Me tienta mucho decirte algo que parece sacado de un cuento erótico del panyabí,
algo como
“Un cocinero debe tener buen gusto para las salsas”,
y acto seguido comerte el coño.
David Cronenberg
Ahora la cuestión era sacar un poco de energía para salir a la calle y buscar basureros. Eso no es ningún problema, en la ciudad hay miles. Miles de millones de canecas repartidas en barrios enteros, donde puedo dar otras miles de vueltas dejando mis presentes que se van a pudrir sin sospecha en el basurero municipal.
Ahí voy, unos cuantos kilos por noche. Intento botar algo así como doscientos gramos por bolsa. Candy me dice que eso es lo ideal. Que lo mas complicado son siempre las partes solidas. Tipo el cráneo. Pero siempre lo puedo despedazar. Es verdad, tienes razón. Entonces para esa tarea, a veces, voy a lo bruto. Cojo un martillo y PUM, contra la tabla de la cocina.
¿Que cómo voy a hacer para no dejar todo salpicado? Fácil, todo lo dreno. Onda kosher, halal o como lo hacen los gauchos. Tomo el animal, lo dejo colgado cabeza abajo y todo sale por el pescuezo. El cuerpo queda blanco ceniza.
Ploc. Una bolsita. Ploc. Dos bolsitas. Hay que tener disimulo. Usar diferentes barrios. Usar bolsas herméticas. Recién compré una maquina para empacar al vacío. Sugerencia de Candy. Es una genia.
Inicio por las partes blandas. El culo, las piernas, los brazos, la panza. ¿Que qué hago con las tripas? Pues las licúo. Esas van después al sanitario.
Deberías ver cómo es impoluto mi apartamento. Lo limpio todos los días con legía. Si no fuera por mis cigarros, olería a hospital.
Con los huesos es más difícil. Como no tengo jardín intento romperlos. Pero sí que es jodido romper un hueso. Al inicio también los tiraba. Pero era pesado cargarlos y sospechoso en eso del reciclaje. Al final vi que los podía incinerar. Dejarlos en la chimenea por días. Pero durante el verano la gente mira. Creían, a veces, que era un incendio.
Pero a los huesos volveré más tarde. Como llevo diciendo, a Candy le sobran ideas. Me preocupa dejar manchas en los cuchillos, en los utensilios. Puedes usar, si quieres, una pasta de gelatina. No, no suena sólido. Claro que queda sólido, es todo cuestión de procedimiento. Tuvimos que ver un tutorial japonés. Esos sí que saben cómo matar.

Autor: Omar Felipe Martínez
Técnica: Fotografía intervenida
Allá sigue vivo y libre Sagawa. El cabrón se comió a su compañera de casa mientras vivía en Francia. La tipa era una ballena nórdica. Él la hizo sushi. Altos tempura y altos filadelfia y altos niguiris. También impoluto. ¿Sabes cómo lo cogieron?, me preguntó Candy. ¿Cómo? Por descuidarse con los huesos. Pero si él era perezoso. Después del trajín no se puede ser lento y obvio. Sagawa desechaba lo incomible en el shut de su propio edificio. El olor a mortecina atrajo a los chismosos. Fue cuestión de días para ser arrestado.
Yo no me puedo dar ese lujo. No soy japonés. No tengo inmunidad ética o legal. De latino hay que tener cuidado. Somos fácilmente identificables. Cuando somos sospechosos nos brilla la malicia. A veces Candy me mira a los ojos, pero a ella no le importa.
La gelatina. Perdón, me desvié del tema. Hacer gelatina. La congelas. Queda un poco maciza. La cortas en filetes. La vuelves a congelar. Le haces forma de cuchillo. La congelas un par de días más. Le sacas filo. Cortas cualquier cosa. Después la limpias. Como un cuchillo cualquiera. La derrites y, si se te antoja, te la comes. Yo me la como. La gelatina es como la carne del pobre. La que es buena viene hecha de cartílagos, ¿sabías? Cartílagos hechos polvo. Te hace bien. Es carne en otro formato. Es la carne del pobre. Bueno, eso es lo que dice Candy. Que por eso los chinos y los bolivianos la comen tanto.
