición: “desde los tiempos de Porfirio”.  Ahora, todos los días soy testigo de lo que yo llamo la “putería literal”, es decir, la laboral, aquella que se basa en la transacción de sexo por dinero, una cosa totalmente pragmática. Ya no se trata de la cuestión moral, casi maniquea, que indicaba la separación entre formas de conducta femenina correctas e incorrectas, o buenas y malas. Mis referencias se encuentran en un nuevo horizonte de significados por mi propia exposición, mucho más cercana, al fenómeno.

Diariamente camino frente a ellas, las veo, las escucho. Muchas ni siquiera son mujeres realmente. En más de una ocasión me ha tocado presenciar negociaciones, así es como sé que las putas-de-donde-vivo cobran más caro que las putas-de-donde-trabajo; estas cobran apenas 200 pesos la hora, con todo y cuarto incluido. Me impresiona la cantidad de condones usados que encuentro diariamente en las banquetas y jardineras. ¿Será que algunos ni siquiera pagan una habitación y deciden hacerlo cual Diógenes, en plena calle?

El otro día salí a pasear a mi perro, un cocker spaniel muy lindo y bonachón. Al doblar la esquina pasamos frente a una de las chicas. Para mi sorpresa, esta empezó a decir en un tono infantil: “chiquito, bonito, mi vida”. Volteé para asegurarme de que en efecto le hablaba a mi perro y al confirmarlo no pude evitar una leve risa. Ese simple gesto fue suficiente para percibir con gran fuerza su humanidad, su sensibilidad. Para mí, fue como si por un segundo esa mujer hubiera bajado la guardia y salido de su papel de gárgola viviente. Este ha sido el contacto más cercano que he tenido con alguna y eso me hace pensar en cuanta distancia hay entre ellas y yo a pesar de la cercanía. En ocasiones esto me resulta muy incomodo, por ejemplo: siempre, por la mañana, encuentro a la misma mujer en la esquina de mi lugar de trabajo. Es una mujer madura, gorda y con el cabello teñido de rubio. De alguna manera siento que ya forma parte del lugar, al igual que el personal de limpieza, de seguridad o el resto de mis compañeros; sin embargo, no he tenido el valor para de dirigirle una mirada, una sonrisa o un cordial buenos días.  Varias veces lo he deseado, pero no me he atrevido a hacerlo. Me da miedo. Qué tal que se molesta o malinterpreta mi gesto. Esto me pone triste. Ni siquiera me atrevo a mirarlas directamente, les lanzo miradas furtivas y discretas. He sentido lástima por algunas, especialmente por aquellas que son muy jóvenes, casi niñas; o aquellas que son muy viejas; lo mismo por esas cuyo rostro y cuerpo han quedado desfigurados por tratamientos estéticos de mala calidad. Pienso en Caravaggio, el pintor que quiso representar la realidad en toda su crudeza y miseria. Casualmente, Caravaggio también pintó putas y homosexuales, y lo hizo de la manera más descarada y escandalosa posible para su época. Por ejemplo, para el cuadro de la Muerte de la Virgen, utilizó como modelo para el cuerpo de María nada más y nada menos que el cadáver de una prostituta suicida que se había ahogado en las aguas del río Tíber. La leyenda dice que lo peor del caso era que los religiosos que encargaron la obra reconocieron a la mujer, supuestamente una prostituta famosa en la ciudad de Roma, y en parte por eso rechazaron la obra. Digo en parte porque también existen otras cuestiones que tienen que ver con el estilo personalísimo de Caravaggio y su obsesión por lo “real”, algo que puede apreciarse en el hecho de que representara en el cadáver la Virgen los signos atroces de la muerte: la cara hinchada, la piel purpurea. ¿Cómo iba a ser eso posible? La Virgen es mujer sin mácula desde la cuna a la tumba y, por la misma razón, ¿cómo se le ocurrió a Caravaggio que la Virgen podría ser representada por una puta?  Pero bueno, no faltó quien decidiera comprar la obra; como dice mi madre: siempre hay un roto para un descocido. Y hoy se encuentra expuesta en las paredes del Louvre. Creo que el arte en el intento de imitar la vida la supera, la remide; y a la luz de la historia el gesto de Caravaggio no pierde la esencia de su irreverencia, pero sí subraya algo que quizá no era valorado en su tiempo: con su obra, Caravaggio inició un movimiento naturalista que dio visibilidad a la población común y su miseria. No más reyes y dioses perfectos. Me gustaría, por medio de estas palabras, poder hacer lo mismo lo mismo por esas mujeres, humanizarlas.

Antes las veía, sí, sabía de su existencia, pero no como ahora; antes eran apenas un detalle en el paisaje, igual que un árbol o un edificio, que veía en el tramo que va de metro Viaducto a San Antonio, y después desaparecían. En ocasiones, incluso jugaba a adivinar cuántas encontraría cierta mañana: hoy serán seis, hoy cuatro. Hoy son omnipresentes. Incluso estando en casa, por las noches, escucho cantar a un travesti. Le gustan las canciones de Juan Gabriel y Alejandro Fernández. A veces desafina de una forma tremenda y me hace reír.

Hace poco, leí una frase de Fernando Savater que decía: “Estar en el mundo es estar entre humanos, vivir —para lo bueno y para lo menos bueno,  para lo malo también— en sociedad”. Creo que ahí se sintetiza el sentimiento de reconocimiento y empatía que he experimentado por ellas, las mujeres que han pasado a formar parte de mi mundo en los últimos días. Soy consciente de que hay un mundo más allá de lo que percibo a simple vista: una cultura, formas y prácticas poco amables, situaciones y contextos violentos. Vaya uno a saber la historia o el drama detrás de cada, y las condiciones de vida que las llevaron a ejercer su oficio. Quizás algunas lo hagan por necesidad, otras por gusto. El arte cinematográfico ofrece los ejemplos más emblemáticos al respecto, y de la vida en general. En las películas encontramos dos tipos de personajes: los que se ven dominados por el orden de los acontecimientos, tal como Nana en Vivre sa vie de Jean-Luc Godard; y los que encausan la dirección de la historia con sus actos, como Séverine en Belle de jour de Luis Buñuel. Ambas mujeres ingresan al mundo de la prostitución; una por precariedad económica, otra por explorar su sexualidad; ambas encuentran en la prostitución una manera de saciar sus necesidades, ya sean monetarias o sexuales. El cine y la literatura abren un camino al terreno inabarcable, por su profundidad y extensión, de las decisiones propias, dominado por la particularidad individual. Cada uno ha de enfrentarse a su vida y ha de formar los criterios propios para hacerlo. Lo anterior llevado nuevamente al plano femenino representa una encrucijada personal. Ahora que lo escribo me resulta evidente que me encuentro en un momento de redefinición de mí misma, de lo que creo y quiero para mí, y quizá esta es la razón por la que he me vuelto más sensible a las mujeres que forman parte de mi vida. Veo ejemplos y fuentes de aprendizaje en todos lados. No sé exactamente qué es lo que he de aprender de las mujeres que veo diariamente en las calles, quizá solamente a ser sensible y valorar lo que tengo. No estoy segura. Lo que es cierto formarán parte de este proceso de redefinición propia y de reflexión sobre lo femenino.

Sor Filotea de la Cruz

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