Reseña | Un retrato fuera de foco: Chicuarotes

– Director: Gael García Bernal.
– Guión: Augusto Mendoza.
– Fotografía: Juan Pablo Ramírez Ibañezo.
– Reparto: Benny Emmanuel, Gabriel Carbajal, Leidi Gutiérrez, Dolores Heredia, Enoc Leaño, Daniel Giménez Cacho, Ricardo Abarca, Pedro Joaquín, Esmeralda Ortiz.
– Música original: Jacobo Lieberman, Leonardo Heiblum.
– Productora: La Corriente del Golfo, Cinematográfica Amaranto.

El segundo largometraje del actor Gael García Bernal, Chicuarotes pretende ser una fotografía nítida de una de las tantas realidades por las que México y su gente pasa por este momento, pero termina convirtiéndose en un retrato a carboncillo desdibujado.

Me gustaría empezar esta reseña con una confesión: no odio esta película ni pienso que sea necesariamente mala, mas no creo que merezca títulos cómo “Una realidad mexicana”, entre otros, pues, como todo en la vida, tiene sus fallas.

El argumento del filme es el siguiente: El Cagalera (Benny Emmanuel) y el Moloteco (Gabriel Carbajal) son dos amigos que viven en el pueblo xochimilca de San Gregorio de Atlapulco (cuyo gentilicio es “Chicuarote”) el cual, como muchas partes de nuestro país, está inmerso en la violencia e inseguridad, el crimen, la injusticia y la pobreza. Estos dos amigos tratan de sobrevivir el día a día haciendo rutinas cómicas vestidos de payasos en los peseros o, en el peor de los casos, robando a los mismos. Estas situaciones se irán repitiendo hasta que, en un momento de iluminación, al Cagalera se le ocurre una idea para ganar el suficiente dinero para poder salir de su barrio, la cual, terminará por hundirlos completamente.

Empecemos con los aspectos técnicos, que son los que menos causan polémicas. La fotografía de esta cinta está bastante bien lograda. No hay casi una toma estática, cosa que le ayuda a la película a ser más dinámica y le otorga una sensación de constante incertidumbre en la cual viven los protagonistas. Además, la representación que se le da a estos lugares que normalmente son dejados a un lado mediante la cámara es bastante bella. En la pantalla se ve el puro y real San Gregorio de Atlapulco (bueno, fragmentos del pueblo, para ser más concisos), además de otros lugares como la tan famosa calzada de Tlalpan.

La música, aunque no es abundante, igualmente podría ser otro punto a favor de la película. Compuesta principalmente de un theremin, instrumento bastante inusual como para una cinta de este estilo, consigue ser el catalizador de muchos momentos al igual que, en otros, es usada para darle un dramatismo exagerado e innecesario. Por desgracia, la película empieza a caer en estos tópicos después de la mitad, pero eso se hablará un poco más adelante.

La actuación es uno de los elementos más fuertes de la cinta de García Bernal, puesto que es bastante buena en la generalidad. Tuve varias y gratas sorpresas, sobre todo con los Chicuarotes protagonistas. A Benny Emmanuel (el Cagalera) ya lo había visto antes, solo que en un deficiente producto televisivo llamado La CQ. Su ejecución es bastante carismática y viva. Su personaje logra tener unos rasgos bien definidos, por ejemplo, el más notorio, su forma de hablar. Sin embargo, en la segunda parte de la película, debido al extraño cambio de tono de la misma, su actuación se empieza a ver forzada y, en momentos, no creíble. Ahora, el segundo chicuarote, Gabriel Carbajal, quien, de hecho, no es actor profesional, es en mi opinión quien se lleva la película. Aunque no cuente con muchos diálogos, su interpretación es óptima. Lo que no hace el discurso y la faramalla, lo hacen las simples expresiones monosilábicas o los cambios en la mirada.

Ahora, la película en su totalidad tiene un gran defecto el cual creo que, por desgracia, afecta a toda la producción: La dirección. Podría decir que la primera parte de este largometraje es muy buena, te atrapa al instante, no se reserva ni censura y entrega una historia tanto interesante como cercana a nosotros. La segunda mitad, por otra parte, toma todo esto y lo resuelve mediante el más simple y trillado melodrama. La manera en la que se resuelven las problemáticas planteadas deja bastante que desear, pues, aunque la conclusión es cruda y violenta (cosa que, dados nuestros estándares actuales, no es algo que aporte algo significativo a la producción), no deja de ser la elección más fácil y, sobre todo, más escogida a lo largo del cine mexicano. Es inevitable señalar que este filme cae en los mismos tópicos de los que la cinematografía mexicana se ha alimentado desde su época dorada: los personajes miserables (en todos los sentidos posibles), la esperanza de salir adelante, el evento fatídico que cambia la vida de los personajes y el inevitable final funesto. Toda esa fórmula es ejecutada en Chicuarotes de una manera ya cansada y predecible. Al parecer, Gabriel García Bernal se fue con el camino más seguro, el que conecta más con todo el público y que termina por sentirse, de alguna manera, más “mexicano”.

El discurso de Chicuarotes puede ser realmente atemporal, eso lo tiene ganado. Y es ese mismo discurso lo que le da más fuerza a la película, sin embargo, la ejecución termina por ser lo mismo de siempre. A una denuncia, una protesta, quizá hasta un esbozo de la realidad puede llegar esta película pero no merece el título de “retrato”. Chicuarotes a lo que más se aproxima es a un largometraje complaciente, seguro y hasta algo pretencioso.


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Enrique García Moreno (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Portuguesas (simón, existe) y de Actuación. Melómano de profesión y cinéfilo de oficio. Escribe poesía vermelha y prosa. Ha participado en varios concursos de relato como el Juan Rulfo o el Luis Arturo Ramos de la Universidad Veracruzana.

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