Candy es algo así como mi amante y mi mano derecha. Al comienzo era todo fugaz. Nada romántico. Pero un día comenzó a hablarme realmente. Salíamos y le compraba vestidos. Salía ella galante y maquillada. La gente nos veía con envidia. Esas miradas escabrosas. Nuestro sexo era cada vez más intenso. Todas las noches volvíamos y hacíamos el amor de forma apasionada, demente y violenta. Ella no podía separarse de mí. Yo no podía hacer nada sin ella.
Volviendo a las bolsitas plásticas. Ploc, una aquí. Ploc, una allá. Intenté hacer de mis encuentros sagwanescos un poco más moderados. Estaban tomando mucho tiempo. Llegaba cansado al trabajo. En la oficina me decían que tenía muchas ojeras. Que era falta de hierro. Falta de sueño. El sueño es verdad. Pero la falta de hierro sí que no lo era. Comía mucha carne. Claro que no estoy muy seguro si era carne roja. Sabía a carne de cerdo. ¿La carne de cerdo es carne roja? Eso me quitaría lo kosher.
*
Todo comenzó a ir mal el día que decidí rasparme los dedos, mejor, las yemas, mejor, la mano entera con limas que había en el baño. De los cayos ya no sobraba nada y noté algunas gotas de sangre al momento de salir de tomar el baño. Raspé todo sin prejuicios para quitarme esos pellejos que me salían de tanto beber. Problemas del hígado, según el doctor.
Con los dedos vendados salí a la calle. Parecía un cosedor de profesión. Demoraron unas dos semanas hasta poder coger de nuevo un lápiz.
Pero aquí estoy.
El viejo grita desde su cuarto. No puedo ir al baño porque lo escucho insultarme desde el fondo. No puedo bañarme porque se estanca en la puerta para contarme el tiempo. No puedo estar en casa porque se queja de la cuenta de luz. No duermo tranquilo y me pregunto cuál de los dos se va a matar primero.
La pensión me da alergia porque su perro está sucio. Dan asco las cucarachas que le salen del lavaplatos. El edificio se cae por partes y el moho en mi habitación tiene la cara de la virgen. Llegué borracho el otro día a hacerle un cuento con odio. Un relato a ver cómo le mataría. Con una de sus esculturas. Con un filo cayéndole sobre el pecho y yo pisándolo con mis botas aprovechando su torpeza. Después de él haber resbalado y caído al querer atacarme. Pisando fuerte, enterrándole su propio metal en la espina. Después escapando, robándome toda evidencia.
El anciano chilla todos los días. Como un cerdo siendo asesinado. Le escucho gritar mi nombre. Lo quiero muerto y por sorpresa. Solo pienso en el ataque.
Mi primo mató a su casera. True story. La anciana lo estaba dejando, lo dejó, loco. Un día le cayó con un machete a la cabeza y eso fue todo. Todo tan ruso. Mi primo declaró demencia y los que conocían a la vieja no tenían cómo negarlo. También dejó a sus hijos locos. Hoy vive en la hacienda de sus abuelos. Nunca vi a alguien tan satisfecho por asesinar. Hasta ahí no conocí a nadie que matase.
Tú no sabes la mirada del asesinado cuando lo asesinas. Ella no se lo esperaba. Creo que nadie se lo espera, dijo. No lo esperaba, pero se lo ganó la infeliz.
Si le vieras los ojos. Cómo los abrió súbitamente con la cortada. Tajando cabezas de pollos en la cocina. Le caí por sorpresa. Ella apretó tan fuerte su cuchillo de carnicero que los dedos se quedaron tiesos. Nadie se enteró que fui yo. Solo cuando me interrogaron para identificarla. ¿Si ya le conocían la cara, para qué identificarla? Rutina policial, supongo. Bueno, pues ahí la cogí con cara de sorpresa, primo. Y tú, ¿cuándo es qué matas al viejo? Aún no sabía cuándo. Él tenía copia de mi pasaporte. Tendré miedos pendejos por depositar confianza en cualquier hijo de puta. Yo que regalo mis trampas.
