“Ten, lee este libro. Te va a gustar”, me dijo una compañera de la facultad que por entonces era con quien pasaba la mayor parte del tiempo. Víctimas de la timidez y humores compatibles, compartíamos casi todo. El libro que aseguraba me gustaría era Las edades de Lulú, de Almudena Grandes (Madrid, 1960). Nunca antes había escuchado el peculiar nombre de la escritora española. El título no me llamó tanto la atención, pero acepté la invitación a leerlo.
Por ese entonces, yo tenía 19 años y la escritura de Almudena fue impactante. Recuerdo que, efectivamente, me gustó desde la primera página, la historia de Lulú me atrapó al instante y terminé el libro en esa misma semana —tengamos en cuenta que combinaba mis lecturas de placer con las de obligación—; me gustó mucho escuchar la voz de una mujer, no solo me refiero a la de la protagonista, sino a que estaba leyendo una novela escrita por una mujer. Sí, puede sonar muy bobo; sin embargo, ahora que he dedicado tiempo a la investigación, estudio y lectura de escritoras mexicanas, caí en la cuenta de que en mis estudios universitarios y de posgrado rara vez figuró el nombre de una escritora en los programas: el canon es masculino. Con esto no convoco a derrocar el canon literario tal como lo conocemos, sino a una revisión del panorama para reestructurarlo, cambiarlo, mejorarlo o lo que sea más conveniente y para eso es necesaria la integración del trabajo de las escritoras.
Volviendo a Almudena, leerla fue algo muy grato para mi vida: encontré a alguien a quien admirar y con quien me identifico por una razón emotiva; eso último lo supe después. En el primer acercamiento, me deslumbró el erotismo desenfadado de la novela, me causaba estupor cada escena en la que Lulú ejercía su sexualidad sin ningún empacho, que Almudena escribiera como un hombre, es decir, sin pena, usando palabras como polla, coño, propias del vocabulario masculino —porque una señorita no debe pronunciar esas palabras— me llevó a otro mundo, uno donde las escritoras también narran el deseo y la sexualidad femenina, con encanto y desencanto, porque es cierto que en una interpretación Lulú puede verse como una mujer manipulada tanto por sus parejas como por su propio deseo (eso es asunto de otro ensayo). El deseo no es un territorio únicamente masculino, fue mi primera gran enseñanza de esta autora.
Las novelas que siguieron a Las edades de Lulú tratan de un tema igualmente importante: la memoria. Narrar, como segunda generación, lo que fue y significó la Guerra Civil española para la generación que la vivió es una tarea que requiere mucho esfuerzo, como la misma escritora lo ha dicho en entrevistas: investigación para la reconstrucción de esos episodios, recordar y recrear historias familiares para mezclarlas y así preservar la historia, tanto su parte familiar como la nacional.
Desde este lado del Océano uno podría pensar ¿y a mí qué me importa la Guerra Civil española? Resulta que sí tiene que ver con nosotros, como hecho histórico pero también por su repercusión en nuestra cultura, pues esa guerra fratricida hizo llegar a México a muchos escritores, filósofos y artistas, quienes pasaron del refugio al arraigo. Quizá mi empatía con este tema tenga que ver con que conocí al doctor Federico Álvarez, profesor universitario que generosamente me brindó su amistad por diez años (desde que lo conocí hasta su muerte), lo vi añorar su tierra, lo escuché decir, conmovido hasta las lágrimas, en un homenaje al filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, también exiliado, “Franco me arrebató la posibilidad de sentirme español”… entonces supe el profundo dolor que esta herida significa para los exiliados. El proyecto de la escritora, de narrar este episodio en un ciclo de seis novelas para que las nuevas generaciones conozcan esto, me parece formidable porque la memoria es corta y manipulable.
La razón emotiva con la que me identifico con Almudena Grandes es la figura del abuelo. Recuerdo que en 2014 se presentó en el Palacio de Bellas Artes en una charla con Cristina Pacheco y dijo que todas las nietas y todos los abuelos de sus historias son ella y su abuelo por su complicidad y amor, que fue su abuelo quien, de alguna manera, despertó su interés por la literatura y fue la primera persona que creyó en ella… mi abuelo y yo nos amamos de la misma manera, nuestra historia es muy semejante.
Dejo aquí un pasaje muy bello del cuento “Tabaco y negro” (Estaciones de paso):
Mi abuelo estaba orgulloso de su nieta, y quizás más contento aún por haber encontrado a alguien en su familia con quien compartir cosas importantes sin dinero de por medio.
La verdad es que hacíamos muy buena pareja.

Nancy Hernández García (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas, interesada en la literatura mexicana del siglo XX; escribe la columna “hojasueltas” de la revista digital Amarcafé y lee poesía en sus ratos libres. Ganó el Premio Bitácora de Vuelos 2018 en la categoría de Ensayo con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos: Un acercamiento a José Emilio Pacheco, mismo que se acaba de publicar.