Un espécimen escriturario suele dejar una honda inquietud en mí. Materia atípica en la pléyade de volúmenes manufacturados que corren entre los dientes de las imprentas de distintas latitudes, se trata de aquellas obras —literarias o académicas— cuya elocuencia se basa en lo no dicho y que caen como una gota quemante de palabra concreta para martillar las entrañas, palabra que lanza un aullido antes de ocultarse tras un manto de silencio. A manera de ejemplo sobre el particular, acuden a mi memoria unas cuantas líneas del poeta Juan Manuel Roca: “Estoy tan solo, amor, que a mi cuarto/ Solo sube, peldaño tras peldaño/ La vieja escalera que traquea”.
En los nichos de la poesía y el cuento, habitan otros ejemplos, pero en esta ocasión recabaré la concreción en dos géneros que comparten, entre otras cosas, la tendencia de sus autores a la megalomanía de la palabra; los unos para demostrar su rigor en el método, los otros para exhibir las aristas de su genio creador: la historia y la novela.
Ambos textos se incrustaron en mí con una distancia de cinco años. La Apología por la historia, escrita por el historiador judío-francés Marc Bloch, hizo parte de las lecturas de mi primer semestre de formación en historia. La segunda, la sección final de Detectives salvajes de Bolaño, llegó cuando me hallaba a punto de culminar mi paso por las asignaturas requisitorias para titularme en la ciencia de Clío.
Obra inconclusa, la de Bloch fue escrita entre los muros del campo de concentración de Lyon, que constituyeron su última morada, tras enrolarse a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y ser retenido hasta morir fusilado por los alemanes el 16 de julio de 1944. Por su parte, el último apartado de la obra de Bolaño reproduce las notas fragmentarias del poeta cuasi adolescente Juan García Madero, garabateos de un diario escrito entre las horas robadas al sueño y las pausas de un viaje ya circular, ya en pos de un trayecto, en el que se imbrican la persecución de la poesía y el escape de la ciudad y sus rutinas encarnadas en el examante de Lupe, con la búsqueda de un origen literario, a bordo de una camioneta sobre las arenas del norte de México y el sur de Estados Unidos.
Arrojados en las antípodas de su mundo, la autorreflexión sobre el oficio de escribir, al que el historiador y el poeta habían entregado sus horas, se erige en ambos casos como senda para no olvidarse de sí mismos y, con suerte, no ser arrojados al cesto del silencio por el mundo que seguiría andando a pesar de ellos. Bloch articula a partir de la pregunta que había brotado de boca de un niño allegado a su familia, “papá, cuéntame, ¿para qué sirve la historia?”, una defensa de su oficio y una exhortación a los historiadores que lo suceden, apoyada en su experiencia. El poeta Juan García Madero escribe porque sí y porque no, para palear la incertidumbre de la búsqueda subjetiva que lo conduce entre lugares ajenos a él en la geografía de México y en sus habitaciones emocionales, aunada a su distanciamiento de lo conocido; García empuña la pluma para descifrarse y sobreponer la letra al fluir etéreo de la arena y de las palabras, para impregnar de mundo la poesía e insertarla en su existencia contingente.
El diario suspensivo y el libro desperdigado como borrador comparten la ausencia de presunción y adorno intelectual, que aporta mayor brillo a la prosa. Para Roland Barthes (1987), los ejercicios de esta naturaleza se hallan inscritos bajo el signo de la búsqueda aleatoria de la sutileza y la fragmentación, entre el dédalo construido a fuerza de engarzar la elegancia sintáctica con la emergencia de la verdad del instante, en ese margen de la existencia que demarca la lucha por subsistir en los espacios material y metafísico. Bloch advierte que por carecer de sus libros y apuntes dejará de lado las citas extensas y acudirá a las menciones solo cuando lo sienta necesario, situación que lo induce a mostrar su rostro de hombre y sus emociones junto a la imagen del historiador; aristas que con el correr de las páginas se funden en un Bloch que, abrumado por la incertidumbre de desconocer la clase de mundo que su generación dejaría como legado, así como por las ansiedades personales a las que esperaba encontrarles un antídoto en la escritura del manuscrito, se comprende en la historia, camina a su encuentro con ella y se delinea desde su apuesta por la vida y la libertad, más allá de los lindes de su cuerpo.
