Fughetta #4: Para una microfísica de la hostia, sobre el “Ave Verum Corpus” (K. 618) de Wolfgang Amadeus Mozart (1791)

 

Este himno eucarístico alaba la conversión del cuerpo de Cristo en hostia y tuvo la gracia de transustanciarse en numerosas partituras célebres, dos de las cuales son filiales del texto mozartiano que aquí reseño y que son, primeramente, la reducción pianística que Franz Liszt bautizó “Evocation à la Chapelle Sixtine” y, su correspondiente asunción orquestal en la suite Mozartiana, de Tchaikovski.

La parte vocal celebra al verdadero cuerpo de Cristo, nacido de virgen, atormentado por sus sacrificadores y ofertado como “praegustatum in mortis examine” (anticipo en el juicio de la muerte). Pese al recuento aciago, este himno se reconoce tradicionalmente como un llamado al consuelo para los que llevan al templo sus dolores; por lo que conmueve recordar que el compositor emprendió su musicalización seis meses antes de morir, cuando también arreglaba el “Requiem en Re menor” y su cuerpo y mundo se impregnaban del vértigo del final.

Con todo, ningún eco intimidatorio en la liturgia o la biografía alcanza a esta breve y hermosa obra, que parece consagrada a un dramatismo sereno, bien anotado al inicio del pautado bajo el signo sotto voce, así como a la dulce sensación de reconciliarse —mediante la comunión o la audición— con un universo de armonías recónditas y luz flotante de estrellas.

* * *

En la doctrina católica, la resurrección es tan universal como la buena conducta, pero la transubstanciación corresponde solo a uno: el Cristo, cuya carne está en el pan de la comunión y cuya sangre, en el vino. En la doctrina química moderna, el comportamiento moral no incide en el principio conforme al cual la materia no se crea ni se destruye, únicamente se transforma. La doctrina termodinámica agrega la irreversibilidad del desorden de un sistema; por ejemplo, un cuerpo humano. Bajo estas luces puede afirmarse que la ciencia moderna predica la imposibilidad de la resurrección de un mismo cuerpo tras su descomposición en la muerte, en tanto que la transubstanciación de todo cuerpo en otro es el destino universal. Quizás este cuerpo hecho de todos los cuerpos —el Universo— sea el Verdadero, al que Mozart quiso cantar, pero cuya existencia solo pudo atribuir al espíritu que se anima tras ciertos discos de harina traslúcida, blasfemados ab aeterno por todos los átomos del mundo. Visto así, el “Verdadero Cuerpo”, hecho de átomos que también fueron contemporáneos de Cristo, es el de la hostia lisa y llana.

 


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Silvano Cantú es, en su lado A, defensor de derechos humanos y dirige el Laboratorio de Innovación para la Paz, A.C. Pero tiene un Lado B: es melómano crónico, ilustrador, acecha textos desprevenidos y, como buen regio, es fanático de la carne asada.

Twitter: @silvanocantu

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