Tres poemas de Raul Reyes

A falta de tiempo, velocidad

Sueño y respiro. Respiran sobre mi hombro
que avanza por el mar de cuerpo. Inmerso
en la llamarada verde atravieso el adoquín mojado.
Ojos muertos pisan como aleteos de rana sin
darse cuenta llevan más de cien horas de viaje.

La señora de verde se alza, como burbuja seca
en el pantano de luces táctiles. Luciérnagas
de ojos vigilantes. Irises superficiales: sandeces
con ventanitas y fotos
“ay, qué guapa” la señora murmulla
o no era ella y era el joven de junto
que esta noche habré de olvidar, enredado en sábanas
cargadas de sueños de calles y de inabarcables sopores
vaivenes que me devuelven al instante de captura fútil
belleza verde pronto perdida.

El joven es de ojos casi negros, café de roble enfrentado a la noche que
a mis pesadillas es el sueño pantano del día y me mira
siempre sin ver no ve más que la espalda delgada de la joven idiota
que usa pantalón por temor a la falda. Es la noche de
hombres grises que tararean prisa y aprovechan las más de
cien horas de esa travesía inútil. Todo sea por hambre.

Las venas me pulsan, las procuro levantar pero mis sueños son
de carboncillo; pintan la sangre de negro.
En el camión hay ventanas que no dan a ninguna parte.
La gran travesía sigue: suben y bajan figuras
perfiles bien delineados que se ríen con mofa de mi delirio.
El sopor me asesta rachas de sed.

La catarata aún está lejos, viajo sobre ríos de torbellinos y altos.
Flujos de metal empedernidos en llegar el cielo.
La llamarada verde es un bólido
y el 10 no se encuentra lejos.

Pido de favor bajada pero es una pesadilla.
El hombre me acosa con su boca llena de algas
—de petrificadas nauseas— voraces por elidirse a sí mismo.
Devenir solo otro, ninguno, la niña privada que chatea
casi no tiene aire.

Con las venas ardiendo de negro: al fuego hiriente del gesto innombrable
ni siquiera de tedio, busco entre mis agujeros pero no hay monedas
que dar a los tristes paseantes; su piel no tiene fisura.
Tintinean tantas campanas y en sus ojos solo miseria.

He vivido sueños antiguos comienzo a decirme e incluso lo creo
por ese instante —casi de foto— de iluminación
pero en verdad no es nada me repiten
repite todos los días pobreza.

 

Periferia
1era etapa: Apertura

En la periferia. Siempre en la periferia, corriendo detrás de matraces y de escuelas donde ocultar unos rostros.

Se buscan las verdades, a medias, debajo de los inciertos ojos de un monstruo que acaba por devorarnos a todos: de debajo de las sábanas, de entre nuestros rituales, de donde vinimos a escondernos.

En ese ambiente, donde todo se mira siempre de frente, aparece la verdad como centro desde donde fluye una pulpa, como la del mango, y nuestros pies están cansados, pero continuamos así.
Sobre todo en círculos, en caídas de niveles, brincando sobre puntos cada vez más distantes. Entre más centro más periferia. Fluye,
nuestra carne fluye,
como queriendo arrancar corazones,
buscando clavar su flor donde no hay nada.
Buscando arrepentirse de unos pecados que jamás se cometerían.

No sé, me encanta decir no sé, porque entonces floto, barca libre, como hoja llevada por el mar, debajo de huracanes y sobre 500 mareas: hallando presas que no son más que peces multicolor, pero que se parecen a flautas, medusas, mórbides, urbes gigantescas que atestan los cielos.

Para un singular velo de lágrimas requiero de una gente, gente que no veo, que se cobija detrás de pantallas, como yo lo hago. Pero son tantas las cobijas desiertas, que más parecen harapos, luces, sombras, puercos que se arrastran como lamentos al anochecer, y tocan puertas pidiendo limosnas. Más parecen mendigos, pobres, desilusionados que se arrastran en las afueras del metro, sobre las calles, donde se untan cicatrices que nunca he tenido. No. Quizá sí, seguro que mañana, por si fuera a alguna vez a decirse, que quise siempre decir lo mismo: no lo es, no lo hubo, no lo habrá. No lo tengo, lo he perdido, no tengo ningún secreto.

