[Imagen tomada de la película animada Rebelión en la granja de 1954]
Cada año, en un estado del interior de la República, ocurría el evento del año: el cumpleaños del ex gobernador, el cual había regido ya hace bastantes años, pero seguía siendo un hombre de mucha importancia en el lugar, al grado de manejar a su antojo la política y la economía del estado entero: nada podía ocurrir si no pasaba primero por su aprobación. Sin embargo, este año no era como cualquier otro pues no solo era electoral, sino que además este famoso hombre, de apellido Salas, cumplía 70 años, treinta años más bajo su apadrinamiento y un centenario de bendiciones para la clase alta se podrían celebrar. Tomando en cuenta tan magnánimo número, había que celebrar y echar la casa por la ventana. Su festejo estaría repleto de todas las personalidades de la clase política de ese momento y no solo de su partido, pues, como ya muchos periodistas lo habían denunciado, la oposición podía jactarse de ser su amiga incondicional. Evidentemente, tal evento tenía que prepararse, por lo que había que pensar quiénes asistirían, quiénes no, qué se daría de comer, qué se daría de tomar, con qué aperitivos se entretendría a las ilustrísimas personas que se encontrarían disfrutando de la velada y qué música se tocaría para animar el festejo.
Mientras tomaba un whisky, don Salas se dedicaba fatigosamente a pensar todas estas cuestiones y, cuando tuvo en mente quiénes serían los asistentes de su humilde fiesta, tomó su celular de marca prestigiosa y comenzó a buscar en sus contactos a aquellos afortunados que podrían disfrutar del baile y cochino. Marcó el primer número y esperó. Le contestó uno de los jueces del poder judicial del estado, el del juzgado quinto, quien, al reconocer la voz del otro lado, no pudo disimular su alegría.
—¡Salas, hombre! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás?
—Hombre, Murillo, muy bien, disfrutando de las mieles de la jubilación.
—N’hombre, pos como debe ser. ¿En qué puedo servirte?
—Pues, como recordarás, ya pronto será mi cumpleaños y quiero que me acompañes.
—¡Por supuesto! Yo encantado, ahí me vas a tener.
—Eso quería oír. Es este sábado, que no se te olvide.
—Ahí nos vemos.
Ambos hombres colgaron el teléfono y se dispusieron a continuar con sus asuntos. Don Salas ahora marcó otro número y, como antes, esperó a que le contestaran; esta vez atendió un político muy importante e influyente en el estado: Gamero. Una vez más, la invitación se llevó a cabo luego de saludos cordiales y buenos deseos. Al término de la llamada, Gamero continuó con su vida, pensando en lo afortunado de tener a tan buen amigo. Gamero era un viejo lobo de mar en la política, pero no llegaba a ser tan importante como Salas, actualmente estaba metido en problemas porque algunos periodistas de esa prensa que no se deja comprar, habían sacado unos artículos que lo ponían en evidencia por estar involucrado en varios casos de corrupción, ligados a ciertos alcaldes de municipios de ese mismo estado o con empresas corruptas que habían llegado a la entidad: las situaciones de corrupción más sonadas en esos momentos eran su relación con los desvíos efectuados por los presidentes municipales Dual, dos hombres que habían gobernado en distintos municipios, pero que habían logrado unirse no solo por poseer el mismo apellido, sino por la cantidad de recursos que habían desviado entre obras públicas hiperinfladas, empresas fantasmas y robos descarados al erario público. A Gamero también se le vinculaba con algunas empresas corruptas del extranjero que habían logrado posicionarse gracias a los mal llamados «moches»; además, lo habían ligado con una empresa de radio que controlaba la zona y que, por medio de corruptelas, había podido ahorrar millones de pesos, los cuales, dicho sea de paso, no iban a parar a manos de los empleados como recompensa por su magnífico desempeño dentro de la empresa. Y otro caso más al que se le había vinculado era al de la compra de un software antiterrorismo para espiar a los periodistas de oposición y a los activistas (¡qué molestos mosquitos! No dejan trabajar a gusto). Todo esto representaba el famoso Gamero; sin embargo, siempre había podido salir ileso de esas acusaciones. Con la consciencia tranquila y con una alegría más al saber que estaba invitado a tan importante evento, continuó haciendo política.
