LA DAMA FILÓSOFA
En la época de la “Restauración”, la aldea entró en un estado alarmante que los artistas llamarían “de puentes rotos y desmembramientos del genio creador”, porque ya no se pensaba libremente, ni se hablaba de lo que realmente se quería; al menos en la esfera pública tontilandiense, donde la policía restauradora perseguía a quien comprendiera el paso del tiempo y el accionar del Gobierno de una forma distinta a la establecida por el líder fanático y sus monstruos políticos, quienes se sentaban en la Asamblea para Hacer Leyes de Tontilandia y para entorpecer aún más el accionar gubernamental. Lo anterior parecía no aplicar para una casta, casi inexistente actualmente (oculta para evitar la muerte), que lograba escaparse del dominio que ejercían en la psique los poderosos, olíticos, clérigos y comunicadores: los filósofos.
Estos tontilandienses eran una mezcla de varias clases que casi nunca daban fruto sobre esta tierra, debido a las prohibiciones legendarias, por parte de los poderosos de la aldea, para que no hubiera cruces e híbridos en Tontilandia. Los filósofos podían surgir de varias fuentes: de padres de distintas castas (artistas, disidentes, pobres, felices, enseñantes); junto con los escribientes, eran considerados criaturas míticas, casi legendarias, aunque no por ello muy bien valoradas.
Cada tontilandiense que fuera pensante y libre de vivir en un mundo donde las ideas circularan desde sus neuronas hasta el papel, los procesadores de texto e incluso en sus discursos, fueron catalogados como seres peligrosos: los poderosos siempre los odiaron, porque podían cambiar la mentalidad de los pobres y disidentes. Un poderoso que cambió Tontilandia en la Gran Revuelta que cerró la primera mitad del tercer siglo de la aldea, en su origen, fue un filósofo que transformó el mundo tontilandiense y fundó el partido de los pericos que después daría como fruto a muchos monstruos políticos que devolverían el poder a sus “legítimos dueños”, a través del aparato estatal manejado por los burócratas, cuya creación fue inspirada por el primer filósofo que se hizo con el poder.
Sin embargo, por mucho que los filósofos hombres brillaran, terminaban siendo estrellas fugaces cuyo olvido generalizado, en Tontilandia, permitió que entre los enseñantes se impusiera la ignorancia como método pedagógico de adoctrinamiento de las castas de la aldea. Por su parte, las damas filósofas se permitían escapar de este olvido, debido a que tomaban roles más recatados en la aldea, aunque no por ello menos significativos.
Una distinguida dama, de un origen particular —era hija de poderosos y a lo largo de su formación con enseñantes que tenían más consciencia (la época fue otra, el método pedagógico para crear ignorantes no había entrado en vigencia)— se hartó de ejercer el control que su casta le imponía profesar, le arrojó a sus poderosos padres la herencia y se marchó para convertirse en una estudiosa del pensamiento tontilandiense y la producción de los escribientes de la gran masa de tierra que contenía a Tontilandia y otras aldeas. La distinguida dama filósofa se recluyó en la más grande casa de adiestramiento y aprendizaje, donde se sumó a las filas de enseñantes especialistas de algún ramo poco valorado por los poderosos, economistas y políticos: la poeticatura, después conocida como la textualidad literaria (odiada por los restauradores porque no la entendían).
Esta dama enseñante filósofa advirtió el advenimiento de la “Restauración” al poder. Desencantada de ver cómo nos mentía la realidad impuesta en la aldea, nos enseñó que los escritos de entonces no mentían o escondían bien los mensajes encriptados por artistas y disidentes para quienes despertaran del control de los poderosos, políticos y comunicadores. Ella era la portavoz de quienes se oponían, en las sombras de las aulas.
Durante el final del tercer, y parte del cuarto, siglo de la aldea, se enteró de los planes y estrategias oscuras de los poderosos, políticos y clérigos para controlar el pensamiento de los pobres, disidentes y demás habitantes incómodos de Tontilandia, mucho antes de que los clérigos entrometidos formaran al monstruo fanático.
Ella concibió un plan de desprogramación neuronal a través de la lectura y del despertar de la consciencia: la distinguida dama enseñante filósofa se dio a la tarea de formar una generación de disidentes y artistas, antes de que fuera tarde. Poco a poco, desde las aulas y los textos que no mentían a quien de verdad pudiera interpretarlos, la dama filósofa nos enseñó a descodificar las verdades de quienes quisieron cambiar el continente y la aldea: “muchachos y muchachas, recuerden que todo en esta vida es siniestro; la conquista que hicieron los padres de los poderosos de la actualidad no solo destruyó los pueblos antiguos, verdaderos dueños de estas tierras, sino que incluso ahora nos destruyen porque no les permiten pensar ni a ustedes ni a mí. Hay que despertar del dominio mental… ¿Cómo? A través de la búsqueda de nuestra relación con todos los tontilandienses… ¿Por qué? Debido a que los poderosos nos obligan a vestir de cierta forma, a consumir las palabras que los comunicadores serviles facilitan para la programación mental, terminamos viéndonos como objetos, como herramientas que funcionan para darles más poder y dinero del que pueden gastar”.