Yo. Yo. Me encamino al útero de donde provengo, para retorcerme en las pálidas aguas de la inconsistencia. Me devuelvo a las lagunas verdes que soplan para acallar a los árboles tan grandes que parecerían calamares de estrellas. Me asomo al arrecife de cuarzo verduzco, donde revolotean tanto silencios como sueños jamás proferidos, siempre soñados, como bestias de brazos multicolor. Electrólisis fosforescente. Vacuo principio inmanente.

 

2nda etapa: El entierro. El destierro. La pregunta

¿Sabrá alguna vez que ella ha existido: la Nada ¿Lo hace en mí? ¿Pregunto sin desear respuestas? ¿Sobre qué deambulo? ¿Por qué no pregunto en serio? ¿Por qué no pregunto de frente a mi miedo: qué soy? ¿seré escritor, un personaje, seré nada?
Hablo. Produzco. Actúo como un gobernador.
Me desdigo. Borro la cinta. La Nada es mi deseo.

Nada. Cuerpo torpe. Torpeza sin límites. Otra vez hay que decirlo todo. Todo se dice. Se toca todo. La Nada no es nada sin el todo.

Drama más fuerte que el del ser
¿El Todo o la nada?                                                              —no, otras palabras
¿Pero el Ser es No-Ser? No pueden ser el mismo y tener distintas palabras.
¿El Todo es la Nada?                                                            —no, ellas se engendran
¿Pero lo engendrado se engendra? No pueden ser distintos y tener distintas palabras
¿La Nada nadea?                                                                  —no, ella no se mueve
¿Pero nadear es nadar en círculos? No pueden ser indistintos y no tener una palabra
¿El Todo todo?                                                                                  De nada sirve repetir.

Pongo mi intelecto al servicio de una que se encapucha y permanece a mi izquierda.
Lo he puesto allí para que me lo cuide y lo conserve lejos de lo que es absurdo y se anhela, pero la del esquinazo solo lo ha corrompido; lo hace encontrarse a sí mismo detrás de miles de espejos. Lo ha vuelto una larva que no acaba por devorar más que a su propio cuerpo.

Y no obstante, lo distinto es distintivo. Lo que se distingue se empodera. Lo que irrumpe implanta una red y su artificio. El artificio se recrea en su propia artificialidad.

Fuego. Fuego a lo que toque y manche. Fuego de artificio a lo que hunda sus lenguas dentro de mil cavidades, para que no haya más que respirar esa lava hedionda. Fuego para el hartazgo de conservar una misma lengua. Poros, de calor poros que fundan entrañas para que no reaparezcan como lo que eran. Hartazgo de los artificios de juego, que no irrumpen en polvaredas de llamas o en arranques de infierno.

Será polvo acorazado de hierro, catre hundido de perdición previo a las cenizas. Formas hilarantes que se deshilachan para mostrar su carne.

Sí. Dense un festín. Está tibia, la piel apenas está muerta, y la sangre gorjea, irrumpiendo de pulso aquello que está destinado a no ser, lanzando esos últimos litros, esas últimas líneas rojas, esas últimas escrituras calientes. Sí. Chupen, laman, llénense los dedos del líquido borbojeante y úntense de escarlata el rostro mientras se asfixian de herida por donde sopla un alma espesa, tibia, con ganas de penetrar sus cuerpos. Escúchense. Déjense invadir por la marea que hace de la muerta blanca un cuerpo burbujeante, y de las páginas un susurro de tragedia. ¿Lo escuchan? ¿Oyen gemir a las letras, que nada saben de esa muerta? Ellas sí viven. Bebamos. Nosotros cazamos a las muertas.

 

3era etapa: La duda por el sentido

Vienen y van. Digo que estoy solo y acabo con muchísima gente. Me mezclo y en verdad ando solo. Vienen y van, las letras, como se van los orificios al convertirse de nuevo en pared, cerradura, como se va un ornitorrinco y vuelve convertido en orco repulsivo.
Vienen y van, las quiero llamar difuntas, lastres, historia, producto de una mente demasiado inquieta y se afanan con una cabeza que solo quisiera salir de ellas.
Vienen y van, encuentro silencios cuando menos los espero, pierdo algunos que sé que merecía. Rara vez no me esquivan los finales.
Vienen y van

 

4ta etapa: El sueño

Como en una competencia. Ahí están los jueces, allí las medallas. Se sabe que es la última participación. Se espera todo y nada de ella. No se sabe por qué, pero es así, es importante participar pero se preferiría no hacerlo.