Me levanto todos los días pensando cómo voy a encontrarme con el cabrón. Cuando le vea le daré un coñazo. Un puño boxeador. One, two. A que ya se saben el movimiento. Pero sería muy obvio, uno no puede llegar mostrando el raye. Hay que llegar sobrio. O por lo menos con cara de sobrio. Hay que esperar un poco. Cogerlo con la guardia abajo. Apuñálalo con la gelatina. Capaz que sería muy escandaloso. Cuando menos lo espere, le caigo con un cabezazo en la nariz. Hundírsela para que le llegue al cerebro. Con un cabezazo bien puesto puedes matarle, a lo mínimo mandarlo al hospital unos días.
Pero ya basta de odios. A lo mejor me estoy poniendo manso. Pero él siempre va a ser el mismo hijo de puta. Siempre saldrá con sus cabronadas. Siempre me humillará. Siempre me sacará de mis casillas. Hacerle cuentos al viejo no me traerá mi venganza. Ni siquiera una moral.
A ver si me salen las bolas para hacerlo. Las bolas, las gónadas, los huevos. No las tengo para escapar y tampoco las agallas para ir a la cárcel. Pero tengo la sevicia. Tengo las ganas.
*
Se supone que nos escondimos en un hostal para coger. Como todo el mundo que se esconde. Alex nos vio entrar. Alex era el recepcionista y éramos algo así como compadres. Hay cámaras en todo el piso, dijo, no sean imbéciles. Vengan y les abro un cuarto para que puedan escabullirse con las luces del corredor apagadas. Él era casi un proxeneta.
Ya escondidos y tirando con las ganas de la primera vez. Con tesón y la barrera del desconocimiento sexual. En fin, al rato pensaba que desbordaba en lubricación. Qué palabra burda, como si acaso fuese un carro. Resulta que era sangre. Pero si no me duele. Creo que te rompí la concha. Todo será entre broma y realidad. Después de venirnos las sábanas estaban hechas un desastre. Candy me reprochó el trío.
*
De matrimonios no sé. Solo he visto dos a lo lejos. De funerales sé. No sé lo que es un casamiento caro. Nunca me invitaron. Nunca vi a La 33 en vivo en un club campestre. No comí fino ni me cogí a una dama de honor. Me toca conocer mujeres en bares. Debe ser porque mis amigos tampoco se casan y los amigos lejanos se avergüenzan de mí, esos sí se casan. Al cabo que ni quería ir.
De funerales sí que sé. Además, en los funerales es más fácil coger. Tal vez no haya la euforia del matrimonio, pero hay más sentimientos encontrados. Todos queremos una mamada para la tristeza. A funerales sí que he ido. Allá en la patria cagamos muertos. A cualquiera lo mató algún tipo de violencia política. Un país cementerio. Una fábrica homicida y de fosas comunes. Vives cercado en la ciudad y todos se te mueren tras los muros.
No será sorpresa entonces que ella fuese a morir el mismo día que mi abuela o que Hugo Chávez. La coincidencia me apasionó. Salimos del hotel a la farmacia por unas curitas. ¿Curitas para mi concha? Claro, mi amor, cualquier cosa que pare el sangrado. Está todo bien, un poco de gaza caería bien. ¿Te duele? La verdad que no, creo que solo es superficial. Yo que pensaba que el “medio campo” había sido desgarrado. Pues no, ni arde. Pues te joderé más tarde. Ella me dio un beso en la mejilla. Candy quedó un poco resentida, seguía callada. Iba por la autopista a ciento veinte buscando una farmacia. No entiendo por qué vas tan rápido, son apenas las once, ya vi muchas droguerías abiertas. Tengo que buscar algo en la casa de mi madre, perdóname.
Con cinco pastillas de xanax y una copa de vino bastó. Se pulverizan en un cenicero, las tenía ya guardadas en la cocina. Estoy siempre preparado. Soy un buen boy scout.
Los teléfonos comunes, cando les remueves el teclado, permiten llamar estilo código morse con el botón de colgado. Eso no lo sabía yo. Candy, sí.
Deja el teléfono para atormentarla mientras el apartamento estaba trancado, así solo recibiría mis llamadas.
¡Te veo y te mato!
