Malgré tout | Aurora o de cómo el nombre es destino, por Nancy Hernández

Del latín aurora: ‘alba, madrugada’, vocablo proveniente de la raíz indoeuropea aus-: “brillo del sol naciente”… bajo este hermoso juego del lenguaje y el sino, nació en Guadalajara, Jalisco, el 15 de enero de 1930, Aurora M. Ocampo, mujer fuerte, aguerrida, amable, estricta, exigente, meticulosa, entregada y apasionada de la literatura mexicana.

En todas las fotografías Aurora tiene una sonrisa enorme y una mirada brillante, pícara, como de niña que se guarda una travesura. Ante su rostro afable, uno pensaría que todo le fue fácil, que nunca tuvo obstáculos que derribar y por eso lo recibe a uno con gran ternura, como la abuelita que nos cobija al contarnos una historia antes de dormir. Nada más lejano de la realidad, pues la maestra Aurora, de quien hablo en presente no obstante su ausencia física desde hace casi dos años, tuvo que pelear algunas batallas antes de conquistar el triunfo; la primera con su padre, quien, ante sus inclinaciones literarias, le dijera “no vas a vivir con un sueldito de maestra”, sentencia que la incitara a elegir la Arquitectura como profesión. Sin embargo, como siempre pasa en estos casos, abandonó la carrera para dedicarse a su verdadera vocación: las letras. En los cincuenta, cursó los estudios de posgrado, maestría y doctorado, en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la recién inaugurada Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Alumna y amiga personal de otra grande de nuestras letras: Rosario Castellanos, quien, al ser nombrada embajadora de México en Israel, le heredara su cátedra de Literatura Iberoamericana en la Facultad y que Aurora defendiera “como gato boca arriba” de Ricardo Guerra, director de la Facultad, pero entonces más exesposo de Rosario Castellanos, que amenazaba con desaparecer la cátedra. Este es, me parece, un momento clave en la vida profesional de Aurora Ocampo, ya que enfrentar a Guerra, uno de los filósofos más reconocidos del país, discípulo de Samuel Ramos, no debió ser nada fácil. Aquel tenía poder y ella todo en contra: mujer en un ambiente de hombres y, encima, cercana a Rosario. Pero la determinación y la razón le hicieron justicia, conservó la cátedra hasta el momento de su jubilación, en 2014.

Aurora M. Ocampo es una reconocida profesora de la Facultad, pero su verdadero triunfo está en la investigación, labor, en ella, de extrema generosidad, porque su trabajo no consistió en el simple hecho de generar y difundir conocimiento, sino que se propuso la realización del Diccionario de Escritores Mexicanos. Esta tarea titánica inició el 9 de octubre de 1967 en un cubículo de dos por dos metros cuadrados en la Torre de Humanidades I. El primer borrador del diccionario lo hizo junto a Ernesto Prado Velázquez; sin embargo, era imposible meter en las pocas páginas de un solo libro toda la información de los miles de escritores del país habidos hasta entonces, a pesar de que Aurora solo se ocuparía de la información de los escritores del siglo xx. Así nació el diccionario como hoy lo conocemos (nueve tomos) y esto, a su vez, nos benefició con la creación del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas; ninguno existiría sin el impulso y entusiasmo de Aurora, Rubén Bonifaz Nuño y María del Carmen Millán.

Recabar los datos biográficos, bibliográficos, hemerográficos y críticos (referencias) de los escritores mexicanos del siglo pasado, cuando la investigación se hacía de manera casi rudimentaria: desempolvando revistas, periódicos, archivos, anotando en fichas bibliográficas y de trabajo, es decir, sin la gran ayuda que hoy es el Internet y las computadoras/laptops/tablets; cuando todavía se contactaba a los autores vía telefónica, en las presentaciones de sus libros, por fax o carta, nuevamente, sin las ventajas del Internet y las redes sociales, para nada se antoja una simple investigación o recopilación de nombres y títulos. De ahí la importancia de Aurora M. Ocampo en la literatura mexicana, pues su idea, por demás genial, significa un enorme trabajo, en conjunto con su equipo de investigación conformado por técnicos académicos, alumnos prestadores de servicio social y becarios, pero también habla de su capacidad de líder. Se entregó en cuerpo y alma a este proyecto de investigación, el Diccionario fue su vida, se aferró a él hasta que las fuerzas abandonaron su cansado cuerpo de ochenta y cuatro años… a todos nos dolió que la capitana dejara el barco; no obstante, también sabíamos que merecía descansar. Su labor estaba hecha y con creces; el DEM, como cariñosamente se refería a él, no es solo un banco de datos, sino también una fuente de consulta para los investigadores literarios de todo el mundo, el diccionario más completo en su género.

Al evocarla, inevitablemente me brotan algunas lágrimas con simultáneas sonrisas; soy tan afortunada, ¡privilegiada!, por haber trabajado cinco años con ella, porque ella fuera mi maestra fuera de las aulas, quien me enseñara a hacer investigación a la antigua aprovechando los avances tecnológicos, pero lo que eternamente le agradeceré es que me contagiara su gran pasión por la literatura mexicana. Decir que fui su becaria me ha abierto muchas puertas en la Academia; con nada le pago a la vida que haya cruzado nuestros caminos y que, por un instante, yo también gozara de la luminosidad de la gran Aurora M. Ocampo.

 

 

[Fotografía tomada de https://bit.ly/2uscutf%5D


Nancy Hernández García (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas, interesada en la literatura mexicana del siglo XX; escribe la columna “hojasueltas” de la revista digital Amarcafé y lee poesía en sus ratos libres. Ganó el Premio Bitácora de Vuelos 2018 en la categoría de Ensayo con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos: Un acercamiento a José Emilio Pacheco, mismo que se acaba de publicar.

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