LA BOLETERÍA
Llevo varias horas haciendo cola y no estoy aburrido ni cansado. El proceso es fluido y ordenado. A pocos metros de la boletería escucho lamentos y frases destempladas. Distingo el panel luminoso que anuncia los sitios a donde uno puede dirigirse: Stand up, Platea y VIP.
Frente a la vendedora no sé qué localidad adquirir. Un hombre canoso, elegante y de finos modales se aproxima y me escudriña con sapiencia. Le explico que por el apuro salí indocumentado y que desconozco el trámite.
—Stand up —dice y me guiña un ojo, bondadosamente.
Agradezco la indicación y recibo el boleto. Abandono el lugar y no sé qué hacer. Una jovencita sonriente se percata de mi desconcierto y me toma del brazo para conducirme hasta el almacén de ropa. Con gestos amables me alcanza la vestimenta que corresponde y aun así me siento tan perdido como al comienzo. La veo alejarse para ayudar a otros.
Un caballero uniformado se da cuenta de mi confusión y me conduce a la zona de camerinos. Dos jóvenes me desnudan y guardan la ropa que llevo puesta. Me visten con cuidado y cuando estoy listo me señalan la ruta hacia Stand up. Los pasadizos están señalizados y es imposible perderse. En el camino hacia la fosa común encontré personas generosas que ayudaron a un cadáver NN, autopsiado y sin velorio. Llego y observo a mis compañeros. Me doy cuenta cómo se han acomodado para no incomodarse. Recibo la primera palada de tierra sobre mi mortaja y quedo en paz.
VISTA INTERIOR
La primera impresión es la que cuenta. Es lo que le ha ocurrido al psiquiatra cuando examinó el interior. Sin temblarle la voz, criticó severamente la precariedad de la infraestructura evaluada. Es una noticia desalentadora para mis intenciones, sobre todo cuando siempre pensé que las jerarquías, organización y procedimientos estaban presentes. El desencanto no solo se circunscribió a esos campos, sino que, también, involucró la esfera psicosomática de los responsables. El examen acucioso de los inquilinos que alquilan mi mente no ha permitido identificar al asesino serial ni al pedófilo y mucho menos al vampiro, el más huidizo de todos.
El psiquiatra insiste en seguir mirando el interior y presionas tanto que he decidido matarte. Mi vampiro protesta al ver cómo le ajusto el nudo de la soga. El pedófilo llora feliz porque sabe que se curará por fin.
Oswaldo Castro Alfaro (Piura, Perú). Médico y administrador de la página Escribideces–Oswaldo Castro. Ha publicado en físico y en más de 30 plataformas, portales y revistas online.