El señor ex gobernador Salas se sintió agotado de tanto esfuerzo, por lo que salió a comprar un café a una nueva cafetería en la ciudad, de esas que cobran hasta por respirar, con extravagancias como panes en 150 pesos y cafés a precio quintuplicado. Al llegar, tomó asiento y, luego de ordenar, se dispuso a continuar pensando en los invitados que asistirían a su gran fiesta. En eso estaba cuando una voz lo sacó de sus cavilaciones. Volteó hacia arriba para mirar a la recién llegada y se encontró con nada más y nada menos que Rosalba Robayo, una mujer que ya tenía también sus añitos en la política y que gozaba de un currículum abultado en el chapulineo. Había estado en algunas dependencias del gobierno y en todos esos lugares, por acto de magia, se habían desaparecido millones de pesos. Como siempre, la prensa incómoda le había recriminado aquella situación, pero ella solo se había resuelto a sonreír y continuar caminando hacia su destino. En ese estado nada pasaba, por lo que no había razón para detenerse a escuchar las tan verdaderas acusaciones de un reporterillo: después de todo, todos somos inocentes hasta que se nos demuestre lo contrario y, como la justicia es ciega y amiga, pues no había nada que demostrar, por tanto, no había culpables, por tanto, era inocente.
Rosalba tomó asiento delante de don Salas y comenzaron a platicar de pequeñeces, cosas insignificantes como el pueblo, para luego pasar a hablar de cosas de mayor importancia tales como el candidato de la continuidad y cómo pensaban utilizar todos sus medios para que llegara a la siguiente gubernatura. El café quíntuple llegó a la mesa y el tema cambió súbitamente, como si el aroma 100% orgánico de la bebida le hubiera hecho recordar que tenía una invitación que hacerle.
—Oye, Rosalbita, como ya sabrás, se acerca mi diablo y pues me gustaría que asistieras a la pequeña celebración que voy a llevar a cabo en mi casita —la invitó, dándole un sorbo a su café luego de hablar.
—Pues si nada más estaba esperando a que me dijeras, ya sabía yo que tus setenta años no iban a pasar desapercibidos.
—No, claro que no, así que, cuento contigo, ya sabes, el sábado en la noche.
Continuaron hablando de trivialidades como la inseguridad en el país, que para ellos era una realidad no existente, ya que nunca les había pasado nada (pues sus guardaespaldas bien los cuidaban) y los robos era inimaginable que pudieran ocurrirles, de hecho, estaban en una época de tanta bonanza que sus cuentas bancarias incrementaban con el paso de los días. Don Salas terminó su café, pagó la cuenta, incluso la de Rosalba, y se retiró del lugar. Mientras sus pies lo llevaban por esas calles del centro, recordó que sería bueno ir comprando lo que sus invitados degustarían para tomar en esa noche. Tomó rumbo hacia la licorería que más le gustaba y una vez ahí, se encontró con Daniel Hernández de Cervantes, un antiquísimo político estatal, a quien apodaban “el Patrón”, que conservaba un gran poder y que ahora se desempeñaba como el abogado del candidato a gobernador del estado del partido de derecha. Se saludaron como viejos amigos, fundiéndose en un abrazo y luego comenzaron con el intercambio de noticias y chismes politiqueros.
—¿Y qué tal va la candidatura de Anda? —preguntó amablemente el señor Salas.
—Pues ahí va, ahí va, como que no levanta, pero, pues, ya veremos qué hacer —contestó con preocupación el Patrón.
—Nada que unas cuantas llamadas a los periódicos no pueda resolver, ya sabes, poner que el candidato va subiendo y que el de la oposición se ha estancado, eso siempre funciona, la gente es muy crédula.
—Pero ahorita tienen acusado a mi candidato de lavado de dinero y la gente sí se enteró, a lo mejor ya no están tan pendejos como antes.
—Siempre hay una solución, mi querido Daniel. Pero mira, ya no te pongas triste, mejor déjame invitarte a mi fiesta de cumpleaños, que se llevará a cabo este sábado.
—¡Hombre! Felicidades, ya estás ruco. Pero sí, cómo no, ahí me vas a tener.
—Perfecto, no se te vaya a ocurrir faltar, porque vamos a tratar temas de gran envergadura con respecto a las elecciones, te conviene.
—No me lo pierdo.
—Perfecto, ahora, si me disculpas, voy a ordenar unos cuantos vinitos para la celebración: solo de lo mejor.
—¡Adelante, adelante! Al fin y al cabo, va por cuenta del pueblo.
Ambos hombres rieron de buena gana y, luego de otro abrazo efusivo de despedida, cada quien se dispuso a comprar lo que mejor le pareció. Una vez que la compra del licor estaba hecha, don Salas se dirigió a su casa, pensando en qué otras cosas necesitaría para su gran noche. Sus inciertos pasos lo llevaron a encontrarse frente al palacio de gobernación, por lo que pensó en irse a distraer un poco con el actual gobernador y, de paso, invitarlo. En cuanto entró al sitio, todos comenzaron a saludarlo con mucho respeto. Ni siquiera necesitó de hacer fila o sacar una ficha para que el gobernador lo atendiera, apenas se posó frente a la puerta de la oficina del gobernador y la secretaria ya le estaba ofreciendo pasar y un café. El señor Salas rechazó el café, pues ya había tomado uno, pero aceptó gustoso la invitación para entrar a ver al gobernador. Una vez adentro, el mandatario, de apellido Penuelas, se acercó muy efusivo para abrazarlo, no era para menos: el señor Salas era su padrino y, aunque Penuelas no era muy listo, había logrado llegar a la gubernatura gracias a los múltiples favores que su padrino Salas le había hecho. Su candidatura había estado hundiéndose poco a poco en esos tiempos, pero todo salió a flote e incluso ahora era el flamante gobernador del estado.
