Ojos Vermelhos | Dos miradas, un par: Come and see

Por Enrique García Moreno

  • Dirección: Elem Klímov.
  • Guion: Alés Adamóvich y Elem Klímov.
  • Edición: Valeriya Belova.
  • Cinematografía: Aleksei Rodionov.
  • Reparto: Alekséi Krávchenko, Olga Mirónova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas, Victor Lorents.
  • Casa productora: Mosfilm y Belarusfilm.

En estas vísperas de resguardo y aislamiento (al menos, en potencia) en donde los cines y centros culturales yacen cerrados, creí que lo más conveniente y sensato sería reseñar un largometraje que esté disponible, no solamente en el hogar, sino para todos; este filme se puede ver de manera totalmente legal y gratuita en la plataforma de YouTube, con solo buscar el título en inglés. Es por esta razón que me voy a referir a la misma con su nombre anglosajón. 

Come and see es, según mi opinión, una de las películas más infravaloradas del siglo pasado; pocas son las veces en la que la he visto en algún top de las mejores películas de las décadas pasadas, y, volviendo a hacer uso de mi criterio personal, podría afirmar que es una de las mejores películas, no solo de la década de los años 80, sino de la historia. Pero, antes de exponer mi por qué, daré, como es costumbre, un breve resumen de la película.

Come and See narra la travesía del joven Flyora (Alekséi Krávchenko), de 14 años, quien es reclutado por los partisanos bielorrusos para enfrentarse ante la ocupación alemana en sus pueblos. Este, al ser demasiado joven para ir con la infantería pesada, es mandado a la retaguardia. Después de que los partisanos salen al combate contra los nazis, Flyora se queda cuidando el campamento de base y conoce a Glasha (Olga Mirónova), con quien rápidamente crea un lazo. Todo es tranquilo hasta que un avión alemán ataca el campamento. Flyora y Glasha tienen que escapar de los soldados: es en este momento donde toda la crudeza de la guerra se empieza a desvelar frente a los ojos de nuestro protagonista (y los de nosotros, de igual manera).

La perspectiva, desde las primeras escenas del filme, es radicalmente distinta a la de otras películas anti-bélicas que conocemos. Ahora que lo pienso, lo más cercano que se puede tener a esta película de este lado del mundo es la gran obra de Michael Cimino, El Francotirador, de 1978. Pero, ¿cuál es la gran diferencia entonces? La respuesta yace en tres simples, pero importantísimos aspectos, en los cuales baso mi afirmación pasada sobre la importancia de este largometraje.

El primer punto es la narrativa: nuestro protagonista, si bien acciona durante toda la película, realmente solo es un mero espectador de toda la barbarie infligida contra su pueblo; nosotros, como espectadores, a través de sus ojos inocentes, lo acompañamos en su contemplación por esta hecatombe mientras vemos cómo su inocencia y hasta su propia humanidad se van perdiendo a lo largo de la película. Este arco es evidente cuando se presta atención a la primera secuencia, en donde Flyora está buscando un rifle con su amigo; todo es infantil en ese momento y nada tiene un verdadero peso. La mirada del joven es prístina y suave. En cambio, en los últimos momentos del filme, su ver es totalmente otro: desquiciado, agonizante, lleno de marcas y envejecido. Es en este momento en el que Flyora ya  no puede volver a ser el mismo.

Es evidente que nuestro personaje principal nunca es un héroe ni mucho menos un salvador. En Come and See no encontramos un final que nos pueda abrazar para no sentirnos tan mal por las desgracias pasadas, sino un recordatorio latente de los horrores humanos.

El segundo aspecto, que tiene que ver mucho con el primero, es la cinematografía. Aquí no hay tomas panorámicas sin cortes ni monumentales, no existen batallas de regimientos enteros matándose unos a otros. En cambio, tenemos tomas cerradas y frontales, close ups, que encierran las reacciones de cada personaje y que, en ocasiones, podrían resultar incluso incómodas para algunos espectadores. Es con la ayuda de este recurso que logramos presenciar, casi en carne propia, la degeneración de Flyora. Además, existe un gran contraste en las imágenes, pues el director decidió hacer una gran e interesante mistura con el hiperrealismo y el surrealismo. Si bien el primero predomina, son los paisajes casi oníricos lo que ayuda contrarrestar, en algunos casos, el horror de la guerra; también es cierto que hay veces que tiene el efecto contrario, llegando a acrecentarlo.

La tercer cuestión que ayuda a posicionar a esta película como una obra maestra y , además de todo, darle una característica única es el uso del sonido. No simplemente me refiero a la increíble banda sonora del compositor Oleg Yánchenko, que junta instrumentos de cuerda con sonidos y zumbidos mecánicos y propios gritos humanos para crear una sinfonía casi distópica. Insisto, no solo es esto. Lamento el breve adelanto, pero me es imprescindible revelar este mínimo punto de la historia para ejemplificar mi argumento. A la mitad de la película, si no es que antes, Flyora queda parcialmente sordo por el ataque antes mencionado. Este simple hecho hace que nos alienemos aún más con el joven de 14 años. Ya no podemos oír todo lo que sucede, sino solo lo que Flyora alcanza a percibir y, conforme su espiral hacia locura sigue avanzando, solo distinguimos lo que él quiere escuchar. Si bien la visión del personaje siempre es subjetiva, nunca un director me había puesto en una jaula tan cerrada, de la cual no quisiera escapar. Este aspecto, junto con la cinematografía, son los que ayudan con los paisajes de horror y poesía a cuajar de una manera excelente.

Aprovechando que el llamado de estos momentos tiende ser hacia ser lo más humanos posibles, creo que experimentar este file podría servir para mucho, no sólo para reflexionar sobre nuestra condición en desastres como los plasmados en la pantalla (y los que estamos viviendo en estos últimos días), sino encontrar que hasta en el lugar más escondido y pequeño de nosotros, cuando todo se cree perdido, existe, todavía, algo de humanidad. Porque sí, Come and See es devastadora, cruda y hasta escalofriante, pero al final tiene un mínimo, pero grande, destello de esperanza.

 


4

Enrique García Moreno (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Portuguesas (simón, existe) y de Actuación. Melómano de profesión y cinéfilo de oficio. Escribe poesía vermelha y prosa. Ha participado en varios concursos de relato como el Juan Rulfo o el Luis Arturo Ramos de la Universidad Veracruzana.

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