Robo de identidad
Es como verte al espejo. Al revisar las identificaciones de la mujer a la que le acabas de robar la cartera te das cuenta de que es idéntica a ti. En vano tratas de buscarla porque ya desapareció, como si ella hubiera sido quien te robó algo y hubiera salido corriendo.
Tienen el mismo nombre, misma fecha de nacimiento, rasgos idénticos, sonrisa gemela. Te ves en la licencia para manejar que nunca sacaste porque, al parecer, la única diferencia entre tú y esa anciana es que tú nunca aprendiste a manejar.
Tratas de encontrar una explicación lógica, debe haberla porque no estás soñando ni estás drogada. Tal vez es una trampa, quizá la policía ya descubrió que no solo te pones en la entrada del metro para mendigar. Pero, de ser así, ¿por qué asustarte con una identificación que tiene tus datos?, ¿por qué no te arrestan y ya? También piensas en la historia de una telenovela o película. Dos gemelas separadas al nacer que se encuentran fortuitamente cuando una de ellas le roba la cartera a la otra. Es tan inverosímil que te ríes.
Cuando revisas de nuevo la licencia te das cuenta de otra diferencia entre tú y esa mujer. La que viene escrita no es tu dirección. Tú vives en una tienda de campaña en un parque cualquiera y, al parecer, esa mujer vive una casa real, de esas a las que no se las lleva el viento. La curiosidad te asalta. “Si yo no soy esa mujer, ¿quién es?”. Preguntas a uno de tus conocidos por la dirección y emprendes el camino para conocer a tu siamesa.
Por fortuna no vas lejos de donde estás, mas tu paso lento en andadera hace que te tardes algunas horas en llegar a la dirección. Poco a poco te adentras en una zona de casas en las que, si bien no son de lujo, se nota que se puede vivir pacíficamente en ellas. Una vez en la calle que buscas, vas número por número hasta llegar a tu destino. Antes de tocar el timbre analizas la casa desde afuera. Luce bien. No tiene reja, el pasto del jardín está recién cortado y hay plantas y flores que apenas comienzan a brotar, la pintura parece nueva y no hay rastros de fisuras o grietas en las paredes. La casa de tus sueños. Lo más placentero de todo es el silencio, la calle es tan tranquila que no se escucha ni siquiera el paso del viento.
Por fin te animas a tocar el timbre y de inmediato te da taquicardia, como si tu corazón tocara a una puerta interna. Nadie abre. Vuelves a tocar el timbre. Nadie abre. Tocas una vez más y también golpeas con el puño la puerta. Nadie abre. Otra vez tocas al timbre, lo oprimes hasta el fondo con violencia varias veces, golpeas la puerta y gritas tu nombre. Es tan raro gritarle tu nombre a alguien que no eres tú. Nadie abre. Tocas, golpeas, gritas. Nadie abre. Repites. Mismo resultado. Si tuvieras fuerzas o unos años menos tirarías la puerta; sin embargo, pasados unos minutos te sientes tan cansada que primero te sientas al pie de la puerta y después intentas lo que debiste haber hecho desde el principio: giras el picaporte.
Entras a la casa. Te invade un aroma familiar. Al caminar por la sala te asombra ver tu cuerpo en otra vida. Observas las fotografías colgadas en las paredes. Ves tu cuerpo joven en bikini en una playa brillante, tu cuerpo enfundado en toga y birrete, también en una boda con una mujer de la que nunca te enamoraste. Si algo le gana a tu sorpresa es tu cansancio. Crees que tu tocaya no tomará a mal que te eches una siesta en su cama.
Apenas cierras los ojos te despierta un golpe en la puerta. Al asomarte te das cuenta de que está abierta. Te asustas al pensar que alguien se metió a robar; no obstante, no hay nadie y al mirar a tu alrededor todo está en su lugar. Cierras la puerta y regresas a tu recámara para revisar que nada falte. A pesar de la aparente normalidad no encuentras tu cartera. No tienes dinero, no tienes tarjetas y también falta tu licencia de manejar. Volteas tu recámara en su búsqueda, pero no están. Regresas sobre tus pasos para tratar de encontrarlas: primero adentro de la casa, después en el jardín y luego por tu camino de todos los días en la calle hasta que te encuentras con una anciana que, a pesar de ir en andadera, va un paso adelante de ti.
El desborde
Este es un cuento corto al que le sobran las palabras.
La pesadilla de Dios
Al octavo día, Dios dijo: “Que no exista la ciencia”. Se echó a dormir y soñó que Adán y Eva comían del fruto prohibido…
Texto: Hugo Galván (Ciudad de México, México). Ser urbano, escribidor de patas de araña. Autor de la novela Ritornello: otra canción pegada a la memoria (2014), del poemario Coraza (2018) y el refranero Ñerismos (2019). Ha participado en múltiples slams de poesía, además de algunas presentaciones en el Museo Universitario del Chopo, Casa del Lago, Plaza de las Tres Culturas Tlatelolco, Centro Cultural Universitario, Foro Hilvana y Sala Citlalin (Chicago, IL).

Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración. Instagram: Omr_ilustración Facebook: Omrilustración