Hay de todo en esa competencia: listones, leopardos, músculos, giros, polvo en la cabeza.
Madres, padres, incluso algunas abuelas. Hay televisión, internet y mancuernas.
Muchos aparatos, muchas hazañas, ni se recuerda cómo se estuvo en ellas. Es una competencia y lo único que cuenta es el final. Sudan las manos. Tiemblan las piernas. Un cuerpo escuálido busca a su madre entre las gradas y no la encuentra. Pero detrás hay un espejo enorme, que lo refleja a todo él, y desde donde mira el destello de las lentes. Los jueces aún escriben. El niño aún está parado y no sabe bien qué hacer, solo que se aproxima el aparato. El aparato es un caballo y hay una pista roja que conduce a él. En el caballo se brinca y se asciende al cielo. En el cielo se gira y cuando se cae se es una estrella. Con las estrellas ni siquiera el destello del lente compite.

Hay una competencia. Hay un ganador. Hay toda una bola de derrotados, de hechos paliza, de arrastrantes en el suelo; pero hay una pista roja.

La pista roja ahora es para él. La pista roja ahora es para que él la transite. La pista roja es la que lo llevará al caballo, a ese cuerpo escualo y a esas manos goteando. Sordo. El ambiente apesta a gritos de contrincantes y a chiflidos de muchachas poco cuerdas. Hay ochocientas gentes en el recinto y el ambiente dista de frío. Todos sudamos, las gotas resbalan por las pantorrillas. Las gotas se meten por las axilas. Las gotas impregnan todo colchón. La pista roja también tiene gotas. Los jueces tienen gotas y miran al muchacho parado que parece perdido, le hacen señas. Los jueces reciben un saludo que parecía digno y escuchan a los pequeños pies posarse al inicio de la línea. Es la carrera. Se preguntan si se necesitan disparos.

Todo el mundo se ha callado o eso parece, pues las bocas grotescas pasan en una película muda y las gaseosas de los modestos ya no suenan con sus ruidos obscenos. Solo se escuchan los pies del joven de alguna piel y se escucha su único grito y el latido de su corazón. Parece que corre pero el niño está como si no se moviera, transportándose con furia contra las barreras del pensamiento. Parece para los jueces una sonrisa incierta. Las manos en la magnesia. Los compañeros detrás. El cuerpo de frente. La mirada norte.

Corre. El niño con magnesia corre. Por la pista roja hacia su caballo. Desde el botador hasta la mujer desierta. Desde el inicio hasta su muerte.

 

Negro en la hoja

I

Hoy ha muerto
De hambre o difteria; no importa.
Abundante su ropa manchada,
su gesto en silencio
la tapa entreabierta.

Hoy ha muerto.
Me ven y sonríen,
hacen compasión y pierden tiempo.
Abrazan y no tocan
mi mejilla y lloran.

Hoy ha muerto
cada vez más muerto
pésames; sin duda pesados.
todos lloran y no yo.

II

El color se fragmenta, direcciona
leves lamentos de pájaros con plumas
que hacen solo siluetas.

Pienso en un estanque casi de noche,
mientras menos ruido hace.
Por poco el estanque está sin olas calmo
pero aún no logra asentarse, acostumbrarse
a la ausencia de ruido
despojo del brillo.

IV

Sueños,
recogidos con ocio sueños
apenas marcas
en la piel cristales
voces y locura.

Los años se vuelven añejos
o incluso niños
eso, de lo que cuelga la misma falta.

La muerte lenta come rostros
y lame orquídeas
energumen de luz.
¿Qué color ven los hombres ciegos?

Sigo a un jaguar en la jungla.
Mientras repito palabras de mar.

VII

Me gusta sentarme a mirar
los hilachos blancos
la hilera que bate la costa.

Me gusta sentarme a mirar
a las palabras marinas que buscan tierra
a los gritos de brisa.

Me gusta estar quieto para
que el viento me bese al pasar
me haga sentir también una hoja.

 


Raul Reyes, “El Pajarraco” (Ahuatepec, Morelos, 1992). Nacido de una madre adicta a la lectura, no tuvo más remedio que leer desde una tierna edad. Las palabras hicieron mella en el ser que apenas se formaba. Estudió para convertirse en científico. Terminó la carrera casi al tiempo en que constataba que eso no le hacía sentir pleno. Se perdió.
Escribió, viajó, de nuevo se perdió. Escribe para encontrarse.

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