Fragmentarios | Todos muertos, por Rodrigo Mora

A la memoria de Pepo y su hermano Lalo.

Mataron a un hombre afuera de mi casa. […] ¿Tembló la mano
del que bordeó la orilla del cadáver? La ciudad, sus banquetas:
un enorme pizarrón. En vez de números se suman cuerpos.
Papeles Falsos. Valeria Luiselli
.

 

Aquí está don Lorenzo después de una vida neutral, sometida, domesticada por las manos inocentes de quien juega sin saberlo; llegó a los 67 años con una úlcera gástrica y a los 70 con cáncer de intestino. El final de esta historia es una calaverita de azúcar y una foto tuya, la felicidad solo es música de fondo.

Lo llevan en una ambulancia dos muertos por arma blanca, el conductor es un baleado en las calles de Ciudad Neza al que reconocen por el tatuaje de araña en su mano izquierda, misma con la que hace sonar la sirena. A un lado del moribundo está su hijo Ramiro, un hombre desaparecido años después en las calles de Villahermosa cuando paseaba con una mulata cubana. La esposa de don Lorenzo ya es un fantasma bellísimo al que le resplandecen las cuencas de los ojos derretidos en la tumba y tiene los tobillos rotos tan blancos como la luna sobre el mar de Baja California. Ahora mismo la recuerda mientras la sangre le chorrea por el intestino delgado. En el hospital lo espera la doctora Fernández que se negó a pagar el derecho de piso cuando se retiró y puso un pequeño restaurante de comida yucateca, la secuestraron y pidieron rescate, cuando les llegó el dinero la mataron, embolsaron y tiraron su cadáver cerca de la carretera hacia Veracruz. Lorenzo se siente bien, sabe que está muriendo y no hace nada por detener este sentimiento que trae atorado desde hace años y que científicamente se llama metástasis.

La doctora Fernández quiere salvar a don Lorenzo y le explica a Ramiro que hay que pelear, don Lorenzo está librando una batalla contra el cáncer. No hay espadas, no hay lanzas o armas químicas, ni sistemas económicos que se superponen con el modelo neoliberal generando una guerra imprecisa y agotadora. Simplemente es don Lorenzo en la cama 322, dormido por la morfina. Han logrado detener la hemorragia pero en cualquier momento puede generarse otra. La enfermera con un mes de embarazo se llama Carmen, se colgó a los 34 años después de que su hijo Fernando muriera ahogado en una pileta con agua intentando alcanzar una moneda de dos pesos en el fondo. Carmesita observa sus signos vitales y le desea buenos días.

Es martes 3 de abril y hay una paz extraña en el hospital; un silencio aterrador, animal, que anida en los pasillos blancos. Setenta veces había sido 3 de abril, setenta veces el presente había recorrido las sombras de los árboles de la alameda y miles de millones de veces más el sol se pasearía por las jacarandas, pero sin la esperanza de encontrar a don Lorenzo caminando hacia el Centro Histórico. Don Lorenzo estaba librando una batalla sin siquiera saberlo, sin siquiera intentarlo. Ramiro estaba con él cuando apareció el guerrero mejor preparado para vencerlo: La hemorragia digestiva. A veces un final es solo eso, le dijo Sara.

Tendrán que abrir a este fantasma, detener la hemorragia y sellarlo como un rib eye. ¡Rápido porque se está desangrando sobre la mesa de operaciones! Duérmanlo para que no sienta su muerte. Usted es anestesióloga, Úrsula, venga a ponerle una de sus inyecciones al muertito; ya sabemos que morirá la próxima semana, prensada en un accidente de auto en La Pera pero ande, venga acá e intente algo, morirse no es culpa. Dejar a tres niños huérfanos no es su culpa.

Don Lorenzo muere el 3 de abril, dormido y destazado en la sala de operaciones. En paz. Rodeado de muertos más feroces y desafortunados que él.

 


Rodrigo Mora. (Ciudad de México, 1996) Estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado cuentos en revistas como Rojo SienaPalabreríasLa liebre de fuego y La Rabia del Axolotl. Es lector de cómics y novelas gráficas. Hoy su canción favorita es “1979” de The Smashing Pumpkins.

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