—Padrino, ¿cómo está? Tome asiento en la silla del gobernador, por favor, yo me puedo acomodar en esta chiquita —ofreció de buena gana el regente.
Así lo hicieron y Salas volvió a ocupar esa silla que años antes le había pertenecido. Por su parte, Penuelas se acomodó en la silla frente al escritorio.
—¿En qué le puedo servir, padrino?
—Tú en nada, pero quiero que asistas a mi fiesta de cumpleaños el sábado —contestó serio el ex mandatario.
—¡Claro que sí! Ahí estaré. Por cierto, ¿desea que invite a alguien más?
—Tienes razón, yo estoy muy atareado con los preparativos, no tengo tiempo para pensar en los invitados, encárgate tú, háblales e invítalos a todos, ya sabes, a la palomilla de siempre.
—¿Quiere que invite a Mitre? Yo creo que le encantaría asistir…
—¡Pero tú eres imbécil! —gritó de forma estruendosa el señor Salas, interrumpiendo el discurso de su apadrinado— ¿Te das cuenta de las cosas que dices, burro? ¡Cómo vamos a invitar a Mitre! ¿Qué no ves que no levanta en las encuestas y tú lo quieres vincular con nosotros?
—Disculpe, padrino, tiene toda la razón, hablé sin pensar. Al candidato de nuestro partido no lo invitamos.
—Mejor llama a su secretaria, Rubiales, a ella sí invítala y no te olvides de los alcaldes de nuestro partido, llámalos. También al ex rector de la universidad y no te olvides de los petroleros.
Luego de asentir con la cabeza, Penuelas se dispuso de inmediato a llamar a sus amigos. Don Salas se fue del palacio de gobernación y se puso a continuar con sus andanzas, a seguir pensando qué daría de cenar, qué música se bailaría. Por su lado, Penuelas ya había confirmado a los invitados: sin duda alguna sería la fiesta del año, todos los políticos de esa índole estaban más que puestos para asistir a la gran fiesta porque, decían, “Baile y cochino, el del vecino” y sabían que, siendo una celebración de tan alto personaje, la casa se echaría por la ventana. Entre las ilustres personalidades que no dejarían de asistir al evento, se encontraban los alcaldes de algunos municipios, que eran muy amigos de don Salas: en primer lugar, estaba Mazuelos, uno de los más importantes, que había llegado a la regencia por medio de un fraude escandalosísimo, pero que, no obstante, el pueblo de inmediato olvidó, como siempre pasa en estos casos. Apenas llegó ya había subido el costo del transporte público y de la seguridad mejor ni hablar: los asaltos y los feminicidios estaban a la orden del día.
Otro de los grandes invitados a la celebración, era Orduz, quien había ofrecido llevar la comida para la celebración: habría mariscada. De inmediato esto le fue informado a don Salas para que ya no se preocupara, pues la comida se la iba a regalar el pueblo del municipio N. También había que invitar al ex rector de la universidad del estado, Navarro, quien se había caracterizado por ser un perro fiel al gobierno, reprimiendo los movimientos estudiantiles y demostrando que nadie está por encima del sistema, no importando si los estudiantes salían lastimados o tenían problemas con el grupo de choque que él mismo había instalado en la universidad. Hubo otros ilustrísimos invitados a la magna celebración, los cuales también tenían en su haber casos de corrupción, lavado de dinero, peculado, entre otras bellezas de la vida politiquera.
***
Don Salas estaba muy contento, finalmente su fiesta se llevaría a cabo: la bebida estaba lista, la comida también y los invitados se encontraban más que puestos para celebrar sus setenta años. Ahora solo cabía esperar el tan anhelado sábado, el cual llegó pronto y, entonces, todos los invitados se dispusieron a alistarse para verse guapos. Vayamos a casa del juez Murillo, el cual ya se encontraba completamente dispuesto a emborracharse a más no poder, recordando sus días en la facultad de derecho. Se esforzaba en su arreglo, poniéndose su mejor traje y peinando los pocos cabellos que quedaban en su cabeza. Por último, tomó la loción carísima que su mujer le había traído de Francia y, cual oriundo del lugar de su producto, comenzó a ponerse por todas partes: en el cuello por si lo besaban, en el pecho por si lo abrazaban y atrás por si… Bueno, nunca está de más.
