Cuento | Muerte en Punta del Diablo, por Analía Amaral

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Omar Ilustración

Somos cuatro sobre el deck de una cabaña rústica en Punta del Diablo. Ceci y Ticiana improvisan una coreografía al ritmo de una canción de hip-hop que sale de un parlante diminuto. A Pato, que está sentada sobre el borde, solo le veo la espalda encorvada de la campera violeta y las manos que sobresalen hacia un lado mientras realizan, minuciosas, un bordado multicolor sobre un aro de madera que me permite ver una playa durante el atardecer naranja y una selva frondosa por donde cruza un río. Yo, la menos interesante, sentada sobre una reposera de playa, me entretengo leyendo una novela corta sobre un demente que está a punto de un hundir una cuchara en los intestinos de su víctima. Ahí es cuando detengo la lectura, aliviada, y me distraigo observando lo que hacen las demás, a la vez que anoto una líneas en mi cuaderno.

Estoy intentando terminar un cuento que no va hacia ninguna parte y termino describiendo esa escena en la que participo como un personaje pasivo y que parece estar sacada de una película de cine independiente. Si esto fuera una ficción, el libro que leo podría servir como una indicación para el lector de que la historia tratará sobre un misterioso asesinato o, si queremos trastocar un poco las cosas, yo podría ser la asesina psicópata que terminará matando a sus compañeras de viaje. Todavía no sé cómo ni con qué pero la cuchara está descartada si no quiero ser acusada de plagio.

Cerca del mediodía, Ceci y Ticiana  salen a hacer los mandados y vuelven para cocinar el almuerzo. Pato y yo prometemos lavar los platos mientras que, por el momento, lagarteamos al calor del sol y solo nos movemos a medida que este se va ocultando detrás de la cabaña y la madera del deck se va enfriando con la sombra ganando terreno. Desde adentro solo se escuchan los golpecitos de los cuchillos picando sobre las tablas.

Al finalizar, la comida que nos sirven es una sencilla receta de verdura salteada que incluye zanahoria, cebolla y puerro sobre una montañita de arroz. Yo no tengo paciencia para cocinar. Lo hago pero demasiado rápido, interesada más en comer y terminar, al contrario de mis amigas que le meten amor y cariño a cada ingrediente y hacen que cada bocado sea una fiesta para el paladar. Y aquí es cuando detengo mis pensamientos y me digo que esta podría ser una metáfora culinaria acerca del sexo y el amor y saco mi celular, simulando que escribo un mensaje, cuando en realidad estoy usando el bloc de notas. Las demás ni se enteran. Desde temprano me han visto con el cuaderno encima pero no tienen idea de que estoy a punto de matarlas. Esto me recuerda a la vez que  leí algo que decía que ser escritor es como ser Superman, pues uno posee una doble identidad: la compartida con tus amigos y familia, quienes te toman como una persona normal que cumple al pie de la letra las responsabilidades y rutinas, y, luego, esa vida secreta, caótica, llena de personajes nunca vistos pero que para ti son tan reales y palpables como tus propias manos.

Yo prefiero pensar que ser escritor es como ser Lex Luthor. Nadie creería que Superman y Clark Kent son la misma persona, pero todo el mundo sabe quién es Lex Luthor. La diferencia es que algunos lo toman por buena persona, otros  solo tienen sospechas que nunca pueden probar y, por último, está el grupito selecto, compuesto quizás de otros villanos, que sabe lo bien hijo de puta que es, pero, de todas formas, nadie está seguro de lo que acontece dentro de las paredes de su lujosa mansión. Y es así que, si llegas a ser reconocido como escritor, todo el mundo, o los que te ubican por lo menos, saben quién eres pero no tienen idea de lo que haces.

El almuerzo termina con una ensalada de frutas. Ellas comen con cuchara y yo con tenedor. Después nos preparamos un café mientras Pato y yo ponemos manos a la obra en la pileta de la cocina. Ticiana comienza a revisar sus redes sociales y en eso encuentra uno de esos juegos en los que se inventan frases a partir de la primera letra del apellido o el último número del celular. En este caso, se trata del título del libro que cuenta la historia de tu vida. Ella va contestando, buscando las palabras, para terminar lanzando una carcajada y leyendo en voz alta “la patética vida de un símbolo sexual”. Repite el cuestionario conmigo y con Ceci. A Ceci le ha tocado “el triste relato de un soñador” y a mí “la inconclusa biografía de un genio incomprendido”. Nos burlamos de nosotras mismas diciéndonos que esos títulos nos describen perfectamente y ahí llega el turno de Pato que sin muchas ganas contesta las preguntas de Ticiana y el título resultante es “la terrible historia de un asesino serial”. Pato se queja y nosotras no podemos evitar mirar en dirección a la cuchilla inmensa que está sobre la mesada de la cocina brillando a la luz del sol. Yo la embromo y con voz de locutor de informativo digo “tres mujeres mueren misteriosamente en una cabaña en Punta del Diablo”. Ceci agrega “otra se encuentra desaparecida”. Nos reímos las cuatro y seguimos como si nada. Yo me quedo mirando el bordado de Pato que ha quedado descansando sobre un sillón y anoto algo sobre una mujer que luego de asesinar a sus víctimas les deja un dibujo bordado sobre el lugar donde hundió la cuchilla. Quizás me sirva como argumento para un cuento futuro o como una pista para la policía, en caso de que tengan que venir a la cabaña para investigar la escena de un crimen.


Analía Amaral. Uruguay, 1987. Profesora de Idioma Español en Educación Secundaria. Autora de los poemarios Tres escalas hacia la noche (2015, Bestial Barracuda Babilónica) y La Marea de los días (mención en concurso de Poesía Joven organizado por la Casa de Escritores). En 2019, obtuvo el premio Ariel otorgado por la Academia Nacional de Letras de Uruguay por su novela corta Barraluna.


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Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración.
Instagram: Omr_ilustración
Facebook: Omrilustració

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. lavie dice:

    Relato cotidiano que invita a pensar. Yo me quedo con esa reflexión que haces sobre la doble identidad que todos tenemos: la compartida y la secreta. Qué misterioso es el ser humano a veces… Me encantaron tus palabras. Saludos 🙂

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  2. Analía dice:

    Muchas gracias, Lavie. Me alegro que te haya gustado. Saludos, Analía.

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