
Editorial: Sexto Piso
Páginas: 704
Cuando comenzó esta tendencia en Hollywood de adaptar cuentos clásicos a películas oscuras, grotescas y sensuales, enfocadas más hacia un público adulto —tales como Caperucita Roja (2011), Blanca Nieves y el Cazador (2012) o Hansel y Gretel (2013)—, me pareció una reinvención comiquísima. Mientras comía bombones perezosamente al ver estas películas, se prendió una chispita en mis ojos. Reconocí que, en algún punto de las últimas décadas, la psique colectiva había hecho una transición muy sutil (¡Pic!) en lo referente a la naturaleza de los cuentos clásicos. Para la gran mayoría, los cuentos de hadas eran infantiles, ilustrados, bonitos y moralistas, terminaban todos con final feliz y bodorrio donde el catering se especializaba en perdices; no obstante, muchos ya saben que no comenzó todo así.
Lo grotesco en lo mágico
Antes de que mis padres pudiesen percatarse de que los libros de cuentos que me compraron contenían las historias de Grimm y Perrault originales y consecuentemente pudiesen entrar en razón (sí, los cuentos con los asesinatos, mutilaciones, abusos y todo el paquete), yo ya fantaseaba con cortarme el dedo pulgar con grandes tijeras —siguiendo el ejemplo de la hermanastra de la Cenicienta— para que así me entrara la zapatilla de cristal. Eran cuentos contados, recopilados y escritos en tiempos muy distintos.
¿A qué viene esto? Bueno, aquella sensualidad grotesca que Hollywood logró vislumbrar, pero nunca apresar está —estampada como una bofetada caleidoscópica— en la obra cuentista de Angela Carter; no fue hasta el 2017 que la descubrí y allí fue el fin y el inicio de todo. En esta antología armada por la editorial Sexto Piso, te reencuentras con tu infancia solo para cortar lazos con ella: quemas los puentes, las naves que zarpando te llevaban hacia el mundo de lo mágico e irreal.
En Quemar las Naves, esta colección definitiva de Carter, encontrarás todos sus cuentos (duh) de aquellas publicaciones pasadas como Fuegos artificiales, La cámara sangrienta, Venus negra y Fantasmas americanos y maravillas del Viejo Mundo; pero con un giro de tuerca interesante: el volumen incluye relatos inéditos.
Angela Carter (1940-1992) como figura
Esta mujer es una de esas figuras tan eruditas que resultan inverosímiles: fue mentora de Kazuo Ishiguro, el ganador del Nobel de Literatura; amiga del escritor Salman Rushdie; profesora de escritura creativa en el Reino Unido, Estados Unidos y Australia; mesera en Japón; recipiente de un premio que la animó a dejar al primer marido atrás. En fin, fue una figura presente en los círculos más intelectuales y le sobran los méritos; sin embargo, le falta reconocimiento, sobre todo en lengua hispana. Quemar las Naves viene a remediar esto.
Se ha dicho que su obra maestra es el libro La Cámara Sangrienta, porque en ese libro ella hace una readaptación muy suya de algunos cuentos de hadas clásicos. Confirmo: ya es hasta de culto. Esta colección fue la que más me gustó.
Todo hombre debería ocultar un secreto, aunque solo sea uno, a su esposa —dijo—. Prométeme esto, mi pálida concertista de piano; prométeme que usarás todas las llaves del llavero menos la pequeña que te he enseñado al final.
Intentar explicarte toda la obra de Angela Carter es una tarea titánica digna de un doctorado, pero aquí voy a hacer mis pininos: Carter tiene una fijación por la parafernalia del escenario, la pantomima del arte, la sensualidad de la muerte y el poder de los instintos. Casi todos sus cuentos parecen estar sumidos en la penumbra, mas la manera en que describe todo hace sacar chispas de los rincones que menos te esperas. Leerla es adentrarse en una pintura en claroscuro, donde ella es la dueña del teatro y decide qué cosa estará bañada en luz y qué no. Es lista y lo sabe. Ha leído muchísimo y lo sabe; no obstante, construye su universo con pocas referencias explícitas a otros.
Pinceladas del Libro
Bella y Bestia, el Gato con Botas, Caperucita y el Lobo, una efímera Blanca Nieves y Barbazul son los protagonistas de relatos que, a pesar de ser tan audaces como para cambiar aspectos fundamentales del cuento “original”, parece que te devuelven a las raíces del mismo.
