Desde tiempos bíblicos la mujer ha sido vista como una posesión: vale por el marido, no por sí misma. Esta situación se extendió hasta nuestros días, es común escuchar (y leer) “Fulanita esposa de”; como en el Super Bowl, cuando un reportero deportivo se refirió a la cantante Shakira como “la esposa de Piqué”. Los comentarios en redes sociales no tardaron, los usuarios destacaron la trayectoria de la colombiana, quien se ha forjado un lugar en el espectáculo como para simplemente ser llamada la esposa de Piqué. Idéntico a este hay miles de ejemplos.
La sociedad procura que las esposas utilicen el apellido del marido o que lo agreguen con la preposición de para enfatizar la pertenencia, pero no como nueva integrante, sino como algo que se posee. A muchas mujeres esto les ha parecido buena idea y portan orgullosas un apellido ajeno, adquirido a través del matrimonio, otras lo han tomado porque era la única manera de hacerse visibles: Cristina Pacheco, por ejemplo, quien sí hizo una carrera literaria y periodística propia aunque muy ligada a la del marido, el poeta José Emilio Pacheco; sin embargo, tenían el pacto de no hablar públicamente del otro. Cristina no ha revelado por qué decidió ser Cristina Pacheco y no Cristina Romo o Cristina Romo Hernández, como le habría correspondido… Las demás, una vez terminada la feliz unión, nunca pudieron deshacerse de la huella y el apellido se convirtió en un fantasma o lastre: Lola Álvarez Bravo, Ulalume González de León.
El caso que ahora me ocupa es el de la escritora decimonónica Laura María Luisa Elena Méndez Lefort, mejor conocida como Laura Méndez de Cuenca quien, a pesar de haberse casado con el periodista Agustín Cuenca, fue perseguida toda la vida por el fantasma del poeta suicida Manuel Acuña, con quien sostuvo una relación sentimental. El paso de Acuña por su vida fue breve, tanto o más como la vida del hijo que tuvieron juntos y de cuya concepción circula la leyenda de que se dio tras la muerte del padre de Laura: mientras velaban el cuerpo, Manuel Acuña poseyó carnalmente a la joven, vulnerabilísima ante la orfandad. La historia resulta increíble y tétrica, además de que atenta contra la moral de la escritora en tal situación. A ella se le juzga, al poeta desde luego no: no pudo contenerse, lo cual le da vigor a su personalidad. Otra mujer ligada al saltillense es Rosario de la Peña, quien pasó a la historia literaria como Rosario la de Acuña por el poema “Nocturno” dedicado a Rosario y que los editores y críticos tomaron a bien titilar “Nocturno a Rosario”, fundiendo así a estos dos personajes del romanticismo tardío mexicano.
El nombre del poeta es un lastre, pues ninguna de estas dos mujeres pudo deshacerse de él. Laura se casó y adoptó el apellido del marido; Rosario, por su parte, estuvo siempre enamorada del poeta Manuel M. Flores, amor que fue correspondido aunque desgraciado porque la sífilis de aquél impidió la consumación y el matrimonio. Cuando en entrevista le preguntaron a la musa de los poetas románticos si de verdad Acuña se había suicidado porque le negara sus amores, Rosario respondió muy inteligentemente: fui pretexto, mas no causa.
¿Pero quién es Laura Méndez? La escritora nació el 18 de agosto de 1853 en la Hacienda de Tamariz (Amecameca, Estado de México) y murió en la Ciudad de México el 1º de noviembre de 1928, dejando una vasta obra. Hizo estudios en el Conservatorio de Música y en la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres; escribía poemas y organizaba veladas literarias junto con su hermana Rosa. También se desempeñó como profesora; por instrucciones de Porfirio Díaz, fue comisionada junto con otras profesoras para visitar jardines de niños en San Francisco, California, para implementar aquí esa organización en la escuela para párvulos. Las preocupaciones de Laura fueron la escritura y la formación de las niñas, por lo que enfocó sus esfuerzos en este sector y fundó la Sociedad Protectora de la Mujer en 1904, además de representar al gobierno mexicano en congresos internacionales de educación. Sobre su faceta de poeta, la escritora peruana Clorinda Matto de Turner dijo que era “creadora de un vigor sorprendente”; tuvo también una carrera periodística: sus textos se publicaron en El Universal y El Imparcial, dos de los diarios más importantes del país.
Según la investigadora Liliana Pedroza, Laura Méndez de Cuenca es la autora del primer cuento escrito por una mexicana: “Un rayo de luna”. La narración apareció en El Universal el 4 de agosto de 1890 y la autora utilizó el seudónimo “Stella”. “Un rayo de luna” es un cuento breve en el que efectivamente se nota el vigor de la palabra de Laura, pero también la belleza de su poesía; la voz narradora presenta una atmósfera que casi es tangible, se antoja sacada de los relatos de Las mil y una noches, pues la sensualidad y lo sensorial inundan el cuento cuyo argumento es un amor no realizado, que incluso causa culpa en ella, ya que siente en la mirada del guitarrista el anuncio del pecado, de la destrucción de su paz y tranquilidad, porque su presencia la perturba hasta el punto de hacerla colapsar:
Y un rayo de luna, un discreto rayo de luna que se enderezó hacia el bosque, dejome ver, ¡lo que nunca viera!, un elegante busto, una mano morena y nerviosa que empuñaba una guitarra, y unos ojos negros como la sombra de los árboles, que me miraron abrasándome y que yo siento me miran todavía.
El rayo de luna recorrió a prontos trechos el bosque, dibujando a mis pies temblorosa y movible alfombra de encaje con la sombra de las hojas agitadas por el vientecillo sutil; y ocultose tras de enorme masa negra y compacta que borroneaba allá abajo, en el horizonte, arrebatando a mis miradas el volcán primero, el cielo azul, el busto, la mano y aquellos ojos negros como el dolor…
El cuento es muy sugerente: ¿quién es ese hombre que la ve abrasadoramente?, ¿por qué la mujer se asusta y huye de su presencia?
Si Pedroza está en lo correcto y este es el primer cuento escrito por una mexicana, vaya debut en la narrativa escrita por mujeres y qué enorme responsabilidad tenemos las que escribimos en este siglo, donde tenemos mayor libertad de elección y nuestro solo nombre basta para hacernos de un lugar en el medio. En cuanto a Laura Méndez, respetemos su decisión de llevar el agregado “de Cuenca”, pero no olvidemos las acciones, el talento y el trabajo que la respaldan.

Nancy Hernández García (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas, interesada en la literatura mexicana del siglo XX; escribe la columna “hojasueltas” de la revista digital Amarcafé y lee poesía en sus ratos libres. Ganó el Premio Bitácora de Vuelos 2018 en la categoría de Ensayo con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos: Un acercamiento a José Emilio Pacheco, mismo que se acaba de publicar.