Las mil y una páginas | Goethe, el joven Werther y el comienzo de un sueño (III): Un pilar en el que descansó el sueño del romanticismo, por Fernado Chelle

En esta tercera entrega del estudio que vengo realizando de Las cuitas del joven Werther, la novela juvenil de Johann Wolfgang von Goethe (1774), me detendré, como lo indiqué en el artículo anterior, en la carta del 16 de junio para analizarla literariamente.

Análisis literario de la carta del 16 de junio

Esta es una carta que, al igual que la ya trabajada (10 de mayo), pertenece al “Libro Primero”. Es un texto que va a marcar un antes y un después dentro de la obra, porque ahí es cuando Werther conoce a Carlota y se enamora perdidamente de ella. Se trata de un texto mucho más extenso que el del 10 de mayo y se podría dividir internamente, por el tratamiento de su temática, en cinco momentos bien diferenciados. En el primero, encontramos las vacilaciones de Werther antes de referirle a Guillermo la anécdota que le quiere contar; a continuación, la parte fundamental de la carta, la narración en sí, que podría ser dividida en cuatro lapsos o secuencias. La primera incluiría los instantes previos al conocimiento de Carlota y las primeras impresiones; la segunda, el viaje en el coche; la tercera, la secuencia del baile y la tormenta, y finalmente el cierre de la epístola, con la pareja a solas.

Las vacilaciones de Werther antes de referir la anécdota que quiere contar quedan explícitas en una especie de diálogo virtual que el joven protagonista establece con su amigo Guillermo. El texto presenta una relación dialógica, aunque Werther no tenga presente a su interlocutor. Lo que hace es desdoblarse, apelar e interrogar a una segunda persona virtual y contestar él mismo suponiendo una posible respuesta de su amigo-receptor. Esto ya lo vemos desde el comienzo de la carta, donde Werther empieza suponiendo una posible pregunta de Guillermo: ¿por qué no le escribe?

La vacilación, los silencios, las pausas del joven artista, están marcadas sintácticamente por puntos suspensivos y se deben a ese nuevo estado que embarga su corazón, a partir del conocimiento de la mujer amada. La alteración emocional que siente es lo que imposibilita que sea un buen historiador; pero, de todas maneras, Werther está interesado en contar lo que le ha sucedido. Comienza refiriéndose al conocimiento de Carlota y lo hace, en primer lugar, resaltando las cualidades de la muchacha: se trata de alguien que lo ha enamorado, tanto por su personalidad como por su apariencia. Los sentimientos que han nacido en el joven artista y la felicidad que siente por el despertar del amor en su vida es lo que obstaculiza la expresión, algo similar a lo que le ocurría en la carta del 10 de mayo, era tal el arrobamiento y la experiencia mística que estaba viviendo en medio de la naturaleza que se sentía incapaz de trazar la menor línea.  Ahora, cuando pretende hablar de Carlota, tampoco puede hacerlo. A esto se le suma el hecho de que la necesidad de ver a su enamorada es más fuerte que la necesidad de escribir, por eso es que decide dejar la pluma y tomar el caballo. Recién al regresar, después de haberla visto nuevamente rodeada de sus pequeños hermanos, es que toma nuevamente la pluma y se pone a escribir.