En la casa de Gamero, los preparativos en su aspecto físico también se efectuaban y el político se acomodaba una corbata del color del partido, porque “había que ser patriotas hasta en los momentos de solaz”. Había tomado un spray fijador de cabello y, cubriendo con la mano disponible sus ojos, se disparó de tal forma que su habitación quedó envuelta en un halo de spray que, más que arreglo, ahí parecía que se estaba apagando un incendio. Una vez que consideró que había puesto suficiente fijador como para que no se le deshiciera el peinado al entrarle al chanclazo, tomó su peine y acomodó su cabello hacia atrás, procurando dar volumen al copete, en un intento por lucir como de los años cincuenta. Posteriormente, agarró un pequeño peine de plástico, que había costado carísimo en su último viaje y que era especial para peinar bigotes: don Gamero lo tenía abundante, por lo que había que cuidarlo y acomodarlo con finas cerdas, para procurar su brillo y sedosidad. Con extremo cuidado peinó hacia abajo su vello facial, como si fuera Scila peinando los hermosos cabellos dorados de Galatea, y, una vez concluida la acción, se miró al espejo complacido con su aspecto.
Otra que se esmeraba en su aspecto era Rosalba, quien había puesto su pronunciada dentadura postiza a blanquear todo el día, pues tenía la intención de deslumbrar a todos cada vez que los proveyera de su hermosa y discreta sonrisa. Además, había escogido su traje de saco y falda más elegante, una adquisición carísima, del extranjero obviamente. Después, se dispuso a maquillarse poniéndose todos los productos de belleza que tenía: corrector, base, polvo, blush, sombras, lápiz labial, rímel… Total, Mecano se quedaba corto. Y, para completar su outfit, se echó al cuello la clásica pashmina que tanto la caracterizaba. Una vez que estuvo completo su atuendo, se miró al espejo de cuerpo completo y, dando unas vueltas sobre su propio eje, se gustó a sí misma y sonrió, por lo que la blancura de sus dientes se reflejó en el espejo y la cegó.
Por otro lado, “el Patrón” ya se encontraba acicalándose: su cabello blanco peinaba hacia atrás, mientras que pensaba en la mejor forma de llevar su barba, aún no se decidía, incluso había pensado en rasurarla, mas esta era el sello característico de su persona, por lo que mejor la peinó como siempre lo hacía. Aún había otro aspecto que le preocupaba, esas cejas híper pobladas que en ocasiones tenía que recortar con tijeras porque le colgaban hacia los ojos de tal forma que no lo dejaban ver y, en la política, “había que estar con los ojos muy abiertos”, en su caso, libres de pelos. Esas malditas cejas ya le habían crecido otra vez, dándole un aspecto (junto con su barba de papá Noel) de hombre lobo, de esos que dan mordida y se llevan la mayor tajada. Con todo el coraje que podía llegar a sentir, tomó las tijeras (las cuales ya tenía siempre listas en uno de los cajones de su tocador) y comenzó a quitárselas, mientras maldecía ese “pinche pelo”, porque don Daniel no tenía paciencia y, a la menor provocación, las vigas escapaban de su boca. Sin embargo, cual Hidra de Lerna, aquellos vellos faciales se negaban a morir, pues parecía que entre más cortaba más se multiplicaban. Al final, don Daniel se rindió, dejó las tijeras y, con su ceja pobladísima, se apresuró a terminar con su arreglo.
En otra casa ricachona de la ciudad, el actual gobernador del estado, Penuelas, también se alistaba para asistir a la fiesta. El pobre Penuelas siempre había tenido problemas para peinarse, el hombre era tan inútil que para tomar un peine y acomodar su cabello con esa raya en un costado y el copetito que lo caracterizaba, necesitaba de su mujer: la “Pagaza”, le decían. A pesar de que Penuelas ejercía violencia física contra ella —y que esto ya se había denunciado— la Pagaza tenía que seguir con él, porque así lo habían dispuesto los de arriba, aquellos que no les interesaba utilizar a las mujeres como adornos para los políticos. La mujer, con miedo a que su esposo fuera a dejarle otro ojo morado, le ayudó en su arreglo, peinándolo de la forma que a él más le gustaba. También, la Pagaza le hizo el nudo de la corbata y le arregló el traje para que quedara perfecto, como cuando iba a dar un discurso mal dicho sobre los “avances” obtenidos durante su sexenio en el estado. Penuelas quedó encantado con su aspecto y luego dejó a su mujer en la casa para asistir con su padrino.
A su vez, el alcalde Mazuelos se disponía a asistir a la fiesta: se puso el mejor y más caro traje que encontró en su haber y peinó su cabello de la misma forma que siempre lo hacía: muy parecido al de su primo Penuelas. Por lo regular dejaba que su cabello encaneciera para dar ese semblante de confianza al demostrar que ni siquiera en su persona usaba artificios para resaltar su belleza o para disimular la edad y eso también ocurría en su rostro, pues las arrugas ya comenzaban a aparecer, claro está que cada vez que salía en un spot televisivo o en algún espectacular, se encargaban de darle sus ayudaditas para que se viera como un jovenazo, pero aquel arreglo le volvía el rostro tan estirado y plástico que más parecía la cara del afamado novio de la muñeca del momento.
Orduz también se alistaba para asistir presto al baile, se encontraba muy emocionado, porque, además, había demostrado que era el que más quería a don Salas por haberle regalado la comida para su fiesta. Frente al espejo se miraba una y otra vez y con el peine hacía movimientos inusuales y lentos algunas veces, agresivos otras tantas para dejar en perfecto orden los tres cabellos que poseía. Posteriormente se dispuso a ponerse loción y, una vez con todos los afeites que podía hacerse, se miró otra vez en el espejo y sonrió alegre: su apariencia le gustaba. Luego miró su reloj y se espantó con la hora.
—¡Estoy frito! Ya es muy tarde.
Otro ilustrísimo invitado que se alistaba para salir al baile era el ex rector Navarro: sus lentes de intelectualoide no podían faltar, debía demostrar qué cargo había ocupado antes de ser postulado por el partido para una diputación local o quizá una senaduría, lo que Dios quisiera. Como se acababa de bañar, el cabello aún no se le acomodaba, por lo que él debía pasar el peine en repetidas ocasiones por el algodón con estilo misionero dominico que tenía hasta que quedara perfectamente acomodado. En la mirada dura ya llevaba impregnada toda la personalidad y los labios gruesos y un tanto fruncidos le daban la apariencia de un hombre severo con muchas aspiraciones que estaba dispuesto a aplastar a quien sea con tal de obtener lo que deseaba. Trató de ir lo más formal posible, usando un traje muy similar al que utilizó cuando lo designaron (por un dedazo que venía ya desde la gubernatura) rector de la universidad del estado. Todo le gustaba de cómo se veía, excepto una cosa: su papada; tenía una enorme papada aguangada por los años, que más bien parecía esa papada expandible que tienen ciertos reptiles (las iguanas) y que, sin duda alguna, en ellos tiene una utilidad. No pudiendo hacer nada con aquel asunto, suspiró, se resignó y salió para la fiesta.
En casa de Don Salas los preparativos se llevaban a cabo con gran entusiasmo. Había contratado a una agencia de eventos y los trabajadores ya se encontraban realizando sus labores: los cocineros daban las últimas sazones a la comida enviada por don Orduz mientras los meseros ponían las mesas con sus manteles de seda y los cubiertos de plata fina. En los depósitos de vino, otros meseros se disponían a acomodar con cuidado los licores que se servirían en la velada, poniendo los más suaves, los aperitivos, al principio para que tan excelentísimas personas degustaran solo lo mejor por tiempos. Se irían sirviendo los licores de mayor calidad y mayor porcentaje de alcohol conforme avanzara la noche.
—Oye —llamó un mesero a otro—, ¿y si al final nos llevamos uno que otro vinito bueno? Yo no creo que se los acaben todos.
—¿Estos chupadores? ¡Cómo no! Si son insaciables de la vid de nuestra patria ─contestó el aludido con un dejo de desprecio.
—Pues, si al final sobra algo, lo tomamos.
Los de la música también habían llegado ya: un DJ con todo su equipo, esta vez don Salas se quería ver moderno, porque es cierto que cumplía setenta, pero el alma nunca se hacía lo suficientemente vieja como para dejar de soñar. Ya todos los ayudantes del DJ acomodaban las cosas para que el espectáculo nocturno fuera todo un éxito.
Mientras toda servidumbre del hogar y los empleados de la agencia de eventos ponían la casa lista, don Salas se alistaba para verse lo mejor posible en su día: ya se había probado más trajes de los que existían en su haber y aún no había uno solo que le convenciera; además, había intentado cubrir su calva con un peluquín, pero este le picaba y lo hacía sentirse ridículo, por lo que terminó abandonando la idea. Por otro lado, sus orejas prominentes (que de haberlo conocido Quevedo habría dicho que érase un hombre a unas asas pegado) lo ponían en un aprieto enorme, pues siempre lo habían atormentado. Aquellas orejas eran sobresalientes, enormes, magnas y, cada vez que tenía un evento y las veía en el espejo luego de alistarse, solo podía pensar que todo el esfuerzo realizado anteriormente le arruinaba cualquier buen traje que quisiera ponerse, cualquier afeite.
