Sé el cambio que quieres ver en el mundo.
Gandhi
1
—¡Papá, preguntan por ti! —vocifera Ana desde la puerta, bailando al son de sus auriculares.
—¡Te vas a quedar sorda y nos vas a dejar sordos a los demás! —protesta Hugo, viniendo por el pasillo—. ¡Anda, deja ya la musiquita y ponte a estudiar, que es lo que tienes que hacer!
—Venimos del ayuntamiento —anuncia un señor. Detrás, sendos operarios—. Traemos su cuota de plástico.
—Mi cuota… ¿de qué?
—De plástico. Como sabe o debería saber hoy entra en vigor la nueva ordenanza municipal relativa a la asignación y custodia de residuos plásticos.
—Gracias por reprocharme lo que ignoro, señor funcionario, pero no tengo ni idea de qué me habla.
—¡Que sí, papi: la nueva ordenanza medioambiental! —informa la adolescente, escandalosa—. ¡Aquella del buzón! ¡La que tiraste a la basura! —Hugo enrojece y la mira—. Vale, vale… —recula—. ¡Qué genio! El día que cumpla los dieciocho…
—Usted perdone… ¿Qué me decía?
—Su cuota de plástico… A partir de ahora y dada la imposibilidad de su total almacenamiento y reciclaje, los vecinos deberán acopiar la proporción de esos plásticos que, según nuestros cálculos, les correspondan. En su caso… —consulta un portafolios—. Aquí está: ¡ocho metros cúbicos!
—¡¿Ocho…?!
—Sí: el volumen equivalente a ocho mil litros.
—No puedo creerlo… ¿Y hasta… hasta cuándo…?
—Hasta que su paulatina eliminación nos permita retirárselo.
—¡O sea: hasta dentro de… meses!
—No creo. Ojalá me equivoque, pero yo diría que hasta dentro de… años.
—¡¿Años?!
Asiente, comprensivo.
—Y, ahora, si es tan amable y me firma el recibo, los compañeros procederán a dejarle la cuota. Como ve, para facilitar su transporte y acumulación, las infinitas formas del plástico vienen prensadas en bloques de cincuenta por cincuenta centímetros. Así, le incumben… sesenta y cuatro bloques.
—P… pero, ¡¿dónde voy a…?!
—Aquí, en su casa.
—Esto… ¡Esto no puede ser legal! ¿Y si me niego?
El mandatario enarca una ceja, pensativo durante un segundo, y contesta con otra pregunta:
—¿Le gusta la playa?
2
Ante Hugo, extrañeza inerte, entran sesenta y cuatro bloques, sesenta y cuatro porciones cúbicas de dúctiles, hasta llenar el pasillo.
—¡Tampoco ponga esa cara, hombre! —anima uno de los soguillas—. Si le sirve de consuelo, venimos de aquí cerca y ¡van a tener que deshacerse de la mitad del mobiliario, por lo menos, para asumir su cuota! ¡De la mitad!
—Consuela mucho, sí…
—Quién iba a creer que llegaríamos a estos extremos… —siente el otro—. ¡Ahora todos, quieras o no, con síndrome de Diógenes por culpa del maldito plástico! Esto…
Hugo cierra, aturdido:
—Sí, quién iba a creer…
—Pues muchos –asegura Ana, al fondo.
—¿Y tú qué haces ahí? ¡¿No te había dicho…?!
—¡Y dale, perico al torno! De verdad: qué pesadito te pones a veces… Por si te interesa la opinión de una socia de Grimpís, esta movida ha sido tan chunga como la de mi ex: ambos la veíamos venir, pero no hemos querido verla, a ver si cambia, a ver si cambia, hasta que ¡pum!, ha petao´ y ni cambio ni leches. ¡Pues tal que así, en pleno 2031, con el dichoso plastiquito! Tanta envoltura, que mira que nos gusta envolverlo todo, y tan poco reciclaje, que mira que reciclamos poco y mal, que…
—¡Llegan los del ayuntamiento y te encasquetan, por orden del señor alcalde o de quien sea dos metros cúbicos de botellas, tapones, bolsas y yo qué sé más hasta que, dentro de unos añitos de nada, sea posible su reciclado! Y digo yo: ¡¿es que no hay vertederos?!
—Claro que los hay, pero, como todo, son limitados y están, ya casi como todo también, saturados. ¡¿Y qué pasa entonces con los productos plásticos y sus más de ciento treinta sustancias tóxicas?! ¡¿Los seguimos dejando por ahí, de cualquier manera?! Imagina, por ejemplo, ¡qué fuerte!, el incendio de toneladas y toneladas de esos productos: ¡nuevas emisiones a lo que nos queda de atmósfera!, ¡más contaminación, ya casi imposible, de ríos y acuíferos!… ¡Una catástrofe, papá! ¡Otra catástrofe!
—Bien, vale… Me rindo: como dice el tango[1], el mundo es una porquería y debemos asumir nuestra culpa. Entendido. Ahora, yendo a lo práctico, querida afiliada de Grimpís,… ¡¿dónde narices ponemos…?!
—Pues… La cinta de correr y las pesas hace siglos que ni las tocas: a la vista está… Y tus librotes y maquetas acaparan polvo y espacio en casi todas las habitaciones. Si lo piensas…
—¡¿Qué?!
—Ya me dirás si no…
—Claro, claro… Pues, en ese plan, también podríamos prescindir de cierto equipo de música y de sus gigantescos altavoces, de cierta colección de cedés, de ciertos armarios llenos de ropita ni siquiera estrenada… Sí, creo que, en conjunto, liberaríamos mucho, mucho espacio. ¿No crees?
3
04:00 am
Una furgoneta rodea la casa del señor alcalde. Dos encapuchados, un hombre y una fémina empiezan a descargar bloques de plástico prensado: uno, dos… treinta y ocho, treinta y nueve… sesenta y tres, sesenta y…
—¡Quietos! ¡Policía!
—… cuatro…
—¿De verdad creían que…? Para su información, ustedes son los séptimos de esta semana. ¡Y aún es miércoles! En fin… Ahora, venga: carguen su cuota antes de que aparezcan los siguientes, que ya hoy se irán de playa.
“¡¿Irnos de…?!”.
Sesenta y cuatro, sesenta y tres…
—Papi, me duele el lomo…
—¡Claro! Y a mí el mío.
…treinta y nueve, ¡ay!, treinta y ocho, ¡ay!…
4
03:00 pm
Playa. 43ºC. Una veintena de condenados por infringir la ordenanza municipal relativa a la asignación y custodia de residuos plásticos peina la arena en busca de eso, de fragmentos dúctiles.
—J… jefe…, ¿no podríamos esperar a que… a que bajase un poco el sol? —pregunta alguien.
—¡No! ¡Calla y recoge!
—¡¿Y si… me niego…?!
—¡¿Y si dejo la sombra, el ventilador y el mojito, y voy con la porra?!
*
—¡Aaagh, papi! Tengo mucha…
—¡Sí, ya lo sé! Yo también y… ¡y me aguanto!
[1]“Cambalache”. Enrique Santos Discépolo. 1937.
José Luis Díaz Marcos. Albacete, España, 1972. Ha publicado relatos en diversas antologías y webs nacionales y extranjeras. También es autor de las novelas Paraísos de magia y fuego y Botij-Oh!