Cuando me enteré de que venían personas de Pinos Altos me sorprendí mucho. Yo pensé que ese pueblo ya no existía, bueno, aquí ya no existe, claro. Me refiero a que ya no existía cuando yo todavía andaba por allá tocando los abetos y los sauces con la punta de mis dedos. Sí, yo tampoco sé por qué le dicen Pinos Altos si había muy pocos; eso sí, muy altos. Quizá por eso, ¿verdad? A lo mejor solo se necesitan algunos objetos para nombrar un lugar, un par de gotas para bautizar un diluvio o una simple sombra que bien podría condensar todas las tinieblas. Algunos países empezaron así, con el azar esperando remover o compartir una causa por medio de los nopales, ¿no?
Le decía que me había sorprendido la noticia de las gentes de Pinos Altos. Aquí es muy difícil encontrarse con alguien de esos rumbos. Con cualquiera en realidad… es que, verá usted, este territorio es tan grande que nadie se encuentra: por allá a lo lejos uno ve una luz como verdosa y cuando se quiere acercar ya no hay nada más que el aroma de la luz, ¿me entiende? O cuando uno alcanza a distinguir un rostro y le pregunta su nombre, ya después no’más ve pliegues y pliegues y olas y se escucha un ruido como del hielo congelándose.
Sí, de Pinos Altos… desde antes ya se decía que era un pueblo fantasma. Mentira. Decían que criaba fantasmas. Verdad. Parcial. Empezó a producir fantasmas cuando nos pidieron que nos retiráramos de las tierras porque las iban a empezar a ocupar, lo pidieron muy amablemente con pasamontañas, rifles de asalto de uso exclusivo del ejército, botas, chalecos antibalas y tanquetas hechizas para soportar algunos disparos. Pero ese pasado ya es una fábula repleta de animales feroces, como si estuvieran hechos de puras mandíbulas… sí, es que yo fui maestro, de los buenos, de esos que enseñan dos más dos es tal y de los que aguantan la vara de la política. No me diga que no sabe lo que es una fábula… usted muy citadino, muy ontológicamente real, muy epidérmico, muy tangible, pero no se sabe la fábula de la cigarra y la hormiga. No se preocupe, todos tenemos fallos; como yo que estoy aquí hablando de cosas que ya no debería tener en la memoria. Ya ni me acuerdo de cómo iba aquella historia. Pero mire, quizá sí se necesitan solo un par de nombres para reconocer una historia completa, ¿de qué le estaba hablando?
De la gente de Pinos Altos: ya le dije que allá empezaron la fábrica de fantasmas, ya le dije que lo pidieron amablemente, ya le dije que fueron unos animales, que estaban llenos de colmillos… Bueno, yo no me fui; después nada, después me devoraron, no pude escapar de su saliva, de sus ojos brillantes: nada más teníamos palos y piedras y machetes, compadézcase, uno que otro rifle viejo; nada más teníamos la idea de resistencia en nuestras cabezas, pero no era antibalas.
Después heme aquí, en este lugar tan lleno de humo, de materiales viscosos, de ojos derretidos por el calor. Morir por una idea es brutal, señor, se lo aseguro. La idea lo sobrepasa y lo abandona en el último aliento, cuando la exhala y pasa a otro cuerpo y a otro y a otro y a otro, hasta que todos caen. Hasta que nos desentendemos del cuerpo.
Para no hacerle el cuento largo porque se me está aburriendo: ¿sabe qué fue lo que más me impresionó? Que hace rato sí me encontré a una persona de Pinos Altos, ¿y sabe qué me dijo? Me dijo que me buscaron allá, que me encontraron, que estaba por las faldas de la Sierra Norte, que era un festín de fémures y omóplatos, que era un revolvedero de calaveras sin dientes, las falanges sembradas como maíz, que andaba allí, en un hoyo con quién sabe cuántos y quién sabe quiénes, que me sacaron, que me volvieron a enterrar, que ahora sí con todas las formalidades de la iglesia. Yo le dije: fíjese, ¿quién diría que un muerto debe morirse oficialmente, que un par de huesos serían suficiente para reconocerme? Quién iba a pensar que un muerto debe estar avalado.
Rodrigo Mora (cdmx, 1996). Fantasma de tiempo completo. Ha colaborado en revistas como Rojo Siena, La rabia del axolotl, La liebre de Fuego, Marabunta y escrito reseñas para Cultura Colectiva. Actualmente, tiene una columna en la revista Palabrerías y es parte de En la Web: antología de relato web en español. También experimenta con la crónica, la narración y el diario en Medium. Su color favorito es el rojo-rojo.
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