Finalmente, luego de varias horas de preparación y limpieza, la casa de don Salas estaba lista para comenzar a recibir a sus invitados. Pero como toda buena fiesta mexicana, esta no comienza a la hora acordada, más vale llegar tarde, ¿para qué llegar temprano? ¿Para qué quiere uno “llegar a barrer”? Así que los invitados llegaron después de dos horas. El primero en arribar al sitio fue el “Patrón”, el cual había llegado con un espléndido regalo, más grande que su barba pues ese día tenía pensado buscar un arreglo que favoreciera a su candidato, así que había que “hacerle la barba” a don Salas. Uno de los meseros se encargó de recibir al hombre y de tomarle el regalo para ponerlo en la mesa de los obsequios. Posteriormente, el “Patrón” se dedicó a pasear por el jardín, viendo todos los arreglos que se habían hecho para la fiesta, se notaba que se le había metido bastante presupuesto al bailecito. Finalmente apareció don Salas y pronto fue a saludar al “Patrón”.
—¡Daniel! —saludó muy contento el cumpleañero.
—¡Salas, hombre! —casi gritó, lleno de entusiasmo el aludido— Que dures muchos años más —sonrió el hombre abrazando al festejado.
—Pues muchas gracias, siempre es un placer rodearme de gente como tú, Daniel.
—¡Y qué puedo decir yo! Por cierto, hombre, al rato que puedas quiero tratar algunos asuntillos contigo, unas cosas que me andan comiendo la cabeza desde hace unos días y que tú, como santo patrono de estas cuestiones, puedes resolver.
—Bueno, ya lo veremos más tarde, por ahora déjame ir a recibir a Rosalbita, que mira que ya llegó.
Efectivamente, la susodicha acababa de entrar portando unos lentes oscuros. Don Salas y el “Patrón” se acercaron a ella con gusto.
—¡Rosalba! —gritó feliz don Salas acercándose a la mujer.
—¡Don Salas! Muchos días de estos —sonrió Rosalba, intentando abrazarlo, pero sin conseguirlo, pues la ceguera que intentaba cubrir con aquellos enormes lentes de mosca, le evitaba reconocer lo que tenía incluso enfrente.
La mujer dio un paso hacia donde sus oídos habían logrado sentir la voz del cumpleañero, pero la enorme dependencia a su vista, hizo que no lograra identificar perfectamente la posición de este, por lo que terminó abrazando al “Patrón”.
—¿Qué pasó, Rosalbita? ¿Desde cuándo nos llevamos así? —pronunció Daniel al ver el afectuoso abrazo que le dedicaba la mujer.
—¡Ay, perdón, Danielito! —dijo muy apenada Rosalba, dando un paso hacia atrás.
—¿Pero qué cosa traes ahí, Rosalba? —preguntó don Salas molesto ante la aparente ceguera de la mujer— ¡quítate esas porquerías y abrázame como Dios manda!
—Es que… Es que… Es que no veo. Antes de llegar aquí tuve un accidente y quedé ciega —habló muy apenada la corrupta.
—¡Hombre, Rosalba! Por ahí hubieras comenzado —exclamó Daniel ahora reflejando preocupación en su rostro.
—¿Pero qué demonios te pasó? ¡Habla! ¿Chocaste? ¿Te cayó ácido sulfúrico en la retina? ¿Se te metió un chairo en el ojo? —preguntaba muy preocupado don Salas, quien ya le había quitado los lentes y observaba los ojos de la mujer con detenimiento, aunque, al no ser un especialista, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo.
—Pues no… Solo que sonreí ante el espejo…
—¡Ay, no, Rosalba! —exclamaron ambos hombres con impaciencia.
—¡Otra vez! —dijo don Salas con fastidio.
—Pero si ya te hemos dicho que no hagas eso frente al espejo —recriminó el “Patrón”.
La plática quedó ahí, pues otros invitados estaban llegando y don Salas debía acercarse a recibirlos a todos. Entre los que ya estaban ahí, se encontraba Orduz, quien de inmediato se acercó a darle mil abrazos y agradecimientos al festejado. Don Salas lo abrazó también y estuvo escuchando sus halagos por más de media hora pues, aunque esto le resultaba molesto, debía “apechugar”, después de todo, Orduz le había enviado la comida. Finalmente, Orduz fue a sentarse en una mesa para disfrutar de la comida que él mismo había hecho preparar para tan enorme fiesta y para degustar de las ricas bebidas que se ofrecían. Otro que estaba en la fiesta era Navarro, quien ya había tomado bastante alcohol como para demostrar que aún se acordaba de sus días en la universidad (allá por los años cincuenta o una fecha así de lejana); sin embargo, el alcohol le cayó de peso y, ante las miles de ocupaciones que tenía en el partido ahora que se había destapado completamente como uno más de los cancerberos del sistema, se quedó dormido en su mesa.
