La cuestión es moverse | El rap feminista es el nuevo punk

Por Fernanda Piña

Para armar una revolución lo primero que necesitas es una amiga. Ayuda mucho que tu amiga llegue emocionada un día a mostrarte una canción que acaba de conocer y que esa canción se titule “Ni una menos”, de Chocolate Remix.

“Todas las que mataste hoy son mi musa”.[1]

Pensé que esta canción no podía ser la única que tratara sobre la violencia de género en Latinoamérica y estaba en lo cierto. Pronto desfiló ante mí el nombre de Rebeca Lane, de Miss Bolivia, de Renee Goust, de Sara Hebe, de Vaioflow y de tantas más. Una sola canción me introdujo a un grito colectivo ante una realidad: nos están matando, en Latinoamérica nos están matando.

“Hoy me levanto, otro día siendo mujer,
desayuno con otra muerta más por la tv”.[2]

Descubrí tanto que ahora mi playlist dura casi cuatro horas, por lo tanto, en el tiempo que me toma escucharla completa habrán sido asesinadas casi dos mujeres en México. Recuerdo cuando medía el tiempo en canciones, me subía al camión para ir a la prepa y tardaba entre seis y siete canciones en llegar. Mi país puede medir sus muertas en canciones.

“Nos violan, nos matan, acá no hay presidente, ni derechohabiente”.[3]

El rap feminista no solo ha ejercido un papel de recopilador de la memoria histórica, sino que también ha ejercido una labor de autodefensa. Artistas como Rebeca Lane y las integrantes de IRA han dicho que no son pacifistas, sino que las trasciende, como a muchas, el afán de justicia ante una auténtica emergencia internacional que no ha sido tomada como tal.

“No tengo privilegio que proteja este cuerpo,
en la calle creen que soy un blanco perfecto”.[4]

Conocer la música de Chocolate Remix significó, entonces, algo decisivo en mi vida, aunque en ese momento parecía insignificante. Una mujer que traslada su rabia a las palabras y las comparte para generar un cambio me genera admiración. La misma admiración me generan las mujeres que liberan su rabia por las calles y aquellas que añaden a nuestro diccionario palabras como cacerolazo y brillantinada para contrarrestar, aunque sea un poquito, todo lo que tiene que ver con el término feminicidio. Feminicidio es ya una palabra tan frecuente que hasta tiene variantes dialectales, como me enseñó una canción de Miss Bolivia, una rapera argentina.

“Si tocan a una nos tocan a todas,
el femicidio se puso de moda”.[5]

Cuando fui a un concierto de Rebeca Lane mi corazón se sintió feliz y abrazado. Cuando te rodean tantas mujeres conscientes y se unen a una voz a entonar consignas entretejidas con los versos de las canciones se puede crear el lugar más seguro del mundo. Incluso así, cuando salí del concierto y pedí el taxi, regresó el temor de no saber si llegaría a casa. Esa noche, como todas, queríamos ser libres y nos tocó ser valientes.

“Quiero vivir, no sobrevivir, salir a la calle
y sentir que no tengo que defenderme”.[6]

Ese concierto fue en un foro cercano al Monumento a la Revolución, desde donde partió la marcha del 8M en este 2020. Mientras marchaba tuve claro que pondría el cuerpo, sin condiciones, por mis amigas, las que pintan las calles de colores como reinas del caos. La respuesta de algunos grupos de mujeres, desde su incuestionado y profundo privilegio que otorga cierta condición socioeconómica, fue invalidar su lucha con gritos de “no violencia”, como si las paredes sintieran. Es difícil empatizar desde el privilegio, pero no intentarlo en un país en el que asesinan a diez de nosotras diariamente implica, por lo menos, cierto grado de complicidad.

“De tan histérica, histórica”.[7]

Pienso en lo mucho que deseo que todas ellas escuchen la playlist que hice a partir de “Ni una menos”, de Chocolate Remix, no porque yo la haya hecho, sino porque el dolor es tan grande, tan diverso, tan colectivo, que la comunicación sensible es la vía más poderosa. ¿Qué nos puede más? ¿Que nos lancen estadísticas? ¿Que nos digan que son diez al día o que las nombren en otras voces?

“Ya no existen dolores ajenos,
hoy nos duele a todas, no habrá ni una menos”.[8]

Creí que había conocido el punk desde la primera vez que escuché a los Sex Pistols cantarle a la anarquía, pero lo conocí varios años después, en las recomendaciones musicales de mis amigas y en una exigencia puntual: ni una menos.

“Que tiemble la tierra de pibas con ganas”.[9]

Cuando surgen expresiones artísticas alrededor de un tema significa que se ha vuelto imposible de ignorar. Al hacer una rápida búsqueda en Spotify de las palabras “ni una menos” aparecen un total de 68 canciones. A esa lista hay que agregar todas las canciones que retratan la escalofriante realidad de ser mujer en diversos países y que no se llaman “Ni una menos”. El resultado es prácticamente un género musical completo surgido de la coyuntura.

“Todo se puso verde porque ya no estamos solas,
salimos a gritarlo: nos están matando a todas”.[10]

¿Cómo sabremos que ya no es necesario escribir más canciones? Incluso hemos tenido que exportarlas de Argentina, de Guatemala, de Chile, porque las nuestras no han sido suficientes ni se han producido lo suficientemente rápido para hacer frente a la emergencia. Hermanas latinoamericanas, qué ganas de que se les acaben a ustedes los motivos para escribir tanto sobre esto y qué ganas de que en México no crezca la escena ante lo que parece inevitable: que el rap feminista se vuelva una bandera más de lucha y que si se acaba es porque ya no tiene motivos para existir y no porque lo hayan silenciado.

“Perdimos el miedo a caer, aprendiendo juntas a flotar”.[11]

[1] “Ni una menos” – Chocolate Remix
[2] “Libres” – Mora Navarro
[3] “Ni una menos” – Adrián Za, Vaioflow
[4] “Ni una menos” – Rebeca Lane
[5] “Paren de matarnos” – Miss Bolivia
[6] “Ni encerradas ni con miedos” – Rebeca Lane
[7] “Histórika” – Sara Hebe
[8] “Ni una menos” – China cruel
[9] “Vivas y furiosas” – Sudor Marika
[10] “Mujeres valientes” – Merkabah
[11] “Vamos sobradas” – Tremenda Jauría

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