Tiger, tiger, burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fear ful symmetry?
William Blake

I

De un rugir
dos versiones
surgieron:
siamés se hizo
un pánico tan inmenso
que por los rincones más distantes
se arrumbó: en la noche, en el día.
De haberles acercado su espejo
yermo sería cada horizonte
—la presa sobredepredada,
con tan poco,
el depredador aprendiendo a rumiar.

II

Lo vi por primera vez
en la sección de felinos
del zoológico de Chapultepec.
En una paz inalcanzable
descansaba
el insomne absoluto
—tributario a la vez del sol (león)
y de su ausencia (tigre)
por su parentela bipolar.
Sus ojos tenían la espesura
de lo imperdonable,
de quien tiene tanto tiempo
para soñar
que se ha encontrado con el incesto
más de dos veces.
Su bostezo
un laberinto de pecado
invoca.

III

Empalmado
el terror solo se hechiza:
no tiene peor sueño
que el de sí.
Para quien nunca del todo amanece,
sin límites nacen,
sin descanso lo cazan
sus pesadillas
—tan innombrable es su ser
que no bastarían simples pellizcos
para despertarse:
la médula del alma
deberían rasguñar,
un centro que, apenas rozado,
ya sangre.
Pero no hay horror
como, en sueños, hallarse:
de haberse oído rugir
nunca ha cicatrizado.
Trae la hemorragia amarrada,
un goteo
por el cual, para volver a herirse,
se rastrea.

Harakiri
que tiene eco
tras este costillar,
una y otra vez, por puño propio
atravesado.

Eduardo Paredes Ocampo. (México D.F. 1989) Escribe poesía y ensayo. Ha publicado sus textos en varios medios, como las revistas Monilito y Liebre de Fuego. Actualmente cursa un doctorado en literatura en la Universidad de Oxford.