Cuando vaya no sabrás qué te dio, querida. Ella debía morir del hambre, del tedio, del sueño, del odio. Me gustaba así, la carne tensa, cuando la golpeas con un martillo te haces las milanesas de tu abuela. Con los culos robustos de tanto andar de esquina a esquina con la concha sangrante. Sabe a sangre de puerco, pensé qué pensaría cuando llegase el consumo.
Cortejándola durante el funeral dije: There is only birth, and copulation, and death. That’s all. Vamos por lo segundo, es lo que me apetece ahora. ¿Y la death? Ella llegará sola. Ella llega conmigo, dije. Ella pensó que le propondría morir juntos.
Patrullas y sus luces fluorescentes azules iluminaban mi pórtico. Matea, por si olvidé mencionar su nombre, con una manta dorada bajo la lluvia le explicaba a la policía su secuestro. No soy rica, dinero él no busca, está loco. Loca estará tu puta madre. Loca ella que servía mesas en un restaurante para nuevos ricos. Explicándole a esos macacos analfabetas lumpenburgueses de dónde viene un puto vino. Yo, por mi lado, encendí el carro y salí al campo unos días. A comer cerdo estándar, me gusta cómo chillan cuando los degüellan. Tenía tiempo para afilar mi gelatina.
Entonces dejé caer el polvo un poco. Esperé algunas semanas hasta hartarme de los campesinos para volver. Claro que esa puta ciudad es casi la misma cosa, son solo un bando de campesinos aglomerados. Candy me repetía que era feliz conmigo pasando las noches en silencio. Que no le hacía falta estar viendo bares llenos, que podíamos elegir a cualquier atolondrado y desaparecerle en el campo. Pero la gente rural se conoce entre ellos. Y saben quién se pierde. Y saben que si alguien hizo algo fue ese tipo pajizo de mirada esquiva que siempre va al mercado una vez por semana. Candy, le decía yo, tienes que saber que aquí somos un blanco fácil. En la ciudad uno puede hacerse invisible. En un hormiguero es difícil reconocer a las hormigas.
*
Encontré su apartamento en los anuncios del periódico. El anciano parecía amable de primeras. Pero como ya lo conté, me estaba dejando loco. Y no podía matarlo de entrada. Me estoy volviendo sumiso. En las noches pensaba cómo desaparecerlo sin que nadie lo notara. No podía exponerme, no podía después de aquello de Matea. Candy estaba rayada conmigo y me reclamaba que en semejante pensión no podíamos cuadrar nuestros planes. Pero qué le vamos a hacer, la policía ya me había allanado el apartamento. Solo vieron cientos de potes de gelatina. Y gelatina casera, además, que hacía pulverizando cartílagos y huesos. Ellos no entendían nada. Solo pensaban que me alimentaba de esa semi carne.
El anciano me veía con desprecio y sabía que un día de esos habría que enfrentarnos. Seguía soñando con cogerlo desprevenido. Con clavarle un cuchillo y seguir corriendo. Al viejo no se me antojaba comerle. La carne vieja es rancia. Él veía a Candy con deseo y la escondía a mis espaldas cuando iba por el pasillo. Para que ella no lo viera. Eres un cobarde, me repetía Candy. Eres un puto cobarde. Me largo con él si no le matas. Vale, vale, mañana lo tendré todo listo.
Esa noche intenté dormir tranquilo. Resolví que la única solución era llevarme todo y largarme a una ciudad nueva. Esta ya no daba para mí, ya no daba más, ya sabían mi nombre y mi cara y mi domicilio. Tenía todo organizado.
*
Esa noche también desperté sudando frío. Cuando reparé, tenía un corte limpio en mi muñeca y el muñón expuesto. Un rastro de sangre iba desde las sábanas y alcanzaba el pasillo. Lo seguí. Dónde está Candy, me pregunté. Cómo logró zafarse así.
La puerta del viejo estaba entrecerrada y el rastro iba hasta su cama. Al ver bien me di cuenta que ahora Candy se la estaba mamando al viejo.
Texto: Rafael Bermúdez (Madrid, España, pero colombiano de origen, 1985). Es doctorante en la Universidad Complutense en estudios literarios y se dedica a trabajar con novela negra.
Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración.
Instagram: Omr_ilustración
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