El segundo momento de la estructura interna comienza con una analepsis, (retrospectiva, salto hacia atrás en el tiempo). Werther contextualiza a su receptor, Guillermo, para que comprenda cómo llegó a conocer a Carlota. Antes de presentar a la que a la postre terminará siendo su enamorada, el joven artista se refiere al entorno que la rodea. Hay un pasaje muy significativo antes de que Werther vea por primera vez a Carlota, el del diálogo que se establece en el coche. El protagonista se había comprometido a asistir a un baile campestre con una señorita, quien le parecía muy amable, aunque no lo atraía, y con la prima de esta. En un momento previo a la llegada a la casa de Carlota, a quien pasarían a recoger, la señorita pareja de Werther le informa que va a conocer a una mujer muy hermosa, mas a su vez le advierte que está comprometida. Del hombre con quien está comprometida le dice que es honrado y que se encuentra ausente por asuntos de negocios. Por esa breve conversación, ya podemos conocer las diferencias que tiene ese personaje ausente con el joven protagonista y escritor de las cartas. El ausente puede llegar a ofrecer a Carlota un futuro social y económico muy diferente al que le podría ofrecer Werther; aquel es, lo que comúnmente se denomina, un mejor partido. A todo esto, llegan a la puerta de la casa de Carlota en medio de una tormenta claramente previsible, que las palabras de Werther tratan de minimizar, con la única intención de tranquilizar a sus acompañantes. Finalmente, Werther entra a la casa y, al ingresar, también está accediendo, por lo que allí descubre, a una dimensión emocional de la que ya no volverá. El encuentro es casi teatral y la casa funciona como el gran escenario sobre el que se mueven los personajes, un escenario que tiene mucho de onírico, de celestial. La narración se centra en el impacto visual que le produce a Werther la imagen de Carlota. Se describe la vestimenta de la muchacha, la gestualidad. No hay indicios de que en ese instante Carlota sea consciente de que la están mirando, no hay una actuación por parte de ella; lo que convierte en una actuación extraordinaria una escena doméstica es la mirada de Werther. Si analizamos la disposición escénica de los personajes, la joven ocupa el lugar central y alrededor de ella hay seis niños de entre dos y once años. La sencillez de Carlota se apoya sobre todo en la gestualidad. Hay belleza y armonía entre los movimientos y su accionar. En el hecho de que Carlota dé a cada niño un pedazo de pan según su edad y apetito, también está presente la justicia, además de ser una clara alusión a una eucaristía. Con el comportamiento de los niños vuelve a entrar en escena el sonido ambiente y es como un retorno a la realidad.

En el diálogo que se establece entre Werther y Carlota, seguiremos descubriendo rasgos de la muchacha, como la elocuencia al hablar. Werther parece escucharla dentro de un sueño, está completamente obnubilado ante esa presencia, es como un niño más de los que allí participan. La descripción de la vestimenta de Carlota se cierra con los guantes y el abanico, dos elementos femeninos, pero vinculados a lo mundano, no a lo angelical. Carlota, para acercar a uno de los niños con ese extraño personaje que acaba de llegar a la casa, se refiere a Werther como “primo”. Trata, con esa expresión, de que Werther no se sienta tal cual un extraño; sin embargo, el joven artista no ve en ese término una muestra de complicidad. En cuanto al parentesco, se estaría tratando de un pariente lejano y esto no sería una imposibilidad para que entre ellos pueda llegar a pasar algo. En las palabras de Carlota, cuando dice, hasta de forma divertida, que lo que ella lamentaría sería que Werther terminara siendo el peor de la familia, hay una anticipación. Werther, al suicidarse, se convertirá en el peor de la familia y esto es algo que Carlota va a lamentar. En las recomendaciones que Carlota da a los niños aparece otro rasgo de su personalidad: la firmeza de su carácter, algo que va a contrastar con el carácter dubitativo de Werther.

