El sol está en su punto más alto, sus pasos son cada vez más pesados, pareciera que de homo erectus regresa a una forma más primitiva que encorva su andar. El calor abrasante del desierto agota al viajero. Casi a gatas alcanza la ribera del Rio Nilo, se tiende y unas gotas de agua sobre la cara lo sorprenden, se incorpora y no puede creer lo que ve, debe ser un espejismo, dice para sí al mismo tiempo que intenta una reverencia.
—Veo que no he perdido mi encanto —dice la aparición con una voz suave y un gesto encantador.
El viajero se convierte en una estatua que conserva la capacidad de parpadear y pronunciar uno que otro monosílabo.
—Está bien, si tú no quieres, yo hablaré. Hace mucho tiempo que no lo hago. No tenía con quién hacerlo. Todos los que vienen sólo buscan una cosa: volverse ricos, pero siempre es lo mismo: saquean lo poco que queda de lo que un día fue un gran imperio… —guarda un silencio más o menos largo, por su mirada se asoma la nostalgia, mas una reina no llora frente a nadie, así que retoma el hilo de su soliloquio—. Te preguntarás qué hago aquí. Es decir, por qué puedes verme.
—Sí…
—¡Estaba aburrida! La eternidad es terrible, de verdad, no se sabe qué hacer con tantísimo tiempo, así que vine a platicar contigo –increíblemente, ahora están en los aposentos de la reina, hay lujo por doquier. Ella se tumba sobre unos cojines e invita al viajero a sentarse.
—Cleopatra Filopator Nea Thea, Cleopatra VII o simplemente Cleopatra, como me conoce el mundo. Dicen que el nombre es destino y es cierto, Cleopatra en griego significa “gloria de su padre” y yo di gloria no sólo a mi padre sino a Egipto entero por los siglos de los siglos. Pertenezco a una dinastía macedonia importante, pero de ellos nada quedó sobre la faz, en cambio a mí me siguen recordando incluso por mis más tontos caprichos y banalidades. Mi belleza es tema de serias investigaciones, ¡qué importa si lo fui o no! Mi inteligencia fue la verdadera protagonista de mi historia, gracias a ella llevé a Egipto a gozar de un esplendor como no lo hubo jamás. Tuve que pensar muy bien antes de actuar, un gobernante no se rige por la suerte ni el encanto personal, aunque, claro que son elementos importantes, pero la inteligencia lo es todo. Si me hubiera confiado totalmente de mi belleza, ¿cómo habría podido sostener un reino con problemas gravísimos de hambrunas, sequías y crisis políticas? Sobre todo eso, ¿cómo habría sobrevivido en la política? ¡Aaaah, la política, ese circo! Por eso es cosa de hombres.
La remoción del pasado aviva la mirada de la reina. El perfecto delineado y maquillaje de sus ojos hacen de sus pupilas un par de carbones encendidos en los que pareciera verse el pasado como una película, escena por escena y en todas es la protagonista que Hollywood nunca logrará representar porque Cleopatra es más que un cuerpo sexualizado, listo para el consumo de los falsos estetas; ¿dónde dejan su carácter férreo?, ¿su inteligencia capaz de planear estrategias de guerra contra los romanos?, entonces el ejército más poderoso. La Historia ha sido injusta con ella porque la escribieron hombres y ellos sólo ven a una seductora, una femme fatale de la Antigüedad, ignoran a la estratega, a la gobernante que logró la soberanía y estabilidad de su país y evitó las hambrunas de su pueblo. Cleopatra, reina de Egipto en un tiempo en el que sólo los varones ocupaban el trono y por eso enfrentó las traiciones de sus propios hermanos.
La reina retoma el hilo de sus memorias y continúa su relato al viajero.
—Sí, ya sé. Ahora querrás saber de mis romances. En realidad, no hay mucho que contar al respecto. Como todas las mujeres, me enamoré y ya, pero la posteridad ha querido hacerme célebre por todo lo que no fui. Para empezar, los matrimonios con mis hermanos fueron alianzas políticas, una manera de asegurar la continuidad de la dinastía y evitar la guerra civil, cosa que no salió del todo bien. Después vino Julio César, padre de mi hijo Cesarión, pero quien de verdad tuvo mi corazón fue Marco Antonio y aunque esta relación no fue tan idílica como les han hecho creer, fue la más real. De esta unión nacieron otros tres hijos: los gemelos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, y Ptolomeo Filadelfo. En los gemelos representé el sol y la luna, símbolo de lo que tenía en mente: la unión de Oriente y Occidente, Egipto y Roma… —la reina vuelve a callar, tal vez recordando el triste final de su nieto Ptolomeo “El Mauritano”, hijo de Cleopatra Selene, a manos de Calígula.
El viajero rompe el silencio preguntándole qué opina de lo que los poetas han escrito sobre ella.
—Los agradezco. Mi favorito es “Cleopatra”, de Salvador Díaz Mirón. ¡Oh, qué manera tan bella de describir mi muerte!
La reina y el viajero recitan a coro:
La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta…
Estaba toda desnuda
aspirando humo de esencias
en largo tubo escarchado
de diamantes y de perlas.
Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza,
y cual el ojo de un tigre
un ópalo daba en ella
vislumbres de sangre y fuego
al oro de su ancha trenza.
Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas,
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.
En un brazo se torcía
como cinta de centella
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.
Tibias estaban sus carnes
y sus altos pechos eran
cual blanca leche vertida
dentro de dos copas griegas,
convertida en alabastro,
sólida ya pero aún trémula.
¡Ah! hubiera yo dado entonces
todos mis lauros de Atenas
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando con los eunucos
mis coturnos a la puerta.
El viajero despierta y ve alejarse a la reina que poco a poco se difumina en el paisaje.