Una señora le está clavando la punta del paraguas en las costillas. Le duele, pero no se atreve a reclamar nada. Prefiere alejarse poco a poco, o al menos intentarlo. Frente a ella están tres jóvenes bastante borrachos. Se ríen a carcajadas y gritan cuando hablan. Mariana piensa que, si siguen tomando así, no recordarán nada al otro día. Le parece triste. O quizá le parece absurdo, pero sobre todo siente que la atmósfera se pone tensa y frágil.
La pintura en la cara de algunas personas se derrite poco a poco. El verde, el blanco y el rojo forman una mezcla en los cachetes que le parece decadente. Hace cinco minutos debió comenzar el espectáculo de luces en la plancha del Zócalo. La gente se impacienta pero no hay rechifla. Qué solemnes nos ponemos en el Bicentenario, piensa.
Invitó a Memo y a Jazmín, pero ambos tenían otro plan. Dudó mucho en venir sola pero no quería perdérselo. Julio, su hermano, trabajó en la organización del evento antes de irse a estudiar a Chile y le contó varios detalles. Estaba segura de que valdría la pena, pero las aglomeraciones la aterran.
Ya logró alejarse de la señora del paraguas pero aún siente el piquete en el costado. Se pregunta cuántas marcas y dolores en el cuerpo tendrá mañana. Está muy nerviosa y el miedo magnfica la sensaciones de contacto con su cuerpo. Siente que cada roce provocará una lesión de varios días. Se imagina frente al espejo mirando su cuerpo lleno de manchas oscuras que se degradarán de tonos morados a verdes conforme pase el tiempo.
Los borrachos siguen cerca de ella. Más borrachos y más cerca. Uno de los tres la mira con insistencia. Los ojos le brillan de alcohol y deseo, dice Mariana en su mente. Luego la frase le parece choteada y se ríe un poco y voltea a otro lado porque lleva varios segundos viéndolo a los ojos.
Ligar el 16 de septiembre con un borracho en el zócalo, ¿será lo mejor que me ha pasado en el año?, ¿en varios años? ¿Será lo mejor que le ha pasado al país en doscientos años de vida independiente? Formula preguntas exageradas para distraerse. Para alejar de su cabeza la idea de que en una emergencia la gente saldrá en estampida y quedarán varios cuerpos tirados sobre la plancha. Está convencida de que su cuerpo será uno de esos convertidos en trapos con polvo y sangre.
Apagan las luces y la gente se mueve en bloque. Se reduce el espacio libre entre los asistentes. Ella aprieta los músculos para no perder la postura. Las olas de gente la mueven de un lado a otro y, con los ojos cerrados, escucha que alguien grita: ¡aguanten, que hay niños! Después del grito muchos se ríen y gritan otras cosas. Los gritos y las risas la liberan un poco, de alguna manera la fortalecen y, mientras hace un gran esfuerzo para no ir al suelo, se repite mentalmente: aguanta, aguanta, aguanta. Pronuncia cada palabra en voz muy baja, intentando acompasarla con su respiración, como para no ahogarse, como cuando intentas recuperarte después de un mal trago de agua que te hace toser sin control y te disloca la respiración. Aguanta, aguanta. Y entre manoteos y jalones recuerda cuando fue por primera vez al mar, a los 8 años.
¡Cuánta agua!, le dijo Mariana a su mamá cuando llegaron a la playa de Chachalacas. Lo dijo con emoción exagerada para disimular que el miedo era más que su alegría. Tanta agua rugiendo al golpear la arena la asustó y se le escaparon un par de lágrimas. No se dio cuenta, pero su mamá también lloró. Ninguna de las dos dijo nada.
Dejaron sus cosas en una mesa con sombrilla. Mariana se puso el traje de baño escondida a medias en una casita de toalla que su mamá sostenía. Luego se acercaron al agua. Con el pretexto de no perder de vista las cosas, le pidió a su mamá que no pasaran de esa zona donde las olas retroceden con su espuma. La arena le picaba los pies. Se quedaron varios minutos sin moverse demasiado. Luego Mariana vio cómo una ola se tragó a una niña y luego la escupió. No olvida la risa loca de la niña revolcada en la arena. Después de eso, poco a poco se fue metiendo al mar sin darse cuenta.
Lo otro que recuerda con claridad de aquella primera vez en el mar es que en la noche, acostada en una cama de hotel junto a su mamá, después de nadar todo el día, la cara y el cuello le ardían tanto que no podía dormir. Con los ojos cerrados sintió que su cuerpo bamboleaba como si aún estuviera en el agua. Como si olas invisibles la mantuvieran a flote, empujando algunas partes de su cuerpo. Primero se angustió porque parecía un mareo. Después le gustó mucho sentir el mar sin estar en el mar.
Finalmente comienza el espectáculo y las olas de gente se calman paulatinamente. Lejos ya de los borrachos, se pregunta si el peso de su cuerpo o sus caricias ha dejado alguna huella en otra persona. Se pregunta si alguien la recuerda con el cuerpo.
En el centro de la plaza hay un escenario circular donde aparecen malabaristas con zancos y fuego. Los edificios de los cuatro lados del Zócalo, incluida la Catedral, se iluminan con proyecciones de imágenes prehispánicas.
Es mapping, dice un señor que carga a una niña en los hombros. ¡Cuánta luz!, grita ella y Mariana la mira y siente la fuerza de esa angustia empujando en el pechito de la niña.
Se siente acompañada.
Sabe que en la noche no podrá dormir, porque el cuerpo también tiene memoria para la luz.

Texto: David Ornelas. Nació en 1986 en el entonces Distrito Federal. Egresado de Comunicación Social en la UAM-X. Entusiasta del cine. Aficionado a la literatura. Aprendiz de escritor. Amante del café. Curioso del arte. En una tormentosa relación de amor con la Ciudad de México. Ferviente admirador de la humanidad, consciente de su decadencia.
Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración.
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