Cuento | Prueba médica, por Alexis Castro Morales

El grito de la muchacha atravesó cada puerta del pasillo, cada ventana, y se escuchó también en los pisos de arriba y de abajo: Arturo, abre, es urgente. Arturo se acercó descalzo y pegó el ojo a la mirilla, observó un instante y regresó a la laptop. Debía enviar el informe a las cuatro, a más tardar a las cuatro y quince, y ya eran las tres y veinte. Que abras, te he dicho, no seas cobarde. Desde el mediodía, hora en que escribió la primera línea, había avanzado solo la mitad, de modo que intentó concentrarse, pero le resultaba imposible con tanta bulla. No me ignores, carajo, tenemos que hablar.  Se puso de pie otra vez, apartó la silla con cuidado y entró en la cocina. ¡Arturo!

El departamento era un infierno. Toda la ciudad lo era por esas fechas, pero el reducido espacio que alquilaba, en el cuarto piso de un edificio, solía calentarse como un horno. No me hagas esto, por favor. Abrió el refrigerador y empuñó una lata de cerveza. Estaba tan fría que se le adormecieron los dedos. Se frotó con ella la frente y las mejillas. Por Dios, sé hombre. Regresó a la sala con la cerveza y se sentó de nuevo frente a la laptop. Mierda, Arturo. Bebió un trago y escribió tres palabras más. Eres un cobarde. Y ya no pudo seguir. ¡Imbécil!

Se acodó al filo de la mesa y hundió la mirada en el teclado, entre la H y la J. Diez minutos después, cayó en la cuenta de que ya nadie gritaba su nombre. Entonces desdobló el resultado y lo leyó por quinta vez: Positivo. Nada había cambiado: Laura seguía embarazada.

Se calzó las sandalias, caminó con calma hacia la puerta y abrió lentamente. Ahí estaba ella, sentada junto a las escaleras, exhausta. Había gritado tanto. Enseguida se fijó en su vientre. Pronto crecerá, pensó. Y para su sorpresa, había dejado de asustarle la idea. Se acuclilló a su lado, acercó la boca a su oreja y bajo, bien bajito, le dijo Vamos adentro.

Laura saltó al abrir los ojos, como si despertara de una pesadilla. Quiso hablar, pero ya no le quedaba fuerza en la garganta. El único sonido que profirió fue el de su estómago, que refunfuñaba por el hambre. Se había pasado la semana en ayunas, buscando a Arturo, pero él, desde la visita al médico, había estado evitándola. Desapareció ni bien la embarcó en el taxi, en el frontis de la clínica, sin decir “hasta luego” siquiera. Pero era cierto: debían hablar.

Arturo la ayudó a levantarse y regresó con ella al departamento. Descansa, le dijo, mientras se dirigía a la cocina. Y ni bien Laura se sentó en el sofá, cerró los ojos. Cuando Arturo volvió a salir, con dos platos de comida humeante, ya se había quedado dormida. Dejó los platos sobre la mesa y se sentó una vez más frente a la laptop. Aún faltaban quince minutos para las cuatro.

 


Alexis Castro Morales. Es de Trujillo, Perú, y trabaja como periodista.

 

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