Más allá se encontraba Penuelas, riendo felizmente con sus allegados, un grupo de sujetos que habían demostrado que podían dirigir un estado sin la necesidad de requerir de los favores de la clase política imponente y vieja del lugar, la estructura del partido, para simplificarlo; e, incluso, habían engañado al electorado diciéndole que eran una nueva versión del partido, que todos esos errores que habían cometido los otros no los representaban a ellos, que eso era cosa del pasado y que ahora la situación sería distinta porque tenían una nueva y mejorada visión que haría crecer al Estado en muchas formas. Sin embargo, luego de cinco años de mal gobierno, lo único que pudieron demostrar es que no lo lograron; en realidad, solo habían probado ser más de lo mismo, sumir en la inseguridad y la pobreza al Estado, mientras que ellos podían presumir de hermosas casas de albos colores, viajes costosísimos a otros estados, gastos en lujos que obviamente pagaba el erario y respuestas déspotas, desapariciones de periodistas incómodos y preguntas sin responder cuando del tema se les cuestionaba. La incompetencia de todos estos sujetos se demostraba en el día a día, con la pobreza de muchos —una pobreza que aumentaba cada vez más y que no cedía ante nada—, el aumento de los impuestos que hundían cada vez más a los habitantes, la represión a los manifestantes de cualquier movimiento, la inseguridad que reinaba y que evitaba que la gente saliera con confianza de su casa, que hacía que los feminicidios estuvieran al orden del día, que la delincuencia organizada tuviera atrapado al estado y que la impunidad reinara en cualquier caso que infringiera la ley. Simplemente había sido uno de los sexenios más tremendamente horribles de toda la historia del Estado. Pero las desgracias no acababan ahí, uno de los allegados al gobernador era el que se estaba postulando como candidato por ese partido para así establecer la continuidad que siempre había reinado en todo el estado: el tal Mitre traía la misma cepa de ineptitud y de incompetencia que todos los presentes en esa mesa, pero fue el que impuso Penuelas, ante el descontento de los otros allegados.
En otra mesa se encontraban platicando Rosalba y Mazuelos, los cuales mantenían una amena conversación en la que trataban todos los temas escabrosos que los traían en jaque: Rosalba acababa de ser acusada por desviar muchísimo dinero de las dependencias del estado en las que había estado trabajando, de hecho, eran millones de pesos, y la noticia había sido incluso nacional. El partido opositor había aprovechado este descubrimiento para reiterar y recordarle a la población que no se debían dejar engañar, pues estos personajes que querían dar una apariencia de legalidad y transparencia seguían siendo ese mismo partido corrupto que por tantos años había asolado al estado y que continuaban haciéndolo. Rosalba evidentemente había negado todo e incluso se había dado el lujo de no contestar a las acusaciones, sonreír con toda la mazorca y burlarse de aquellos que la acusaban de tantos desvíos, a final de cuentas no había razón para hacer declaraciones, ya que la estructura de su partido le cubría las espaldas y la impunidad aplastante del estado provocarían que ninguna investigación cayera sobre ella, pero el hecho de que se hubieran descubierto estos desfalcos descarados la tenían inquieta. ¿Acaso ahora era más descuidada? Porque todos sabían que su enriquecimiento no era cosa de un tiempo para acá, que ya tenían varios desvíos realizados en su vida política. Por su parte, Mazuelos había demostrado ser más de aquella cúpula estatal incompetente; era primo del actual gobernador Penuelas, así que el chiste se contaba solo. Las promesas de campaña que había hecho, evidentemente no las había cumplido, las penas continuaban para el pueblo: la pobreza, la delincuencia, la enajenación y los feminicidios eran nota de todos los días, tanto, que incluso ya comenzaba a verse como cosa normal. Pero aún así no importaba nada, quizá era un poco preocupante porque, de alguna forma, la gente estaba un poco más informada, pero no era nada que no pudieran resolver, nada que no pudiera resolver un nuevo fraude en la siguiente elección a alcalde.
Más allá, estaban el festejado y el “Patrón”, también tratando temas importantes sobre candidaturas. Como sabemos, don Daniel era el representante legal del candidato de su partido, uno de derecha, sin embargo, era bien sabido por todos que siempre había tenido negocios con don Salas no importando la ideología “contraria” que ambos partidos representaban: uno de derecha, el otro de centro-izquierda. También era sabido que don Salas no apoyaba al candidato de su partido por algunas diferencias que había tenido con su ahijado Penuelas y que estaba lanzando, desde la oscuridad, como le gustaba hacer las cosas, al candidato Anda: otro corrupto más que tenía empresas en el estado que habían lavado millones de pesos. Como su representante legal, don Daniel debía arreglar cualquier asunto necesario para que pudiera llegar a la gubernatura. Don Salas le estaba dando todo su apoyo, aunque ya se estaba contentando con Penuelas, lo que alarmaba grandemente a Daniel, ya que esto podría significar traición. Después de todo, el gobernador ya había ordenado que se investigara a Anda por lavado y la procuraduría localizó tal hecho, lo había sacado a la luz y estaban destruyendo la campaña de Anda. Don Daniel Hernández sabía perfectamente que estas investigaciones no se habrían conseguido de ser su candidato un hombre honesto, pero también con él se la estaba jugando, ya que durante su corta carrera política había demostrado ser un mentiroso, un traidor y un demagogo, pero aún así confiaba en que no lo fuera a traicionar a él (eso y los beneficios que ya le había prometido). Era importante arreglarse con el hombree más poderoso del estado para así recuperar su favor y evitar que se descubrieran más tranzas de su candidato. Había que evitar a toda costa que don Salas se reconciliara con su ahijado y apoyara a su candidato Mitre: debía apoyar a Anda. Continuaron platicando al calor de los anisetes y los mariscos que ya se servían.