En muchas ocasiones, yo había leído y contado historias de guerras y batallas. ¿Pero conocía realmente, en el sentido pleno del verbo conocer, conocía por dentro lo que para un ejército es quedar cercado y para un pueblo sufrir la derrota, antes de haber experimentado yo mismo esa náusea atroz? Durante el verano y el otoño de 1918, antes de haber respirado la alegría de la victoria —con la que verdaderamente espero algún día volver a llenar mis pulmones, aunque el perfume, desgraciadamente, no será el mismo— ¿sabía yo realmente lo que encierra esa hermosa palabra? (Bloch 21).
En la trama construida por Bolaño, a medida que el auto se aleja de la capital mexicana, los juegos de palabras seden su lugar a las notas imprescindibles y los contornos de dibujos infantiles, en cuyo seno surge la literatura descarnada, dolorosa, despojada de ropajes entre las fechas: “2 de febrero No sé si hoy es el 2 de febrero o el 3. Puede que sea el 4 de febrero, tal vez incluso el 5 o el 6. Pero para mis propósitos lo mismo da. Éste es nuestro treno” (Bolaño 567). La prosa que Bolaño hace surgir de la mano de García madero está inyectada de tensión e intensidad que informa lo primordial, se adentra en el tuétano de lo humano y hace aparecer la belleza en la trama misma.
En consecuencia, en el texto de historia y el diario de ficción prima la escritura suficiente, palabras que salvan la existencia en la escritura y dejan bajo su contorno el eco de lo que el tiempo no permitió decir. No lo permitió, porque con cada curva de los caracteres galos que Bloch delineaba desde el campo de concentración, acortaba el trecho que separaba su cráneo del proyectil mortal y mientras que las páginas manuscritas se apilaban, el dedo anónimo que tachaba los dados de baja en el campo de reclusión se aproximaba hasta el nombre “Marc Bloch”. El tiempo también jugaba en contra del poeta, apremiado entre la cercanía del perseguidor y la sensación de casi rosar a la poeta buscada; impulsado por el ardor de leer las posibles letras de cesárea, andar sus pasos y descubrir los vericuetos de su existencia dispersa entre el desierto, y, finalmente, tironeado por la prisa de ir al encuentro de la poeta antes de perderla en la madeja de signos y despojarse de sí mismo en los recodos del camino arenoso.
Desde nuestros asientos, escribir en tales condiciones resulta un desvarío, una extravagancia e incluso una negación del mundo. Sin embargo, para ambos este acto fue una afirmación de su subjetividad contra el reclamo alienante de lo contingente, de la dignidad de la palabra contra el acallamiento por la fuerza y de la prolongación en las letras contra la usurpación del ser, llevada a cabo por el dato marginal o por el olvido que tacha y trastoca, desecha y oculta. En palabras de Roca, su tarea fue la de la memoria que “pone cimientos, la viga maestra, la techumbre a su casa” en oposición a la desmemoria que “socava sus bases, pudre sus vigas, destecha lo que podría darle cobijo a una identidad” (2007).
Amante de los bordes de la experiencia humana, Bolaño en “Otro cuento ruso” narra otra manifestación de esta naturaleza. En el relato, un soldado español fue retenido por el Ejército Ruso durante una operación contra las fuerzas alemanas y en el interrogatorio se vio invadido por el dolor de la pinza que usaban los rusos para jalar su lengua, pero solo atinó a espetar la palabra coño, que reptando entre la sangre que anegaba su boca sonó como un gruñido; este gesto fue percibido por un soldado ruso conocedor del alemán como (arte en alemán). La escritura, cuando se torna en arte, elige el dolor como estimulante para abrirse camino entre los hombres y liberar la vida, por ello también acudió hasta Bloch y García Madero para manifestarse en su prosa de urgencia.
Bibliografía
Barthes, Roland. El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y la escritura. Barcelona: Paidós, 1987.
Bloch, Marc. Apología por la historia. México: FCE, 2003.
Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama, 2007.
Roca, Juan Manuel. La casa sin sosiego: la violencia y los poetas colombianos del siglo XX. Bogotá: Taller de Edición, 2007.
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Yubely Vahos nació en Cisneros, Antioquia en 1996. Es historiadora y poeta. Fue invitada al 29 Festival Internacional de Poesía de Medellín. Poemas suyos han sido publicados en las revistas Innombrable, Aullido, Quimera y Prometeo. Además, ha publicado artículos de investigación histórica en las revistas Salus, Pensar historia, Quirón y Artificios.