Pieza de un hipnótico lirismo y serenidad formal, el “Homenaje a Cervantes” de José Pablo Moncayo fue interpretado por primera vez en un concierto de 1947 en Bellas Artes; en el cual también se estrenó la obra homónima de su amigo Blas Galindo y otras dedicadas al novelista español, compuestas por Manuel de Falla, Rodolfo Halffter y otros. Moncayo pudo incurrir en un huapango de españoladas y gitanerías, pero nos dejó, en cambio, una obra seria y prodigiosa en su sencillez y expresividad.
Exploración personalísima, el “Homenaje…” de Moncayo contrasta de un modo notable con la producción del “nacionalismo musical” de entonces en numerosos aspectos. Como medio de contraste qué mejor que la obra “gemela” que compuso Blas Galindo: mientras este arregla un galimatías de sarabandas y sainetes rítmicos que nos remiten sin dudas —pero sin sorpresas— al ajetreo que signó al Manco de Lepanto y sus personajes, consuetudinariamente envueltos en naufragios, lances de piratas y moros, Moncayo nos convidó una melodía perseverante y heráldica, mansa, aparentemente ajena al “objeto cultural” que cuando vivía se llamó Cervantes. No hay mármoles gélidos ahí, ni brindis impertinentes, sino una ofrenda elemental de agua, hierbas y laja.
No tengo ningún motivo para afirmarlo, pero me gusta pensar que Moncayo entendió por una vez cómo respiraba el Príncipe de los Ingenios o que practicó en música el ejercicio absurdo —pero sincero— del Pierre Menard de Borges: desesperar de la cosa–Cervantes, cuya gloria (que “es una incomprensión y quizá la peor”) nos impide ver a los ojos a Miguel, el hombre que guerreó en Lepanto junto al Marqués de Santa Cruz para defender una fe, cayó en cautiverio en Argel y aún le quedó inocencia y alguna sonrisa agridulce para echar al mundo a Don Quixote, rara criatura.
La partitura convoca a dos oboes y orquesta de cuerdas, un ensamble preciso y dulce. Con una melodía mínima, una orquestación puntual y acaso ningún hipertexto castellano o morisco que le prestara un colorante artificial al tema, Moncayo urde un mensaje profundo y digno, sin aspavientos, como si se tratara de la voz de un elemento de la naturaleza demasiado antiguo.
Aunque la obra es breve, incluye un efecto de infinitud sugerido por la extinción repentina del sonido, que deja inconclusa una enésima vuelta de la melodía principal. En la mente de quien la escucha queda aún por un momento la inercia de la frase, que exige ser completada, es decir, que te involucra irresistiblemente en el “Homenaje…”.
[Fotografía tomada de https://bit.ly/2KBlSBs%5D
Silvano Cantú es, en su lado A, defensor de derechos humanos y dirige el Laboratorio de Innovación para la Paz, A.C. Pero tiene un Lado B: es melómano crónico, ilustrador, acecha textos desprevenidos y, como buen regio, es fanático de la carne asada.
Twitter: @silvanocantu
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