En un inicio de año más estático que nunca, como lo ha sido el de 2021, me ha sido casi imposible pensar en algo diferente al estancamiento y a la incapacidad de conseguir logros significativos desde un estado de confinamiento. Lo que pasa es que siempre me he exigido demasiado, lo reconozco. Han sido días aparentemente desperdiciados en una carrera personal por alcanzar el éxito sin saber a ciencia cierta lo que esa palabra significa. Acaso será alcanzar el máximo grado académico posible, conseguir estabilidad laboral, formar una familia armónica, pero jamás he escuchado a nadie mencionar que el éxito puede ser, sencillamente, ser un buen amigo.
Pepín Bello era un buen amigo. No fue un buen viajero, no fue un buen escritor, no fue un buen madrugador y mucho menos un buen empresario; es más, ni siquiera obtuvo un grado académico y, si toca hablar sobre su vida familiar, el matrimonio tampoco fue lo suyo, pues nunca se casó. Era un buen amigo, nada más. Y como buen amigo alcanzó el éxito y vivió con aparente satisfacción hasta el final de sus días. Entre sus relaciones más cercanas se encontraron Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Alberti y otros destacados artistas de su generación, quienes definieron el panorama cultural del siglo XX mediante las más diversas disciplinas. “Yo no tengo méritos, lo digo de verdad. Yo soy buena persona, pero de ser buena persona a que le den a uno este homenaje hay un abismo”, dijo Pepín durante un homenaje a sus cien años de edad, como si ser un notable amigo no fuera un mérito cada vez menos frecuente. Muchas veces llamado injustamente “el hombre que nunca hizo nada”, al grado de tener un documental biográfico con ese título, redefinió la importancia de cultivar la amistad como el mejor de sus talentos.
Para Pepín Bello, en su papel de buen amigo, fue imprescindible la sinceridad. La sinceridad de quien siempre afirmó que, fuera de Un perro andaluz y La edad de oro, las películas de Luis Buñuel muchas veces no le decían absolutamente nada; o de quien reveló que Salvador Dalí, al llegar a Madrid, tenía muchas dificultades para hacer tareas tan simples como ir a comprar jabón. Eso sí, nunca ocultó que el genio más grande del grupo fue Federico García Lorca, para él una persona incomparable, de una vitalidad excepcional.
Si bien los grandes amigos de Pepín le dejaron enseñanzas por montones, también es verdad que él influyó considerablemente en la producción artística de sus amigos e hizo convivir sus talentos individuales con la creación colectiva. Sin ir más lejos, fue el responsable de que la Generación del 27 se uniera, ya que presentó a sus miembros entre ellos, por ser el estudiante que más tiempo llevaba en la Residencia. Fue entre su círculo un depositario de inseguridades y un motivador de pasiones, un descubridor de talentos innatos y un vínculo por medio del cual se mantuvieron unidos muchos de los genios indispensables de la España del siglo XX durante la mayor parte de sus vidas.
Si Pepín no hubiera sido el destinatario de aquellas cartas en las que Buñuel comunicó su interés por un movimiento que comenzaba a gestarse en Francia, al cual llamaban surrealismo, esa vanguardia en España probablemente hubiera perdido a uno de sus principales representantes. El nombre de Pepín tal vez no apareció en los créditos de Un perro andaluz; sin embargo, él mismo comentó, siempre lleno de modestia, que su participación en el filme fue aún mayor que la de Salvador Dalí, pues de él fue la idea del burro putrefacto que aparece sobre el piano en una secuencia. Mas no aparecer no estuvo mal tampoco, si lo que menos disfrutaba Pepín era figurar, incluso cuando se quedó como el único testigo vivo del grupo antes de fallecer a los 103 años. Está bien, Pepín sí fue algo más que un buen amigo, también fue, gracias a su amistad y de manera más bien pasiva, eso sí, un importante impulsor del surrealismo en España.
La satisfacción vital de Pepín Bello es fácil de comprender: fue parte inseparable del ámbito artístico del siglo XX español sin haber hecho una sola obra. Consiguió sacar lo mejor de Lorca, de Buñuel, de Dalí y de tantos otros, no solo como individuos, sino también como grupo… como si fuera cosa fácil. Puede que Pepín Bello haya sido un hombre con suerte, por coincidir en tiempo y espacio con semejantes figuras; no obstante, muchos estudiantes de la Residencia tuvieron esa oportunidad y nadie lo hizo como Pepín, con un talento excepcional para ser un buen amigo. La magna obra de Pepín no fue otra cosa que una buena parte del éxito de sus amigos y el crédito aparece en las decenas de cartas que intercambió con ellos. Cualquiera puede poner en duda que Pepín haya sido un hombre exitoso, y es muy válido negarlo, pero para mí lo fue. Y lo fue porque prácticamente nadie más ha pasado a la historia por ser un artista sobresaliente en la disciplina de la amistad. En Conversaciones con José “Pepín” Bello, de David Castillo y Marc Sardá, Pepín resume su trayectoria como buen amigo de una manera casi descarada: “Siempre he sido muy modesto. Nunca me he sentido discriminado. Ellos tuvieron su talento, lo supieron expresar y llegaron donde debían llegar. Lo que no sé es si fueron capaces de pasárselo tan bien como lo hice yo”. Saber vivir es un arte, hacerlo rodeado de amigos es, además, un gozo. Esa debería ser la vara con la que se mida el éxito.
Alcanzar el éxito, se me ha dicho siempre, requiere de enormes sacrificios, de emprender un camino solitario y dedicar todo el tiempo posible a lograr un objetivo, siempre determinado e invariable, aunque cueste amistades o ratos de ocio. Muy pocas veces he escuchado que tener éxito puede ser formar parte de un colectivo e impulsar los talentos ajenos. El éxito tiene tantas facetas como personas hay en el mundo, mas cuesta años comprenderlo y expresarlo a la manera de cada quien. Estos son años estáticos por circunstancias externas; sin embargo, están muy lejos de ser años poco exitosos si el éxito comienza a tomar la forma de la amistad sincera. Saber vivir y pasarla bien mientras impulsas el talento de los amigos es una de las más gratificantes manifestaciones del éxito, pero, ojo, también tiene sus exigencias. En la historia ha habido millones de amigos; no obstante, únicamente ha habido un Pepín Bello.
Afirmo que uno de mis significados favoritos del éxito es haber vivido rodeado de artistas notables que te llamen amigo, sin tenerles nada de envidia, sino más bien todo el cariño; vivir lo suficiente para contar cuanta anécdota se guarde en tu memoria y, finalmente, morir mientras duermes a los 103 años. Qué maravilla, Pepín, que nadie diga que no hiciste nada. ¡Vaya atrevimiento!

Fernanda Piña Vázquez (Manzanillo, Colima, 1996) estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha escrito y hecho fotografía para las revistas digitales de música Poolp MX, Radio Tónica, Freim y, actualmente, Warp. Sus textos sobre cultura popular, que incluyen música, deportes, cine y televisión, han aparecido en Palabrerías, revista en la que tiene una columna titulada La cuestión es moverse. También colabora en la organización Versus, dedicada a diversificar los contenidos en el periodismo deportivo mexicano.
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