Cuatro microrrelatos de Nieves Pascual

Incredulidad de la mujer crédula

La mujer llama por enésima vez esa mañana a un servicio de tarot. Pregunta:
—¿Mi marido me engaña?
—Veamos. ¿Derecha o izquierda?
—Derecha.
La tarotista baraja las cartas que suenan como el coleteo de un pez en la red de un pescador.
—Mis cartas me dicen que su marido es, en efecto, un canalla.
—Entonces, ¿es seguro?
—No hay nada seguro en esta vida.
A la mujer se le llenan los ojos de lágrimas. Se las traga. Después pregunta secamente:
—¿Es quien yo creo que es?
—Sin duda.
—¿Y qué puedo hacer?
—Lo más práctico es un hechizo de amor.
—No me asuste… ¿Pero eso funciona?
—Quédese tranquila. Apunte.

La mujer crédula apunta. Primero, comprar dos velas rosas y una blanca. Segundo, con alfiler escribir en la blanca deseo de fidelidad y en las rosas su nombre y el del canalla. Tercero, recoger agua de lluvia en un cazo. Cuarto, hervir con pétalos de orquídea roja, tres vellos púbicos y tres gotas de sangre del anular izquierdo del susodicho. Quinto, colocar las velas rosas a cada lado del cazo y la blanca en la punta. Sexto, encender con cerilla de madera. Séptimo, echar cera en agua y poner el agua en una botellita. Octavo, llevar la botellita encima durante nueve días.  Noveno, verter por el váter. Así volverá a ser fiel.

La mujer cuelga, llora un rato más. Una vez se seca las lágrimas busca el teléfono de, aún, otro servicio de tarot. Llama y pregunta:
—¿Mi marido me engaña?

La muerte tiene un precio

El veterinario de la clínica de resurrección no me recomendó devolver la vida a Toby.

—Ciertamente, cabe la posibilidad de hacerlo, pero considerando que el can está viejo y achacoso casi no vale la pena. Podría dañarla, de nuevo, en el proceso. Aún si sale bien, es probable que sus arritmias cardiacas se lo lleven por delante en un futuro cercano. Luego, debe considerar los posibles cambios de personalidad. La muerte siempre tiene un precio. Pienso que necesita un nuevo perro —dijo, abriendo la boca en una sonrisa esquiva.
—Supongo —dije.
—En cualquier caso, ha de decidirlo pronto, mientras el cuerpo está aún caliente.
Con esas, se levantó y entró en la sala contigua donde el pobre Toby yacía abierto en canal todo lo largo y ancho que era sobre la mesa de operaciones.

A decir verdad, lo de la personalidad no me preocupaba. Si de algo carecía Toby era de personalidad, quizá por su baja autoestima. Antes de él fue Atilita, tan desleal, deshonesto y agresivo como un gato. A ese sí que nunca me planteé resucitarlo.

De Toby todavía recordaba el día cuando, siendo cachorro, al sonar el teléfono, se abalanzó a descolgarlo. Al final, tuve que erradicar ese hábito y el de traerme las zapatillas porque era muy baboso. Darme la pata, rodar por el suelo y recoger cuantas pelotas le lanzara lo hacía a las mil maravillas. Con la edad le costaba, pero igual lo intentaba.

Fueron esas memorias de Toby las que me decidieron a resucitarlo.

Al principio —le ocurre a todos los perros resucitados—, Toby no se hallaba. Se le doblaban las patas. A ratos se desorientaba y lloraba mucho, como si lamentara su propia muerte. Luego, perdió la memoria de quien había sido y la sumisión de su anterior vida cedió a la agresividad. Incluso, se le acható el morro y se le achinaron los ojos.

—¿Puede ser que usted resucitara al perro equivocado? —pregunté al veterinario por teléfono. Me pareció oírle encender un puro.
—Ya le dije que la muerte tiene un precio. Yo solo me ocupo de los cuerpos.

Toby
Omar Felipe Martínez
Plumones
15 x 10 cm

Solo un enemigo

 Antes de morir, tras despedirse de los amigos que rodeaban su lecho, el viejo Don Luis del Puente pidió el teléfono y marcó el número de su único enemigo.

—Estoy moribundo —dijo.
Al otro lado de la línea, su enemigo se quedó de una pieza.
—Quiero marchar en paz y he decidido perdonarte.
El enemigo no contestó.

Don Luis colgó y escuchó a uno de sus amigos decirle a otro:
—Es un ejemplo a seguir.
—Ni que lo digas. Un santo.
Entonces, con una gran sonrisa de satisfacción en la cara, Don Luis murió.

Inmediatamente, el enemigo puso fin a su vida, sin tiempo de pensar que más le hubiera valido no odiar solo a Don Luis.

Tres reglas

 —No te lo tomes a mal, Jesús, por favor, pero ya no te quiero.
—Lo sé, Anita. Yo tampoco siento nada.

El matrimonio de ancianos estaba sentado a la mesa de la cocina frente al almuerzo. Era un día lluvioso y entraba una luz mortecina por la ventana. Anita jugaba con la comida. Jesús empezó a comer sin ganas. Tras un par de bocados paró.

—Sinceramente, yo no tengo fuerzas de meterme en un proceso de divorcio.
—Tampoco yo, pero deberíamos hacerlo. He estado dándole vueltas. Al menos nos quedan veinte años de vida.
—¿Qué propones entonces? —preguntó él, tomando otro bocado.
—Tres reglas.
—¿De convivencia? Considerando la situación, creo que convivimos bastante bien. Hay respeto.
—Ese es el problema. Nos va a costar, pero hemos de esforzarnos —dijo Anita, que se levantó a recoger la mesa.

Ella fregó los cacharros. Él los secó. Luego se fueron al salón y se acomodaron en los butacones delante del televisor.
—¿Lo de siempre? —preguntó ella, cogiendo el mando.
—Sí, gracias —respondió Jesús.

Cuando terminó la programación de la tarde, ella dijo:
—Primera regla: usar un lenguaje irrespetuoso. Se acabaron los por favores, las gracias y los lo siento. Nada de amabilidad ni de cortesía. Sería bueno también empezar a usar las obscenidades que aprendemos de la tele.
—Pero ¿para qué vamos a hacer esa barbaridad?
—Segunda regla: comportarse de forma irreverente. No hace falta ducharse todos los días, ni vestirse de domingo, ni caminar por las mañanas, ni hacer una dieta saludable.
—No entiendo, Anita. ¿Quieres que me ponga gordo y encima huela?
—Tercera regla: asumir vicios. Yo, por mi parte, me voy a poner a fumar desde mañana mismo.
—Sabes que detesto el tabaco.
—Por eso.
—¿Qué te propones? ¿Qué se consigue con eso?
—Por favor, Jesús, sígueme la corriente.
Él asintió con la cabeza y, apático, alzó los hombros.

Al mes, la convivencia se hizo insostenible. A los dos meses, llegaron a odiarse tanto que sacaron la energía de divorciarse. Anita tenía razón. Vivieron otros veinte años.


NIEVES PASCUAL 2018 jpg

Texto: Nieves Pascual (Climax Springs, MO. EE.UU., 1966). Catedrática acreditada de Filología Inglesa. Actualmente, enseña online para la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Valencia. Ha publicado múltiples ensayos y libros de carácter académico, así como relatos en revistas de creación literaria (Baquiana, Brevilla Letralia, MicroscopíasAsparkíaRelatos sin Contrato).


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Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración.
Instagram: Omr_ilustración
Facebook: Omrilustración

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