Nombres como Dalí o Picasso nos resultan familiares y escuchados hasta la saciedad, somos capaces de reconocer su obra en el mar de imágenes que arroja la red tras una búsqueda rápida. Los nombres de dos hombres, Salvador y Pablo, son el estandarte de la vanguardia en la pintura, como si las mujeres no hubieran tomado la paleta y los pinceles.
Con las pintoras sucede lo mismo que con las escritoras: si nos piden nombrar a cinco, solo diremos Frida Kahlo; en general, pasa con las mujeres en el arte, la cultura y la Historia. La mujer únicamente es recordada por sus papeles de antagonista: Eva, Lilith. Los tiempos cambian, las ideas se renuevan, nombres femeninos resurgen desde sus lugares del olvido. Polvoso, de entre los escombros del pasado, emerge el nombre de Ángeles Santos (1911 – 2013), longeva pintora española que estuvo cerca de la Generación del 27 y también próxima al Surrealismo.
Sin más estudios que los aprendidos en sus clases de dibujo del internado de monjas al que asistió y las clases particulares de un pintor italiano, Ángeles Santos desarrolló un trabajo que parecía muy prometedor; sin embargo, igualmente tenía mucho de inquietante para las estrechas mentes de la época: ¿cómo era posible que una jovencita se declinara por temas tétricos? La pintora, como todos los de su gremio, dijo que pintaba lo que veía. ¿Qué veía? Podemos darnos una idea con cuadros como El mundo (1929), óleo de 290 x 310 cm, su trabajo más famoso y que ahora cuelga de las paredes del Museo Reina Sofía. En él se ve el desfile de seres que circundan una especie de mundo en forma de cubo: algunos tocan las estrellas; otro, en la esquina superior derecha, toca el sol con un pincel; del lado izquierdo los seres parecen ser ángeles y están más cerca de las nubes; en la parte izquierda inferior, un pequeño grupo de mujeres cabizbajas tienen en su regazo a mujeres más pequeñas, dos de ellas tocan instrumentos musicales (un arpa y una especie de flauta). Este mundo salió de los versos de Juan Ramón Jiménez: “vagos ángeles malvas / apagan las verdes estrellas / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida Tierra”. El poema “Alba” pertenece también a la primera etapa del poeta, llamada intelectual, poesía desnuda de rasgos modernistas y más concentrada en lo conceptual y emotivo.
De pronto, la artista tuvo un episodio tal vez depresivo que la inclinó todavía más hacia temas oscuros o poco comunes en la pintura. Su perspectiva cambió radicalmente y los personajes de sus pinturas se tornaron fantasmagóricos, tenebrosos e inquietantes para el espectador. Un día salió de su casa como escapando, pero se perdió mientras caminaba y los agricultores que la encontraron desorientada la devolvieron a su casa, ese fue el motivo para que su padre decidiera internarla en un psiquiátrico de Madrid además de destruir muchos de sus cuadros. El castigo paterno le fue levantado dos años después gracias a la protesta pública, en un diario, de Ramón Gómez de la Serna; no obstante, la pintora no volvió a ser la misma luego de esa experiencia y su obra volvió a cambiar. Esta vez, se cree que por influencia de su marido, Emilio Grau Sala, quien prefería los colores claros de la paleta y temas amables como el bienestar y los paisajes. “Cuando me casé, me dije que ya no quería pintar más como lo había hecho”, declaró la pintora en una entrevista.
Por los años del matrimonio estalló la Guerra Civil española y la pareja se separó por la militancia republicana del pintor. Ángeles dio a luz a su único hijo en ese ambiente hostil y sola… quizá, para no abrumarse como la última vez, decidió alejarse de los pinceles y dedicarse al cuidado de su hijo; regaló su material de trabajo, destruyó cuadros y más tarde cambió por completo el fondo y forma de sus pinturas: retratos, bodegones, paisajes conforman la segunda etapa de su obra. La crítica señala que su primera producción es realmente valiosa; la artista, por su parte, declaró que sufrió mucho entonces. Probablemente ese sufrimiento es el que se refleja en los lienzos y por eso resulta atractivo, más que los bodegones y retratos, pues allí está su esencia humana.

Nancy Hernández García (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas, interesada en la literatura mexicana del siglo XX; escribe la columna “hojasueltas” de la revista digital Amarcafé y lee poesía en sus ratos libres. Ganó el Premio Bitácora de Vuelos 2018 en la categoría de Ensayo con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos: Un acercamiento a José Emilio Pacheco, mismo que se acaba de publicar.