Dedico esta columna a las mujeres que han elegido al futbol como bandera de lucha feminista y a la memoria de una talentosa futbolista, Diana González.
Hay días en los que tengo que pensar más a fondo antes de responder la pregunta “¿por qué me gusta tanto el futbol?”. Después de leer sobre escándalos de corrupción en la FIFA, adeudos a jugadores en la Liga MX y las muestras de racismo y homofobia en los estadios, es muy difícil mantener el optimismo frente al futbol moderno. El 10 de septiembre de este año fue el día en el que más trabajo me ha costado contestar: Sahar Khodayari, una mujer iraní de 29 años, falleció tras prenderse fuego frente al Tribunal Revolucionario de Teherán al saber que sería condenada a pasar varios meses en prisión por colarse a un partido de futbol vestida como hombre y, por lo tanto, aparecer en público sin portar el hiyab característico de las mujeres musulmanas, lo cual representó el motivo del juicio.
El estadio Azadi es el más grande de Irán, se ubica al oeste de su capital, Teherán, y tiene una capacidad para 78,116 asistentes, todos varones. Una de sus butacas fue ocupada por Sahar el 12 de marzo del 2019 para presenciar al equipo de sus amores, el Esteghlal F.C., segundo club más popular de dicho país, empatar a un gol frente al Al Ain de Abu Dhabi en un partido correspondiente a la fase de grupos de la AFC Champions League. La República Islámica de Irán se ha convertido en el único país del mundo en el que se prohíbe la entrada a mujeres en los estadios de futbol, después de que en Arabia Saudita se revocara esta prohibición apenas el año pasado. La prohibición se remonta a 1981, es decir, fue una consecuencia de la revolución islámica de 1979 y, aunque no es una ley escrita, se ha aplicado con severidad desde entonces. La razón que manifiestan los grupos más conservadores del país asiático es que las mujeres deben ser protegidas de la atmósfera masculina y de un espectáculo de hombres en poca ropa porque, por supuesto, cada decisión que tomemos las mujeres ha de ser evaluada en función de los hombres, no únicamente en Irán sino en toda sociedad patriarcal. Se han visto contadas excepciones, la última de ellas, por orden de la FIFA tras la muerte de Sahar, en la goleada de 14-0 que Irán le propinó a Camboya en un partido clasificatorio rumbo al Mundial de Catar 2022 el pasado 10 de octubre. A pesar de que gran parte del estadio Azadi lucía vacío, la sección destinada a las mujeres, que contaba con 3,500 butacas reservadas, se llenó y expresó su alegría con cantos y gritos de apoyo a su conjunto nacional.
No puedo evitar pensar en la legitimidad de la que goza o carece la petición de la FIFA. El organismo regulador del futbol internacional nos ha acostumbrado a sus campañas en contra de la discriminación mediante frases como “Football is for all”, que mostró en el Mundial de Rusia 2018 (un país con políticas homofóbicas y con una libertad de expresión cuestionable, por cierto), sin embargo, a pesar de las insistentes recomendaciones y sanciones que aplica, la selección persa continúa afiliada a la FIFA y se ubica en la posición 27 de su ranking, por arriba de selecciones como Nigeria, Islandia o Paraguay, y es la selección mejor ubicada de su confederación, la AFC, así que no han existido consecuencias con respecto a su participación en partidos y torneos oficiales. Por otro lado, la polémica decisión de otorgar a Catar la sede del Mundial del 2022, un país que en los últimos meses se ha visto involucrado en escándalos de vulneración a los derechos de los trabajadores que construyen los recintos que albergarán la fiesta del futbol, ha cortado relación con sus países vecinos y mantiene políticas que atentan contra la libertad de las mujeres y otros sectores, evidencia una falta de coherencia por parte del organismo presidido por Gianni Infantino y hace pensar que el futbol realmente no es para todos, sino para quienes pueden financiarlo, sin importar la violación a las libertades humanas básicas que se desarrolle en sus naciones. Solo el tiempo y las otras medidas que la FIFA emprenda para otorgar el acceso de las mujeres a los partidos de futbol en todo el mundo dirán si esta apertura es un espejismo motivado por intereses meramente económicos y de relaciones públicas o una acción real en favor de la inclusión de las mujeres en el deporte.
