Cuento | Para Valentina, por Victor González Astudillo

[Imagen: foto a Judith y Holofernes de Goya, por J. Laurent.]

Más o menos, desde la época en que Alejandro se interesó por la literatura, el sueño se le ha hecho siempre lejano y esquivo. A los 16 años se aprecian en su rostro ojeras larguísimas, muy parecidas a las pesadas bolsas que traía encima cuando acompañaba a su madre en la feria. Fue por ese entonces que, conversando con un vendedor de libros, conoció a John Ashbery y a Cesare Pavese, lo que no hizo más que acentuar su patológico insomnio. De aquel tiempo recuerda con cariño ciertos periodos de claustro, donde salía de su habitación solo para comer y orinar de vez en cuando. Alejandro defecaba muy poco, lo que le terminó trayendo graves problemas estomacales. Debido a esto, se ausentó por mucho tiempo de clases, incluso tiempo después de haberse recuperado. Su aversión por los espacios públicos y la ansiedad por intimar con las personas fue lo que llamó la atención de Valentina.

La primera vez que se conocieron fue en una iglesia presbiteriana, un día domingo por la tarde. Hacía mucho calor y Alejandro traía pantalones cortos con una camisa. Durante el culto pasó la mayor parte fuera del templo, yendo y saliendo del baño, siempre con el pelo mojado y la boca seca. Cuando ya estaba decidido por regresar, un amigo lo interrumpió camino a la puerta para quedarse conversando. Le habló de lo aburrida y confusa que se hacía la voz del obispo cuando esta rebotaba en las paredes de la iglesia, pero la verdad era que a Alejandro le gustaba escuchar, a pesar de que se considerara un no creyente o al menos un escéptico; la palabra ateo siempre le causó rechazo. Piensa en decírselo, pero considera que, de hacerlo, se iniciaría una charla incómoda, así que decide preguntarle sobre que chicas de la iglesia le gustan. Su amigo le cuenta que le gusta mucho una chica morena de pelo largo que siempre se sienta en las primeras filas. Suele usar vestidos blancos y sandalias de color madera. Alejandro cree haberla visto, pero en realidad no está seguro. En su cabeza, le parece de mal gusto que alguien decida casualmente vestirse de blanco. Se lo dice y su amigo le contesta que no sabe nada, que si lo piensa así es porque probablemente sea gay. Alejandro le queda mirando y siente unas ganas tremendas de golpearle la cara. Al final decide entrar al templo, pero cuando lo hace el culto ya ha terminado. Sus padres le hablan para marcharse y Alejandro no encuentra nada malo en ello. Antes de irse, cree ver por el rabillo del ojo a una mujer delgada, casi transparente que le observa desde la otra punta del salón. La primera impresión, recuerda, fue la de haber visto a una novia triste, arrepentida quizá de contraer matrimonio o de abandonar tempranamente parte de su vida. De este modo relata la historia para Valentina, durante una cita en un puesto de comida rápida; han pasado casi dos años. Valentina le dice que también lo recuerda, que le había quedado mirando por su cabello, un montón de pelo enmarañado que se amontonaba verticalmente, además de sus pantalones cortos que lo hacían ver terriblemente flaco. Alejandro piensa que se lo dice por el comentario de la ropa blanca, ya que Valentina aún usa algunas prendas pálidas, pero al final ríe y luego parten a sus casas.

Durante las primeras semanas Alejandro cree estar profundamente enamorado. Recuerda con exactitud los gestos, las manos haciendo revoltijos con los papeles, la obsesión de colocarse el cabello por detrás de las orejas. Piensa qué de algún modo, aquella visión confusa a los 16 años le hizo ver algo oculto y singular en Valentina, similar al efecto óptico que tienen las aves al pasar volando; una masa de colores que no son más que los atributos del plumaje de modo fragmentado. Por varios días, Alejandro se dedica a caminar por las cercanías de su barrio, donde descubre parques y plazoletas que hasta aquel entonces desconocía. En una de ellas traduce A mood of quiet beauty y lo regala torpemente. Al momento de leerlo, le dice a Valentina que lo ha escrito pensando en ella, lo cual vuelve a repetir con el pasar del tiempo, muchas veces con Ashbery, otras con O’Hara, Carlos Williams, Macleish y en una ocasión con Pavese, pero este último a Valentina le desagrada; opina que es descaradamente misógino. Alejandro está de acuerdo, pero en su momento no le prestó mayor importancia. De todos modos, las cosas ya estaban hechas. Valentina se enteró que los poemas eran traducciones de contrabando.