En un determinado momento de la velada, alguien mencionó el nombre del candidato al que todos querían tumbar, ese del partido de la izquierda el cual no convenía a sus intereses. Inició con el susurro “Lomas” y de inmediato todos comenzaron a hablar de él, al punto que se encontraba en boca de todos.
Los meseros realizaban su trabajo espléndidamente, esperando por lo menos un billete de cien pesos como propina al final de la velada, después de todo esos tipos tenían mucho dinero y podían dejar propinas incluso de quinientos pesos. Habían servido bastante licor y comida, aquellos políticos eran unos voraces, no dejaban nada, ni las sobras, todo se lo engullían apenas lo servían. En un pequeño momento de descanso que tuvieron los dos meseros que ya habían conversado anteriormente, pudieron interactuar de nuevo.
—Está pesadito, ¿no? —sonrió uno luego de tomar un vaso de agua.
—Sí, comen como cerdos, pero no importa, lo que debe interesarnos es la buena propina que nos van a dejar al final —contestó el otro muy animado.
—No deberíamos conformarnos con las sobras de esos tipos.
—¿De qué hablas, chairo? Si esto es parte de mi trabajo y así es como voy a salir de pobre: no hay de otra que trabajar muy duro para escalar socialmente.
—Deberías saber que la movilidad social en estos tiempos no solo depende de tu trabajo —contestó el del vaso de agua y luego salió de la cocina para continuar con la labor de ese día.
La media noche había hecho presencia en todo el Estado y los focos de led habían ya inundado el enorme jardín de don Salas; los comensales estaban satisfechos de comida, mas no de licor. El apellido Lomas continuaba resonando en los susurros de los políticos y don Salas, para apaciguar aquel apellido que le provocaba miedo y rabia, ordenó que se pusiera la música. El DJ, con su espectáculo de luces multicolores y su atrayente música comenzó a tocar algunas piezas modernas que animaban a los ya alcoholizados políticos a ponerse en onda. Al ritmo de las más nuevas canciones de reggaetón, los amigos de lo ajeno se pararon de sus asientos y se movieron a la parte central del jardín, en donde comenzaron a bailar aquellas piezas como Dios les daba a entender porque, en realidad, no sabían cómo debía moverse la gente con aquello. Don Orduz había sacado a bailar a la cieguecita de Rosalba, pero lo único que había conseguido era que la mujer se accidentara una y otra vez al chocar con los otros danzantes. Por otro lado, los demás mostraban sus mejores pasos de baile, inundados en su cuerpo por el ritmo pegajoso de la música y el alcohol ingerido. El mesero que anteriormente había tenido en sus manos el vaso de agua, salió de la cocina y observó el espectáculo hórrido que tenía ante sus ojos.
—De cómo las luces led en combinación con alcohol caro y corrupción, hacen de un baile un pandemónium —exclamó el mesero con asco antes de continuar con su trabajo.
La fiesta se prolongó hasta las tres de la mañana, en todo ese tiempo habían continuado tomando y bailando hasta que ya no pudieron más. Sin embargo, a la hora señalada, don Salas tuvo que sacar a tanto gorrón, pues ese mismo día, más tarde, celebraría con su familia los setenta años de vida. No quería sentirse tan develado al despertar (además ya había arreglado los asuntos de politiquería que le interesaban), así que ya no veía plausible que tanta gente se encontrara en su casa. Con amable autoridad sacó a todos de su casa, sin importarle si estaban alcoholizados o no. También los meseros se fueron con pocas ganancias, aquellos “codo” no habían dado mucha propina a pesar de la enorme abundancia adquirida en tanto años de dictadura disfrazada de democracia.
FIN
María Fernanda López Barrera. (León, 1995) Ya demostraba interés por escribir desde la primaria, donde concursó en un certamen de creación literaria entre primarias de la zona con una historieta sobre animales utilizando una prosopopeya y dándole sentimientos humanos a los mismos. Ya en la preparatoria, ganó el primer lugar en el concurso de creación literaria de la Universidad de Guanajuato en el rubro de cuento con el texto “Gen”.
Posteriormente, viajó a la Ciudad de México para estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la carrera de Letras Hispánicas. Su última publicación ocurrió en la revista Piramidal con el cuento “De amore”. Actualmente se encuentra enfocada en escribir varios cuentos de terror y una novela con temática fantástica.