Siempre tendrán un lenguaje muy ornamentado, llenísimo de descripciones. Quedas abrumado por las sensaciones e irónicamente el cuento llegará a ser violento en la medida en que se necesite. El elemento que más comparten los cuentos es la elocuencia de una narrativa que nunca se detiene, agibílibus y sensual por excelencia.
Hay cuentos más largos que otros, pero vaya que provocarán algo. Te preguntarás el significado de sinestesia. Algunos fueron terribles: honestamente creí que tendría pesadillas; sin embargo, seguí leyendo.
Sueños de Japón, vampiras “aquejadas de ennui” (me gustó esta frase), verdugos enamorados de las hijas y hermanos incestuosos que vagan por un Edén post-Edén, Poe, Lizzie Borden la asesina del hacha, mundos invertidos mediante el espejo, una Bella vuelta Bestia, un western donde el diablo anda suelto, títeres vivientes, la Alicia de Carroll soltada en Praga, otra Alicia-Lobo, Shakespeare, tinieblas de lo sexual envueltas en tortura… El carrusel manejado por Carter no para de girar.
Ambientación
Leer los relatos nos devuelve a un mundo salvaje, primitivo, donde el paisaje es el que devora al humano. La historia es lo importante sobre el carácter de los personajes y no al revés. Crees saber lo que va a pasar, pero Carter ralentiza el ritmo, describe y describe, genera una tensión/intriga que queremos romper y puede llegar a ser desesperante. Uno nunca llega a plantar bien los pies en el mundo del cuento, a lo fantasmal. Sí: se te queda un sabor en la boca, el eco de un olorcito. Carter tiene una capacidad descriptiva intimidante.
Ritmo
No puedo hablar por todo el libro. Hay unos que se leen de un tirón (“El Gato con Botas”) mientras otros son difíciles de atravesar y te dan ganas de rendirte. El cuento de Lizzie Borden se me hizo particularmente difícil: yo le gritaba a ruegos que ya llegase al punto, mas —perdonando la redundancia— ese es el punto. Carter es la deidad cruel y bellísima de todas sus historias. La voz omnisciente tras bambalinas.
Estilo, en General
La autora describe las cosas más terribles con una elegancia devoradora, va emborronando los límites de qué se puede hacer o no en la escritura. Opiniones varían respecto a esto hoy, pero mantengo la oración. Hay secciones que son casi poesía. Hay cuentos completos sin diálogos. Hay referentes y simbolismos casi ocultos, cuentos en formato de dramaturgia, textos-ensayo, algunos que parecen más bien textos-estampilla. Además, siempre lo hace a través de una mirada feminista en la que se explora y deconstruye la identidad de todo y todos. No hay temor a lo sacrílego, no hay temor a mujeres que dominan su sexualidad (y por ende controlan lo que les sucede). Se puede presentir/predecir la magia.
Angela Carter parecía estar siempre a punto de conferir algo: un talismán, un símbolo que permitiría atravesar el oscuro bosque, las palabras mágicas necesarias para abrir una puerta encantada.
Margaret Atwood
Veredicto
No te diré que el trayecto fue delicioso, sencillo, como estar sentada sobre mantilla de picnic veraniega; de por sí la cantidad de páginas es intimidante, a eso súmale que Carter es una autora a la que le gusta jugar con el lector, construir mundos y darles una magia peculiar a cada uno: algunos serán violentos, sangrientos, terribles; otros, misteriosos y llenos de personajes fantasmagóricos; algunos, crudos, pintorescos y realistas; otros más, casi bíblicos y audaces; pocos serán divertidos y musicales. A todos les unirá algo: este silencio apabullante de un lector que se enfrenta a una figura literaria masiva, lector que lee con el pasmo de quien se va dando cuenta que está ante una pluma maestra.
¿Es raro ponerse triste porque alguien murió antes de que hayas nacido? En mi caso lo sentí así. Carter murió en 1992, en “el apogeo de sus poderes”, y me entristece haber nacido después, pero al menos sacaron este volumen con cuentos inéditos y podemos emocionarnos y fingir que ella acaba de publicar algo nuevo en un mundo donde ya existimos. Súbete a la nave y quémate con ella: Carter tiene todos los cerillos, excepto uno.
[Fotografía tomada de https://bit.ly/3eBTTg9%5D
Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996) estudió Comunicación en el Tecnológico de Monterrey y está cursando la 12ª edición del Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Sus textos han sido publicados en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México y en las revistas literarias Efecto Antabus y Carruaje de Pájaros.
¡Muy interesante! Saludos 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona