He perdido la cuenta de las distintas maneras en las que me he imaginado la voz de Federico García Lorca. La mayoría de esas formas es con un hermoso y marcadísimo acento andaluz de quien ha salido de su pueblo, pero lo sigue llevando, sin remedio, por el cauce de sus venas. También imagino una voz teatral, fuerte y grave, mas, aun así, sumamente delicada, como si peinara cada una de sus palabras a su manera. Lo único cierto es que la voz del poeta es, hasta la fecha, uno de los misterios más grandes de la literatura española. Es un misterio que suma a la ya mítica historia de su vida y de su trágica muerte en el camino entre Víznar y Alfacar.
Cuando iba en la secundaria aprendí a amar a Lorca gracias a las buenas e intensas clases de literatura que recibí. Se convirtió en el mito más grande que había conocido en mi entonces muy corta vida, en un laberinto que se presentaba ante mis ojos ansioso por ser descifrado. En aquel tiempo conocí algunas versiones en flamenco de sus romances y nanas, en la siempre pasional voz de Camarón de la Isla, un grande por ser gitano. Y las sentí hasta lo más profundo de la piel. Mi fascinación por Lorca estuvo, desde el principio, irremediablemente ligada a mi fascinación por Camarón, un par de fanatismos muy curiosos para otras personas de mi edad; no obstante, por difícil que parezca, encontraron resonancia en algunos muy contados compañeros de clase. A partir de ahí supe que esos romances, si se escucharan en la voz de Lorca, deberían tener una magia incluso más especial y conmovedora que por medio del cantaor gaditano. Al saber la incógnita que representaba la voz de Lorca, admito que consideré que faltaba una pieza fundamental en la historia.
En Camarón de la Isla encontré un molde para ensamblar las pasiones que emanaban de las palabras de Lorca; sin embargo, siempre fue un molde muy distinto: andaluz, pero de Cádiz, no granadino; cantaor, no dramaturgo ni declamador; más gitano y auténtico, que el poeta payo con alma gitana, hay que decirlo también. Si la poesía es, esencialmente, música, la poesía de Lorca alcanza, para mí, un nivel superior de musicalidad que la de cualquier otro autor. Y Camarón también lo alcanza, a su manera y en su individualidad.
El habla andaluza, para quien no esté familiarizado, es muy particular. Fue el habla tanto de Lorca como de Camarón. Es sencillo deducir que la de Lorca, tan andaluza como en tantos testimonios se dice que era, poseía ciertas características inequívocas. Que Lorca sustituía la “l” por la “r” al final de las sílabas y, así, decía “armohada” por “almohada”; que aspiraba la “j” y la “s” para decir “alohar” y “queridoh amigo”, por “alojar” y “queridos amigos”, que perdía la “d” intervocálica para decir “sentao” y “relajao”, resulta fácil de suponer y es un aporte importante para generar un falso recuerdo del Romancero gitano recitado por su autor; no obstante, todos esos apuntes distan mucho de dar una idea de la emoción que Lorca imprimía en sus lecturas en voz alta, en sus conferencias y en sus pláticas por los pasillos de la Residencia de estudiantes de Madrid, sitio en el que probablemente se notó más su acento, considerablemente distinto al de los habitantes de la capital española. Pocas personas desde su muerte podrían siquiera acercarse al sentimiento que brotaba de la voz de Lorca al recitar su poesía y Camarón debe ser una de ellas.
El andaluz es un dialecto tan peculiar porque conserva la herencia de la presencia árabe en Al-Ándalus y guarda en su acento el misticismo de la Alhambra de Granada. Es el dialecto del flamenco, producto de un mosaico cultural del que también forman parte las jarchas mozárabes. La voz de Lorca, por lo tanto, no era solo la del poeta granadino cosmopolita, tantos años radicado en Madrid y explorador asombrado por la modernidad de América, sino que era el reflejo de la mezcla cultural milenaria del sur de España.
A ochenta y cuatro años del asesinato del poeta de Fuente Vaqueros, ya no queda ni un alma capaz de describir con exactitud la voz de Lorca. Algunos decían que hablaba con el acento de un hombre de ciudad, aunque bien identificable como andaluz, pero mantenía un cariño por las palabras que usaba la gente del campo. Se dice también que, tal como en las cartas que escribía a sus más íntimos amigos, utilizaba diminutivos con mucha frecuencia.
Evidentemente debió haber intentos por capturar su voz para la posteridad, mas poco se sabe sobre ellos. La mayoría de esos intentos debieron quedar tan perdidos como la última morada del poeta. Se dice que Manuel Fernández Montesinos, sobrino de Lorca, anunció la existencia de al menos dos grabaciones, la más comentada de ellas sería de 1933 y tendría como eje la visita que el poeta hizo a Argentina. Según Fernández Montesinos, la voz de su tío profería estas palabras:
Nadie sabe ni se imagina la emoción simple y profunda que rodea mi corazón como una corona de flores invisibles, al saber que en estos instantes mi voz se está oyendo en América y que, sobre todo, está vibrando en Buenos Aires enredada en el gran altavoz del bar o disminuida en la pequeña radio que tienen en su cuarto de estudiante, o la muchachita que hace escalas en su piano. ¡Salud, amigos!
La grabación sigue sin ser más que un mito que pocos habrán tenido la fortuna de conocer a fondo y cuya autenticidad es aún dudosa.
He imaginado mucho la voz de Lorca desde hace muchos años. La imagino cada vez que leo sus obras o veo sus fotos y me pregunto por qué no ha sobrevivido hasta nuestros días, si por aquel entonces ya existía la tecnología suficiente como para grabarla y preservarla durante décadas. Se sabe que dio innumerables conferencias, entrevistas y lecturas en público, probablemente más que cualquier otro poeta de su generación, hay incluso videos mudos; sin embargo, ni yo ni prácticamente nadie, a excepción tal vez de Fernández Montesinos, ha podido escucharlo desde su muerte.
A mí me queda la voz de Camarón para imaginar la de Lorca, con muchas variantes, obviamente, pero con una pasión que imagino similar por desbordante. La primera vez que leí un romance de Lorca fue con Camarón de fondo y me enamoré de ambos. Lo más probable es que nunca pueda escuchar la voz de Lorca, que nunca se descubra un registro o que, si se descubre, tal vez yo ya no esté viva para conocerlo; no obstante, nos queda el cante jondo, el flamenco surgido de las entrañas del alma, para darle una voz y una musicalidad necesaria a la obra de Lorca. La poesía de Lorca es casi perfecta gracias a Camarón, una voz prestada, mas ideal.

Fernanda Piña Vázquez (Manzanillo, Colima, 1996) estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha escrito y hecho fotografía para las revistas digitales de música Poolp MX, Radio Tónica, Freim y, actualmente, Warp. Sus textos sobre cultura popular, que incluyen música, deportes, cine y televisión, han aparecido en Palabrerías, revista en la que tiene una columna titulada La cuestión es moverse. También colabora en la organización Versus, dedicada a diversificar los contenidos en el periodismo deportivo mexicano.
Me gusta la frase de idealizar la voz de Camarón para imaginar la de Lorca. Es como cuando la voz de los actores doblados la asimilamos como la de ellos para siempre. Recuerdo ver la película “El acorralado” de la que tenía un gran recuerdo de la niñez. La voz que doblaba en España a Silvester Stallone la cambiaron con el tiempo, y ese actor de doblaje empezó a doblar a Bruce Willis.
Claro, tu ves ahora a Rambo hablando como Bruce Willis y la película parece “un poco falsa”, jajaja.
Seguiremos imaginando voces que recitan a los escritores. Que no se pierda nunca. Gracias por el artículo
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