Volvamos a la Chica Azul, apodo que recibió Sahar debido al color del jersey que usó para entrar al partido. Sahar Khodayari formaba parte de las miles de mujeres que han luchado por eliminar este veto, que incluso han creado una cuenta de Twitter verificada: @OpenStadiums, en la que se publican peticiones y señalamientos con respecto al tema. El objetivo no es únicamente permitir el acceso de las mujeres a los partidos, sino que éste no se limite a ciertas zonas del estadio y se permita a familias completas disfrutar del espectáculo juntas. La aficionada al Esteghlal era una graduada de la carrera en Computación, padecía trastorno de bipolaridad y, según su hermana, se encontraba bajo tratamiento médico. La historia de Sahar Khodayari no es nada más un ejemplo de la represión estructural de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública, también la de una falta de empatía e integración de personas neurodivergentes en la sociedad, y no me refiero a la sociedad iraní, sino a cualquier sociedad regida por una estructura patriarcal. Es una violación hacia los derechos humanos básicos a la salud (en este caso mental, pero resulta sencillo establecer paralelismos con respecto a la salud reproductiva en Latinoamérica, por ejemplo) y a la recreación. Es una negación arbitraria a las mujeres a insertarse en el espacio público con libertad y seguridad. Los diez feminicidios que diariamente se cometen en México nos muestran que entre Irán y nuestro país no hay tantas diferencias con respecto a la discriminación sistemática contra las mujeres
El futbol se ha convertido en uno de los principales estandartes de la lucha feminista en Medio Oriente, incluso entre mujeres que no son necesariamente aficionadas a este deporte. El peso simbólico que en gran parte de Latinoamérica tiene el paliacate verde que representa el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos podría ser ocupado en el país persa por el jersey azul del Esteghlal F.C. que portaba Sahar cuando decidió disfrutar de su pasión por el deporte. Es un hecho que los jerseys de futbol también se han convertido en declaraciones políticas porque el deporte no es ajeno al mundo. A pesar de eso, frecuentemente ignoramos la ideología de los clubes cuyos jerseys portamos. Cuando vamos al extranjero y usamos una camiseta de la Selección Mexicana, por ejemplo, no solo mostramos que es un equipo al que apoyamos, también manifestamos que queremos que se nos reconozca como mexicanos; de igual manera, cuando adquirimos el jersey del Olympique de Lyon con el dorsal 14 y el nombre de Ada Hegerberg manifestamos nuestro respaldo a su lucha por la igualdad de derechos entre jugadoras y jugadores de futbol. Portar los colores del Esteghlal, entonces, nos podría dar una oportunidad de resignificar a este club de futbol que, por cierto, extendió sus condolencias inmediatamente a la familia Khodayari y a su afición por la irreparable pérdida de Sahar.
Entonces, ¿por qué me gusta tanto el futbol si tantas veces se ha manchado de sangre? Me lo pregunté muchísimas veces ese 10 de septiembre, no sin un leve sentimiento de culpa. Encontré la respuesta: porque me ha permitido visualizar, en situaciones concretas, los vicios y virtudes que existen en la sociedad, porque el futbol no es la causa de estas muestras de discriminación, es un vehículo que emplean quienes se inscriben en estas dinámicas de opresión para seguir perpetuándolas. Alejarnos del futbol, por lo tanto, significaría ceder ese espacio que poco a poco vamos consiguiendo que sea para todas las personas, ya sea mediante acciones individuales, grupales o de presión hacia instituciones como la FIFA o las federaciones que representan a cada país afiliado a ésta.
Hace poco les preguntaba a algunas amigas feministas alejadas del mundo del futbol la razón por la que no les interesaba el que para mí es el deporte más bonito del mundo y escuché entre las respuestas “siempre me ha parecido muy patriarcal”. Hay decenas de hechos que justifican esa respuesta; sin embargo, una de las principales tareas del feminismo consiste en resignificar los espacios que históricamente se nos han restringido, y el deporte es uno de los más evidentes, como deportistas, aficionadas, periodistas y demás formas de involucrarnos en este. La lucha feminista continuará hasta que el ejercicio de los derechos humanos por parte de las mujeres deje de ser considerado un acto de desobediencia civil, tal como ocurrió con Sahar Khodayari el pasado 12 de marzo. Difundir la historia de Sahar Khodayari no debe significar propagar en vano la tragedia de una mujer que se inmoló frente a la corte de su país, debe servir como estandarte de una es, sí, el de presenciar un evento deportivo, pero también el de tener acceso a las mismas libertades para vivir con dignidad en Irán y en cada rincón del mundo.
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