La tercera secuencia narrativa en la estructura interna de esta carta se da dentro del coche en que los personajes viajan a la fiesta. Ahí el narrador alterna el estilo directo con el indirecto, ya que, aparte de las reflexiones de Werther, encontramos diálogos en los que Carlota primero conversa con una de las mujeres, luego lo hace con Werther y finalmente se dirige a sus dos compañeras de viaje. Con este pasaje Goethe muestra cuáles eran las lecturas predilectas de las mujeres de la época; por ejemplo, Miss Jenny Glanvill, una novela sentimental de Marie Jeanne Riccoboni. Encontramos una nota a pie de página, que implica una ruptura del plano ficcional, que deja en claro que hay un narrador omnisciente. Allí, una voz editorial, interviene con la excusa de no querer perjudicar a nadie. Con esta nota Goethe parece querer decirles a sus contemporáneos “miren que, si yo quisiera hacer una crítica acérrima sobre determinados autores, podría hacerla”. Por otro lado, Goethe, al poner a dialogar a sus personajes sobre literatura, sobre autores reales y obras existentes, le da verosimilitud a la obra que nos está presentando. Carlota, que representa un lector medio de la época, tiene una concepción protorromanticista, busca en la literatura sentirse identificada, busca que las obras sean un reflejo de su mundo y es justamente eso lo que está haciendo Goethe en la obra que la contiene. A todo esto, Werther se encuentra extasiado escuchando hablar a Carlota, tanto es así que se olvida por completo que otras mujeres los acompañan en el coche y se percata de la presencia de ellas solo cuando Carlota les dirige la palabra. El otro placer referido por Carlota, además de la lectura, es el de la danza, una pasión prohibida. Esto lleva a que el joven artista vea a la muchacha como a alguien apasionada, alguien capaz de transgredir las normas de comportamiento que las mujeres de su clase social deben tener. Esto no es así y, si bien la danza es la protagonista en la escena del baile que se da a continuación, Carlota, en la novela, no es una transgresora, sino que se adecúa a las normas de conducta consagradas por su clase social. El éxtasis en que se encuentra Werther lo lleva a reparar, únicamente, en el rostro de Carlota, todo lo demás se difumina, hasta los sonidos desaparecen de la escena. En este estado de obnubilación es que el personaje desciende del coche y se dirige hasta la casa donde se desarrolla la fiesta, así se lo hace saber nuevamente, de forma explícita, a su amigo y receptor de estas cartas, a Guillermo.

El cuarto momento o secuencia de la estructura interna de esta carta del 16 de junio tiene lugar dentro de la casa. Es un nuevo escenario, para seguir con la metáfora de la representación teatral, con un nuevo decorado y una nueva música de fondo, donde los personajes se exponen. Este momento es otro aporte a la presentación de Carlota, ya que la vemos en un ámbito muy distinto al familiar. La danza y la tormenta son los elementos fundamentales de esta secuencia, enla que hay momentos de orden y también de caos. Desde el comienzo de la danza, Werther está pendiente de Carlota, lo seducen su forma de bailar, sus movimientos armónicos y su naturalidad, a diferencia de las otras mujeres que adoptan una actitud artificiosa. Hay una conversación en medio de la contradanza entre Werther y Carlota, en la que esta propone cambiar de pareja y bailar con el joven artista las alemanadas, lo cual es una muestra de complicidad entre los personajes. Al bailar con Carlota, Werther se siente como trasportado a otra dimensión; se siente potenciado, más ágil, más poderoso, por el simple hecho de tener entre sus brazos a esa mujer de la que se termina enamorando profundamente. Lo maravilloso del baile de estos personajes radica en el encuentro de sus cuerpos, en la empatía que sienten al danzar. Quizá las sensaciones que siente Werther al bailar con Carlota sean las que lo hacen ser consciente de la transgresión social en la que está incurriendo con su pareja de baile. El joven reflexiona, se pone por un momento en el lugar del novio de la muchacha y piensa que no le gustaría ser el ausente. Carlota, al bailar con él, está rompiendo una regla social establecida porque él no es su pareja. El breve pasaje del descanso, en que Werther ofrece dos naranjas a Carlota, muestra claramente los celos del joven artista, él pretende que la joven estime con más valor ese cumplido y cada vez que esta convida con un gajo a una vecina, él siente como si le dieran una puñalada en el corazón. Cuando retornan a bailar la tercera contradanza inglesa, el estado onírico que viene embargando al protagonista se rompe definitivamente en le momento en el que una mujer, sonriente y amenazadora, le recuerda a Carlota, dos veces, el nombre de Alberto.

