- Artistas: Varixs artistas.
- Fecha de lanzamiento: Febrero, 2019.
- Género(s): Ambient, New Age.
- Sello discográfico: Light In The Attic.
- Duración: 41:00 min / 120 min.
“Salta una rana / en el viejo estanque. / Ruido de agua”, escribió, hace varias épocas pasadas, el gran poeta japonés Matsuo Bashō; sus palabras, certeras y delicadas como siempre, ilustran y resumen perfectamente las sensaciones emociones de uno al experimentar la totalidad de esta compilación.
Siendo un enemigo de las recopilaciones (pues estas, creo yo, reducen a un artista en un trofeo deshumanizado), pero, contrariamente, declarándome un amante del género Ambient, Kankyō Ongaku: Japanese Ambient, Environmental & New Age Music 1980-1990 (nombre completo de esta colección); llegó a mi radar como una bella contradicción, una que, especialmente en estos tiempos tan oxidados, logra revitalizar el espíritu, igual que el agua al cuerpo.
Para empezar con esta reseña, es necesario aclarar unos conceptos básicos ya que, si bien este tipo de música no tiene un estigma per se, la realidad es que se llega a malentender con frecuencia, confundiéndolo con el género (aborrecido por mí) Muzak. Y, la verdad, ambos géneros parten de un mismo principio: la Musique d’ameublement (música de mobiliario), concepto creado por el compositor francés Erik Satie. Lo que proponía Satie con este revolucionario término era “. . . hacer música en ocasiones en que la música no tiene nada que hacer… Queremos establecer una música que satisfaga las ‘necesidades útiles’” (67). Lo que comenzó como una vanguardia más se convertiría, en la década de 1970, en una música que apelaría a las masas: entra Brian Eno, reconocido por su trabajo con Roxy Music, su trabajo solista y sus colaboraciones con artistas como David Bowie, Laurie Anderson y U2 (entre muchos otros) y su álbum de 1978: Ambient 1: Music for Airports. Este trabajo es esencial puesto que fungió como el manifiesto y la constitución de un estilo —ya que del nombre de este álbum surgió la clasificación de este género— e igualmente una percepción distinta a todo lo que se tenía escuchado hasta esa época. La influencia del concepto de Satie y el trabajo de Eno llegaron hasta tierras japonesas en donde estas ideas fueron transformadas y adaptadas a su propia cultura. Es necesario hacer énfasis en estas dos palabras porque la expresión Kankyō Ongaku, que se traduce como “música ambiental”, es una noción que, si bien ganó popularidad en los años sesenta, en realidad existe desde el periodo Edo. Es, con todo esto en mente, que podemos indagar claramente en las aguas de esta compilación; pero, antes, necesito hacer una mínima aclaración: como existen tres ediciones de esta colección (LP´s, CD´s y digital), las cuales varían en duración y contenido, hablaré de la generalidad de la Kankyō Ongaku y ahondaré en canciones que estén presentes en las tres versiones.
El inicio, como el amanecer, es calmo, espacioso y sosegado. De la misma manera en la que un idioma se escucha por primera vez, “Still Space” de Satoshi Ashikawa y “Glass Chattering” de Yoshio Ojima nos dan una misteriosa bienvenida, llena de sintetizadores espaciados, texturas frías y acuosas —aunque cálidas en su composición— y ecos infinitos. Los sonidos se convierten en dudas que queremos resolver.
Para descifrar algunos enigmas, “Ear Dreamin’” de Yoshiaki Ochi nos da un ligero empujón de percusiones; con este glorioso tema, Ochi nos demuestra una transformación del Ambient bastante singular. Con instrumentos étnicos (los cuales podrían parecerse a la mariba), esta canción es una exquisita representación del dinamismo y creatividad que se puede encontrar en este estilo.
El viaje continua y, aunque en la edición digital no se encuentren (solo en YouTube) estas tres canciones, es necesario, por lo menos, nombrarlas por su grandeza. “Islander” del famoso músico mejor conocido por sus bandas sonoras para Studio Ghibli, Joe Hisiashi, quien nos sorprende con su lado más electrónico y reflexivo; si bien esta es una composición apacible, la verdad es que mantiene un ritmo mucho más acelerado que sus semejantes. Le sigue “Dolphins” de Ryuichi Sakamoto, otra leyenda de la música japonesa: la composición de esta pieza es mucho más experimental; con un ritmo atípico, Sakamoto ataca con sorprendentes (en todos los sentidos de la palabra) acordes que, por veces, junto con las voces manipuladas de fondo, crean una pequeña sinfonía disonante. La tercer satisfacción viene de manos de la extraordinaria compositora Shiho Yabuki, titulada “Tomoboshi”; aunque sea una versión reducida de la canción original, es suficiente para dejarte anonadado. Como si fuese sacada directamente del soundtrack de Blade Runner, las conjugaciones de distintos teclados, junto a un instrumento de cuerdas (probablemente un arpa), hacen a este paisaje sonoro enigmático y cautivador.
El periplo en estas aguas de espiritualidad da un último giro, antes de llegar a su destino: nos encontramos con más percusiones, combinadas con otros instrumentos autóctonos y un ligero silbido electrónico en “Variation III” de Masashi Kiturama y su banda Phonogenix. Un breve destello de madrugada nos conduce, producido por unos sintetizadores juguetones e inocentes. Es como si un infante nos llevara de la mano para un efímero juego en “Seiko 3” de Yasuaki Shimizu.
Por fin llegamos a la isla prometida: la vida misma. Existe otro concepto en la cultura japonesa igualmente interesante “Mono No Aware”, el cual hace referencia al poder que tienen los objetos y la naturaleza de poder provocar emociones en los humanos. Solo con este concepto es que puedo expresar mis sensaciones al escuchar “Blink” de Hiroshi Yoshimura. Con una perpetua repetición de motivos musicales, los cuales van cambiando de tonalidad, esta pieza, de duración de casi cinco minutos, podría ser el estandarte de toda la compilación. De principio podría ponérsele el mote de “melancólica”, aunque yo la relacionaría más a la saudade portuguesa; “Blink” es de una simplicidad tan impresionante que resulta tan pegajosa como una canción pop y, al mismo tiempo, tan interesante y profunda como el propio pathos de las cosas.
Envolverse en un ambiente tan remoto puede ser motivo de un autodescubrimiento bastante interesante y adentrarse en las corrientes de Kankyō Ongaku no solo sirve para una introspección, todo lo contrario, puede llegar a ser un verdadero abrazo cálido en situaciones como la nuestra. Más allá de el estado de relajación que todas estas piezas puedan ofrecer, la increíble composición y textura de cada una de las composiciones hacen que la o el oyente no únicamente entren en ese estado, sino que —al contrario de la terrible Muzak— realmente se invierta la total atención en lo que se escucha.
Escuchar es vivir y, con esta increíble compilación de artistas japoneses (que, por cierto, es la primera vez que estas grabaciones salen del país asiático hacia el mercado occidental), el oír se convierte, ya no en una mera necesidad humana y mecánica, sino en un verdadero arte. La edición digital de esta colección se encuentran gratuitamente en los perfiles de Bandcamp, Spotify y YouTube de Light In The Attic Records.

Enrique García Moreno (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Portuguesas (simón, existe) y de Actuación. Melómano de profesión y cinéfilo de oficio. Escribe poesía vermelha y prosa. Ha participado en varios concursos de relato como el Juan Rulfo o el Luis Arturo Ramos de la Universidad Veracruzana.