Semanas después los dos realizan una visita al cine. Alejandro recuerda haber visto una película de Wells, aunque es probable que la dirección hubiera estado a cargo de otro. Realmente se dedicó a ver muy pocas escenas, ya que estaba sobrecogido por una ansiedad que lo tenía sudando helado, lo cual, por más que buscó razones, no logró terminar de entender. Al salir, Alejandro acompaña a Valentina hasta su casa. Por una o talvez dos horas, la pareja se abraza sin decir palabra alguna, besándose intermitentemente en diferentes partes de la cara, solamente con la excepción de los labios. Finalmente, Valentina decide entrar a su casa. Al marcharse, Alejandro toma su celular y lo avienta contra una pared. Cuando llega donde sus padres, cuenta que le han robado su teléfono. Ya en la madrugada, todas sus redes sociales se encuentran cerradas. El tiempo pasa a velocidad de vértigo.

Es navidad y Alejandro se encuentra cenando con familiares de otra ciudad. En ese momento aprovecha de comentar que quiere marcharse a vivir con ellos. Estos le contestan que sí, no hay problema y que puede llegar a mitades de febrero, pero este se marcha un mes antes y termina dedicándose a recolectar frutas durante las vacaciones. La nueva ciudad donde vive le parece pequeña, demasiado calurosa y con ciertos aires de abandono, pero de todos modos se siente a gusto. Conoce a un par de vecinos y trata de conversar con ellos en repetidas ocasiones, pero todos los encuentros le resultan insípidos, incluso llega a pensar que existe un rechazo sistemático en contra suya. Entre las experiencias más desagradables, se encuentra la de un libro que terminó prestando a un supuesto vecino del pasaje. Días después, durante la última temporada de trabajo, Alejandro pasa caminando por el parque donde suele sentarse a leer. En este lugar existe un árbol donde los perros duermen antes de la noche. Aquí es donde encuentra su libro hecho pedazos Se acerca a recogerlo, pero los animales que creía dormidos lo alejan mostrándole los dientes. Harto del trabajo, del calor que no da tregua, Alejandro le da una fuerte patada a uno de los perros. Este apenas queda malherido, por lo que le regresa el ataque junto con toda la jauría. Algunos vecinos, transeúntes, oyen el alboroto y lo socorren. Alejandro queda con heridas profundas en sus piernas y algunas otras en brazos y manos. Tiempo después decide utilizar la historia para un relato durante un concurso, pero el escrito no alcanza mayor atractivo y queda olvidado.

Durante el primer semestre de la universidad, Alejandro conoce a muchas personas, logra tener largas conversaciones, con otros se emborracha tantas veces como es posible y con más de alguno comparte cama, pero hay quienes considera mucho más importantes: aquellos con los que compartió secretos, anécdotas de las que no se conoce el propósito de tenerlas guardadas en la memoria. Con uno de estos últimos es con quien decide formar pareja. La relación es sensible, frágil y tremendamente dañina. Por alguna razón, Alejandro lo golpea cada cierto tiempo, generalmente con sus manos, muy pocas veces con objetos. Al contrario, su pareja lo golpea con varas, utensilios de mesa y algunas piedras preciosas que suelen adornar las casas. Aun así, tienen sexo al menos dos veces al día, casi con desesperación. Las cosas continúan del mismo modo durante algunas semanas o quizá algunas menos, o talvez solo fueron días largos o noches donde dormir era imposible. Cuando Alejandro se mira al espejo, se encuentra con su yo de los 16 años, las mismas ojeras de aquel entonces, los mismos poemas que conoce de memoria. En la última noche Alejandro está borracho y le comenta a su novio sobre los poemas, que le gustaba traducir poetas norteamericanos y mentía diciendo que eran suyos, pero cuando prefirió traducir a un italiano todo se fue a la mierda. Por alguna razón, su pareja lo encuentra tremendamente gracioso. Alejandro se enfurece y lo golpea como nunca antes, pero al rato se siente débil, mareado y con un líquido caliente cayéndole desde la cabeza. Le habían dado con un cenicero en la frente. Confundido, aún tendido en el suelo, escucha una voz entre los sollozos: ándate de mi casa fleto culiao, no te atrevay a volver nunca. Alejandro toma sus pocos libros, algunas ropas y se coloca un montón de papeles donde le brota la sangre. Pasa por una posta donde le colocan siete puntos, lo cual entiende como un presagio estúpido; durante la mañana se había recordado a sí mismo en la iglesia, escuchando al obispo hablar de lo perfecto que era nuestro Dios Todopoderoso.

