- Director: Ari Aster.
- Guión: Ari Aster.
- Edición: Lucian Johnston, Jennifer Lame.
- Fotografía: Pawel Pogorzelski.
- Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, William, Jackson Harper, Vilhelm Blomgren, Will Poulter.
- Producción: Lars Knudsen y Patrik Andersson.
- Compañía productora: A24, Parts & Labor, B-Reel Films.
Puedo objetar, sin temor a exagerar, que esta filme no es como una alarma a las 12 de la noche, intempestivo e inesperado; al contrario, es ese constante temor a la muerte, al olvido, a la soledad… fijo y perpetuo. Un miedo que carcome por que sabes que ocurrirá inevitablemente.
Creo que es pertinente sugerir que Midsommar es una de las mejores películas de terror de nuestra presente década. Un juicio algo severo tal vez, pero bien fundado en la totalidad de esta producción.
Antes de continuar, quisiera manifestar que esta película no es perfecta, excelsa ni impecable. Tiene varios aspectos que la detienen de ser una obra maestra. Sin embargo, aún con esos fallos y matices, el segundo largometraje de Ari Aster es mejor que la suma de sus partes. Al menos, la experiencia total.
El argumento es simple y podría caer en un lugar ya bastante habitado por este tipo de películas: Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) son una pareja codependiente al borde del colapso. Christian, novio distante, se queja con sus amigos de lo pesada que se ha vuelto su relación y, además, les comenta que pronto la va a dejar. Dani, por otra parte, es una chica insegura, que va hasta las últimas consecuencias para que su relación no termine. El grupo de amigos de Christian junto con él planean un viaje a una comunidad de Suecia y, antes de que este se lleve a cabo, Dani tiene una desgracia familiar. La pareja decide (a regañadientes) que una forma de ayudar a Dani es que acompañe a Christian y a sus amigos a Suecia. Aquí, indudablemente, es cuando todo se pone raro. Si bien el argumento en general es convincente, también es algo que ya se ha visto bastante. La situación de “extranjeros llegan a una comuna pagana y todo sale mal” es un recurso ya oxidado, pero que no deja de sorprender. Aquí tengo que hacer un breve paréntesis el cual, según mi opinión, es de los grandes fallos del filme: la premisa del acontecimiento funesto del personaje interpretado por Florence Pugh, al principio de la película, parece ser que va a tener importancia a lo largo de la película; no obstante, la realidad es otra. No solamente se deja a un lado esta desgracia que sirve como catalizador para que la historia progrese, sino que, después de la mitad del filme, parecería que netamente se le olvidó al director. No se vuelve a tocar, ni mucho menos a mencionar. Es un descuido que afecta de manera considerable a la totalidad de la narrativa. Eso sí, tengo que admitir que la escena introductoria (en la cual sucede la desgracia de Dani) es de las mejores que he visto. La música junto con el travelling que se va acercando poco a poco a la pareja y, de postre, los sollozos de Dani generan una máxima tensión exquisita.
La actuación en la generalidad es buena. Tengo que resaltan sin lugar a dudas el trabajo de Florence Pugh, pues demuestra una fragilidad e inestabilidad ante la cámara que es verdaderamente difícil de conseguir. Su expresión es tan fuerte como para causar un malestar en el espectador. Jack Reynor también entrega una buena ejecución, sobretodo en las escenas donde su personaje está drogado, pues el lenguaje corporal que emplea es justo y necesario para una situación así. Otro actor sobresaliente es Will Poulter quien en verdad puede caer en el hígado en algunas escenas. Ahora bien, este personaje creo que sufre del “mal de la película de terror”: es muy arquetípico; de nuevo, un recurso ya mil veces ejecutado. Desde su presentación sabes que va a ser el “buscapleitos impertinente” que casi todos los largometrajes de este género tienen.
La banda sonora, compuesta por Bobby Krlic (mejor conocido como The Haxan Cloax), si bien podría catalogarse como propia para un filme de terror, cumple el objetivo de acompañar la acción y darle un grado de fermentación con el que las emociones de las secuencias se acrecientan. Recomiendo mucho escuchar esta banda sonora para leer.
Ahora, vamos con el aspecto que creo es el mejor de todo Midsommar: la manera en que está grabada. Toda la fotografía es bellísima. Los encuadres de la población en donde se desarrolla casi toda la historia, la simetría de las casas y las ceremonias que ahí dan lugar, la paleta de colores que es usada de unos tonos tipo pastel y la utilización de luz natural. Es una verdadera harmonía. También hay que destacar la manera en la que el lenguaje cinematográfico es usado en esta película. Desde los movimientos suaves que le dan paz a la cinta, hasta la inversión de la imagen por completo, que son perfectos indicadores de problemas. Creo que todo esto podría ejemplificarse en una escena particular: el sacrificio. Sin querer dar ningún spoiler mayor, este momento creo que es la cumbre de Midsommar. Las tomas son preciosas. No exagero al decir que lloré (por estrés, claro) en esta secuencia. El oxímoron creado en la pantalla es único. Por un lado está el esplendor espiritual de una milenaria tradición, acompañado de cielos azules, ropas nevosas y gente que parece sacada de un cuento de los Moomins. Y por el otro, está el terrible destino, sangre (explícita) y muerte. El único inconveniente es que este ápice sucede en la mitad de la película, demasiado pronto. La consecuencia es que los demás acontecimientos enflaquecen un poco a comparación de este. Y esto tiene que ver con el último punto que quiero tocar en esta reseña: el ritmo.
Me he topado con varias personas y críticas que coinciden en este mismo punto. Y, lo único que puedo hacer, es sumarme a este grupo. Si bien creo que no es un gran inconveniente que la velocidad del largometraje sea lento, también me parece que es algo que puede alejar y dividir al público. Puedo confesar que la única parte que sentí exageradamente larga y cansada fue el final. Se toma tiempo de más para que esta historia concluya. La tensión al principio es fuerte, pero termina por acabarse cuando, a los 10 minutos de toda la secuencia, los personajes apenas se mueven de lugar. Creo que este factor es, por gracia o desgracia, algo fundamental para considerar ver o no Midsommar.
El último filme de Ari Aster, si bien no es un telar sin poros, una canto sin desafinar, logra transmitir efectivamente sensaciones de inquietud y terror al público. Creo que el mayor logro de este trabajo es el cómo lo hace: entra a un lugar que quizá ya sea muy familiar para los espectadores, pero reimaginándolo. Pues, al contrario de la generalidad de sus parientes, Midsommar no ocurre en el ya mil veces sótano tenebroso, sino a plena luz del día. A veces, el horror está en el paraíso.
[Imagen tomada de https://bit.ly/2pcWAjX%5D
Enrique García Moreno (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Portuguesas (simón, existe) y de Actuación. Melómano de profesión y cinéfilo de oficio. Escribe poesía vermelha y prosa. Ha participado en varios concursos de relato como el Juan Rulfo o el Luis Arturo Ramos de la Universidad Veracruzana.