I
Tiempo no es un verbo.
Es un cesto intermediario
—para los que retrasan el desecho inevitable
de lo que nunca necesitaron—
o un bolsillo dentro de la piel
para guardar lo que creemos nuestro.
Es un interruptor del polvo cósmico original
o quizá un terrario para germinar las semillas
que necesitan cuidado antes de trasplantarlas a otro mundo.
II
Entender para qué lado giran las agujas del reloj
y esperar a que todo se autonombre absurdo.
Del once al cinco y del cinco al once
habita un objeto antimateria
vaporizador de cuerpos.
Objeto surrealista
que dibuja horas en triángulos o simples diagonales
(onirismo entre los insomnios pausados).
Cada movimiento
es un espectro de la piel abandonada
en el paso anterior.
Un espacio entre los objetos
y la sombra con que sueñan.
III
Continuo desalojo de calles y casas.
Hay nuevas personas que necesitan techo
¿por qué no con el que cubre otras cabezas?
El rastro que dejan las agujas
dibuja el futuro de las siguientes
(líneas amarillas imaginarias
prohibiendo la escena del crimen).
Sustitución de vidas.
Adultos a cambio de niños.
Ya no regar las flores.
IV
El temor de caer del reloj
de dejar atrás todos los verbos
-de una disolución de los abrazos de las miradas-.
Caminar en un túnel
que tiene una salida a cada instante.
Sentarse frente a personas que dibujan árboles
ver la cuerda en sus ojos
pensar si usarla para volar cometas
escalar montañas
o morir colgado de las ramas recién diseñadas.
V
Hacerme cargo de los días de afuera
de mis tropiezos con las esquinas,
de la ternura abandonada
en las piedras repetidas.
Aceptar mi nombre
deletrearlo hasta aprenderlo
y luego, olvidarlo del otro lado de la puerta
de una casa que no es mía
en un planeta que he abandonado.
Moldearme a mi edad
recordar las vueltas del mundo y del reloj
mis velas encendidas
y las estrellas apagadas
en mi primer año cósmico.
Sandra Álvarez (Guatemala, 1992). Periodista y escritora. Mis escritos aparecen en varias revistas y periódicos digitales y antologías poéticas de Guatemala y México.