Esas fueron sus palabras, al menos las que recordamos en nuestras notas de textualidad literaria que sobrevivieron a las quemas de libros y a las cátedras de las grandes casas de adiestramiento y aprendizaje que llevaron a cabo los restauradores. Entre la turba que corrió en tropel cuando se prohibió la enseñanza mayor en donde los programas de estudio no estuvieran aprobados por la “Restauración”.
Todo enseñante que fuera artista, habitante arcoíris, escribiente y, peor aún, filósofo, debía ser encarcelado y reprogramado, en el mejor de los casos; de lo contrario, muchos terminaban desechados en un hospital para insanos mentales o en alguna de las cárceles de máxima seguridad, para luego ser exterminados en plazas públicas porque eran culpables de que los pobres se movilizaran de su lugar determinado y rompieran el status quo, además de reducir la cantidad de suicidas y felices (quienes se exterminaban solos y quienes debían ser exterminados, significaban gastos que la aldea debía recortar para pagarle los salarios a los monstruos políticos y a los burócratas).
Hicimos lo posible por esconder a la distinguida dama filósofa, enseñante y escribiente; durante la invasión restauradora, nos atrincheramos en la facultad de las grafías y textualidades; sin embargo, la distinguida dama se nos adelantó y, por ende, a la persecución que los restauradores llevaron a cabo. Hoy el paradero de esta sabia mujer es desconocido en Tontilandia. El régimen del fanático continúa detrás de ella, de sus escritos y enseñanzas, de nosotros sus pupilos, para destruir todo su legado. Se cree que huyó en lo que se llegó a conocer como la fuga de cerebros y mano de obra del cuarto siglo de la existencia de la aldea; incluso, se piensa que es una líder disidente que ha orquestado, desde las sombras, los atentados contra el líder fanático restaurador.
TESTIMONIOS DE TONTILANDIA
La historia de la aldea ha recogido (a lo largo de su constante reconstrucción, destrucción y resurgimiento) una cantidad invaluable de memorias, testimonios y recuerdos de sus habitantes. Nuestra labor como archivistas jamás fue mejor valorada: conservar documentos, restaurar otros, manipular, guardar celosamente ciertos papeles de administraciones anteriores que nunca debieron llegar a ostentar el poder dado por las elecciones fingidas, ni mucho menos dejar constancia luego de agotados los mandatos, destruir y cambiar lo que parecía peligroso (libros, declaraciones, prensa, entre otras cosas que se nos acumulaban en los escritorios).
Tal vez en la aldea lo que más pesaría, a la hora de entender por qué la “Restauración” obtuvo el poder, serían las confesiones y testimonios de prisioneros disidentes, pobres, habitantes arcoíris y, principalmente, enseñantes, artistas y felices desaparecidos durante la campaña para los comicios fingidos del cuarto siglo de la aldea. Entendimos que la memoria de Tontilandia siempre fue cambiada y reprogramada, tanto por los poderosos y comunicadores, cuanto más por los políticos, místicos y clérigos entrometidos desde sus trincheras. Esta situación llegó a ser alarmante en este siglo. A nosotros se nos pidió destruir cada escrito, cada grabación o video, debido a que los restauradores esperaban borrar así el recuerdo de quienes se les opusieron férreamente.
Cantidades enormes de periódicos, videos conservados en viejas cintas y dispositivos de almacenamiento de datos, libros y papeles de los diferentes ministerios esperan ser incinerados, apilados en grandes cajas sobre nuestros escritorios, luego de un breve escrutinio por nuestra parte. Aunque es una simple formalidad: los archivistas sabemos que todo será desintegrado, eventualmente (incluso nosotros).
Nuestros predecesores perdieron sus ojos y lenguas aquí por enterarse de lo que decían documentos clasificados de la historia de la aldea. No sabemos si los rumores que ese incidente acarreó para el Gran Archivo de Tontilandia son ciertos; casi nadie se atreve a enterarse de nada de lo que dicen los documentos que son enviados a ser destruidos por los restauradores. Sin embargo, para quienes ya hemos elegido saltar del puente junto con otros suicidas tontilandienses, leer, escuchar grabaciones y videos o ver lo que sea que digan estos papeles no tiene mucha importancia.
I. Confesión de un pobre.
El criminal acepta los cargos que se le imputan. Sus palabras sobre la acusación fueron las siguientes: “No es cierto que estuviéramos en contra de la represión; no opusimos resistencia. No teníamos cómo. Llegaron la policía restauradora y los representantes de la burocracia a hacer un peritaje en el negocio de mi esposa, estilista de muchas mujeres poderosas y ,según una ley que no entendimos, se llevarían su contabilidad, patente y permiso de funcionamiento porque les parecía irregular que una mujer pobre tuviera ingresos mayores a los de cualquier funcionario con título. Me enojé y empecé a darme de golpes con la policía. Me electrocutaron. Me encarcelaron. Supe que le cerraron el negocio a mi esposa y la dejaron en la calle. Estoy esperando mi sentencia”. Se halla al imputado culpable de insurrección.