Si reparamos en la presentación que hace Carlota de Alberto, cuando Werther le pregunta por él, notamos que la muchacha resalta de su pareja la formalidad y lo buena persona que es, pero no se refiere al ausente como a alguien a quien ama. Esto es una muestra de que no únicamente la pasión se despertó en Werther, sino también en la muchacha. De todas maneras, la referencia a Alberto supone para Werther un regreso a la realidad, es como si se despertara de ese mundo de ensueño en el que estaba viviendo. Él ya estaba enterado de la presencia de Alberto en la vida de Carlota, se lo habían comentado incluso antes de que conociera a la muchacha; no obstante, ahora la realidad es diferente, porque le basta lo poco que ha vivido junto a ella para ilusionarse. Werther, al escuchar el nombre, no puede disimular su afectación y el orden que había reinado hasta el momento se resquebraja definitivamente. Justo en este instante es cuando comienza la tormenta, se establece nuevamente en la obra, como ya vimos en la carta estudiada anteriormente, un paralelismo psicocósmico. La tormenta exterior, climática, se corresponde con la tormenta que se desata en el interior del protagonista. Lo que más llama la atención de la tormenta es el sonido de los truenos, que predomina ante la música. El caos se apodera del lugar, muchas mujeres dejan de bailar y son seguidas por sus parejas, hasta que finalmente la música desaparece de la escena. Desde el punto de vista del discurso, vemos cómo Werther detiene la secuencia narrativa para introducir una reflexión argumentativa en tercera persona. Allí reflexiona sobre el hecho de que la percepción de un acontecimiento infortunado, cuando sucede en medio de un contexto placentero, es mayor.

Frente a los hechos que se dan en el momento, mujeres que se esconden o lloran y se desesperan, Werther observa atentamente, pero de forma distante. Esta pasividad parece más propia de las costumbres femeninas que masculinas; en cambio, Carlota juega un papel mucho más activo que el del joven artista: es como si los roles tradicionales que ocupan los sexos, en estos personajes, estuvieran alterados. Carlota es la encargada de restablecer el orden perdido y para eso propone un juego. Pasamos de una escena trágica (el cuadro de las tres mujeres) a una escena cómica, agradable (la del juego). Esto se da gracias al liderazgo de Carlota, quien es el puente entre lo trágico y lo cómico. Werther se encuentra cada vez más seducido por la muchacha y hasta le causa placer, satisfacción, recibir las cachetadas más fuertes de manos de su enamorada. Luego, cuando pasa la tormenta, Werther sigue a Carlota hasta la sala donde habían bailado. Volvemos a ver cómo siempre la iniciativa es de la muchacha, nunca del joven pintor.

Ahora entramos en el quinto y último momento de la estructura interna de la carta. En la conversación en el camino, Carlota le descubre a Werther su interior: ella había sentido miedo, mas no lo demostró. Carlota es una mujer con una actitud heroica, que puede controlarse y actuar cuando lo cree necesario. Cuando se acercan a la ventana, la percepción del fenómeno climático cambia radicalmente, el sonido de la tormenta deja de ser negativo y se escucha a lo lejos, como un telón de fondo propicio para el encuentro. El clima pasa a ser placentero y los sentidos se agudizan para percibir, fundamentalmente, las imágenes acústicas y olfativas. El retrato de Carlota se detiene en la mirada, lo poético está presente en ese momento, es algo que invade ese instante de silencio y que reúne a los personajes en el encuentro de sus ojos. De pronto la muchacha pronuncia una palabra, “Klopstock”, haciendo referencia al poeta alemán Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803) y hay un nuevo encuentro, una nueva empatía, porque al momento Werther interpreta que Carlota se refiere a la oda “El Piadoso” (1759), la que en un fragmento expresa: “Calla el trueno, se extingue la tormenta, se apagan sus ecos, mas la voz de los hombres resuena a través de los siglos y a cada instante anuncia lo que ha dicho Jehová!”. Hay una intensidad en la expresión de los sentimientos de Werther, aflora su aspecto lacrimógeno. La carta termina con un interlocutor que no es Guillermo, sino Klopstock. Werther se pone en el lugar del poeta e imagina que podría encontrar lo más apoteósico de su poesía en la mirada de Carlota.


chelle

Fernando Chelle (Mercedes, Uruguay, 1976). Poeta, narrador, ensayista, corrector de estilo y crítico literario uruguayo radicado en Colombia desde el año 2011. Autor de varios libros, entre ellos: Las otras realidades de la ficción (2016); El cuento latinoamericano en el siglo XX (2016), SPAM (2017), Las flores del tiempo (2018) y Cadencias que el aire dilata en la sombra (2018). Ha recibido varios premios en poesía, cuento y ensayo literario. Algunas de sus obras, traducidas a diferentes idiomas, forman parte de diversas antologías y se han publicado en numerosos países.

Su blog: PALABRA ESCRITA

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