En los próximos meses Alejandro deambula por varios arriendos que lo dejan en la pobreza. Cuando comienza el segundo semestre decide salirse de la universidad y pagar el alquiler vendiendo ropa usada en una feria que le queda a cuadras de su departamento. En este lugar también conoce personas, pero Alejandro les pasa por encima con frialdad, aunque la mayoría de las veces lo hace sin darse cuenta. De modo paralelo regresa a la traducción, pero ahora siente vocación por los poetas italianos, entre ellos Ungaretti, Umberto Saba, Mario Luzi y por último Pavese. Un día pasa a leer por accidente el texto que tradujo para Valentina y siente un golpe seco en el estómago. El pánico le ataca, una fila de horrores que lo dejan hecho polvo. Aquella noche febril termina cayendo hasta los sueños y luego hasta la muerte. Alejandro sigue respirando, pero duerme del modo en que lo hacen las plantas o algunos desafortunados que han caído en coma. Al despertar, solo recuerda el abismo negro que amenaza con tragárselo momentos antes de la vigilia. Tiempo después descubre que se le hace difícil relacionar las palabras al momento de leer. Luego le ocurre con el habla y se asusta, pero lo cierto es que no le pasa siempre, solo cada cierto tiempo con frecuencia desconocida. Es en estos días donde decide escribir un poema por primera vez. En él habla de calles, canciones y crucifijos, hombres que de vez en cuando aman, pero que generalmente odian y con ello destruyen sin ningún tipo de pago.

Cuando termina se siente satisfecho y agradecido. Al rato toma un lápiz y un papel donde comienza a escribir una carta para Valentina. Le cuenta todo lo que ha pasado con su vida desde que desapareció hace un par de años. También le habla sobre sus traducciones, algunos recuerdos que tiene de ella y finalmente que siempre la quiso, pero que nunca supo cómo tratar con estos sentimientos. Envuelve todo en un sobre y se lo envía. Cuando vuelve del correo ya es de noche. Camino a casa nota pequeños montículos en el cielo, la mayoría negros, algunos un poco más claros, que pasan hechos una bala entre el cableado y las cornisas de los departamentos. Finalmente descubre que son bandadas de pájaros y siente de pronto felicidad. Con la cabeza inclinada, cree confundir las hileras de aves con venas y otros tipos de conductos. Entonces piensa que es muy probable que Valentina ya no viva en el mismo lugar y que su carta se extravíe. Lo cierto es que apenas recuerda su cara. Pero Alejandro sabía todas estas cosas de antemano, incluso días previos a escribir la carta. Da igual, piensa. Y se marcha a dormir.

Aquella noche sueña con el mismo abismo, la misma oscuridad, pero con pequeñas interferencias que cruzan de una esquina a otra. Alejandro cree que son las aves, pero algunas veces piensa en proyectiles, objetos lanzados con rabia, vuelve a ver las venas y al final las confunde con pesadas gotas de sudor, que, al caer al vacío, parecen débiles siluetas que se difuminan justo antes de quebrarse en el piso. Al despertar sabe que no fue capaz de hilar dos o tres palabras coherentes. La carta solo era una sarta de garabatos sin sentido.


Victor González Astudillo. Chile. Finalista del XIV premio internacional Gonzalo Rojas Pizarro en categoría relato con el cuento Primeras letras y escrituras. Ha sido publicado en diversas revistas literarias y portales electrónicos, entre ellas Kaleido, Espora, Nuevo Milenio, Monolito, Elipsis, Libro de arena, Letramía, entre otros.

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s