II. Declaración jurada de un sospechoso de ser públicamente un habitante arcoíris. Video.
[Cuarto de terapia de choque para habitantes arcoíris: 00:00 horas, 01/07/MMXVIII]
—¿Confiesa usted ser un habitante arcoíris?
—Esto es un error, yo soy funcionario de la Gran Oficina de Salud…— el hombre
se paraliza al recibir un impulso eléctrico.
—¿Declara ser usted un burócrata normal, entonces?
—¡Sí, soy completamente normal! ¡Quíteme estos aparatos… por favor!— el
hombre se ve claramente agotado de recibir descargas. Parece que está a punto de
entrar en paro cardíaco.
—El medidor de pulsaciones indica que usted puede estar mintiendo. Debemos
continuar el tratamiento…
El hombre, atado a la silla que sirve para terapia y corrección de habitantes arcoíris, empieza a llorar, a gritar, a pedir auxilio y luego comienza a convulsionar. Han vuelto a encender la máquina y a darle electrochoques de nuevo.
III. Sentencia del caso 20189724D: la aldea contra el disidente #78899
El acusado es condenado a ser ejecutado en una plaza pública por los delitos de espionaje, tráfico de información, traición a la aldea, alteración del orden público, tentativa de homicidio contra poderosos, políticos y el líder de Tontilandia. La ejecución
será llevada a cabo a las…
IV. Diario de un artista.
24/12/MMXVII
… Vimos cómo asesinaban a un líder disidente en la plaza pública del centro de la aldea, frente a un pelotón de restauradores armados hasta los dientes. Agachamos la cabeza. Muchos queremos olvidar lo que pasó ese día. Sin embargo, este diario me sigue pidiendo cuentas de lo ocurrido o, al menos, sus páginas me deben servir para llorar por un compañero de causa. Muchos de los nuestros son tratados como una clase baja sin categoría porque según los poderosos no producimos nada comercial que dé ganancias. Tenemos el estigma de ser maltratados cuando nuestros espectáculos se burlan de ellos. Nos tiran nuestras pinturas. Con ayuda de los restauradores queman nuestros libros. La policía frena espectáculos teatrales que denuncien lo que pasa en las cúpulas del gobierno… Algunos solo esperamos la cárcel, la tortura, el exilio o la muerte…
V. Carta de un feliz a su amante.
… No es culpa de nadie. Tal vez solo mía. Perdóname por no poder despedirme de vos. Me recogieron de un parque. Los policías y restauradores estaban requisando a los felices que vivían en la calle. Me confundieron con uno de ellos. Les expliqué que era un poderoso que andaba de fiesta. Desafortunadamente me robaron la billetera y tenía en mi paquete de cigarrillos una dosis de sustancia para ser feliz. No me permitieron hacer llamadas. Voy a ser enviado a rehabilitación a la Isla de la Felicidad. Quizá deba decirte que te quiero y que esta será la última noticia que tendrás de mí. Nunca he sabido de nadie que regrese con vida de ese lugar…
No puedo con la culpa. Cantidades de papeles y artefactos que serán borrados de la memoria, como si nunca hubieran existido en la aldea. Esta fue la labor que nos impusieron las cúpulas poderosas y políticas de Tontilandia, desde tiempos inmemoriales (porque esos recuerdos también han sido modificados o se han perdido),
pero una labor tediosa y de control que se ha agravado con la llegada al poder del fanático y su movimiento restaurador. Como archivista, me limité a obedecer hasta hoy:
a diferencia de mis predecesores que sacrificaron ojos y lenguas para que supiéramos
que esta Tontilandia posiblemente no es más que un holograma en un universo paralelo, sea lo que sea que eso signifique (ignoro a qué se refiere el rumor), prefiero acompañar a los suicidas de la aldea en el puente destinado para eliminarse sin mucha pena… Ignoro cómo otros archivistas cargan con el peso de destruir el rastro de quienes han luchado por cambiar la aldea. Tal vez la respuesta esté en sus conciencias dormidas por los fármacos de los curalocos que siempre me negué a tomar. Tontilandia es nuestra jaula con una única salida: el salto al vacío y la muerte…
Ronald G. Hernández Campos. Escritor costarricense. Nació en San José, en 1989. Graduado en enseñanza del castellano y literatura y filología española (ambas carreras en la Universidad de Costa Rica). Ha publicado textos de narrativa y poesía en diferentes revistas literarias. Es autor de los libro de relatos Libre(ta) de cargas (Editorial Eva, 2017) y La aldea: cuentos y memorias de Tontilandia (Mariposa de Vidrio, 2018).