Malgré tout | Merci, Marie Curie!

I

Hágase la luz y la luz se hizo, dice el Génesis, y con la misma inmediatez queremos todo: la respuesta a un mensaje instantáneo (en el nombre lleva la penitencia), un café antes de siquiera sentarnos a la mesa, llegar del punto A al punto B, sobre todo cuando se vive en una ciudad tan agitada como ésta que ni siquiera en pandemia conoce la tranquilidad. Al contrario, asusta, porque es indicio de que algo va mal o presagia que algo muy malo se está gestando. 

Imagino que semejante debe ser el miedo de una persona que de pronto se nota una protuberancia en alguna parte del cuerpo, de alguien que no tiene un cambio físico, pero intuye que su cuerpo no funciona como antes, como debería. Un enemigo oculto comienza a apoderarse de un organismo al que quiere vencer y en la lucha arrebatará todo lo que encuentre a su paso: cabello, cejas, pestañas, la parte del cuerpo con un gran número de células malignas y si este enemigo subrepticio hace bien su trabajo, se llevará también las ganas de vivir de su víctima. 

Horror es lo que sentimos cuando vemos que en una jugada mal ejecutada el hueso de un futbolista sale a la superficie. El futbolista, por supuesto, se retuerce de dolor mientras los espectadores nos llevamos las manos a la boca para ahogar el grito y a los ojos en un intento de borrar tremenda imagen. Pero qué pasa si esa ruptura es interna, en general, qué pasa dentro de nuestro cuerpo cuando se enferma…

La ciencia y la tecnología avanzan a diario, aunque no lo parezca. Todo es relativo, incluso la velocidad científica, pues si bien es cierto que hay grandes avances, también es cierto que a diario hay nuevas enfermedades. Para muestra, la que nos tiene confinados desde hace un año… Esos avances se logran gracias al empeño y desvelos de la gente de ciencias, hombres y mujeres que muchas veces han pagado con su vida los descubrimientos que salvan a la humanidad. 

II

Había una vez una niñita rubia como la mantequilla, de frágil complexión de lirio, imaginación gigantesca, inteligencia y curiosidad desbordadas; su nombre: Maria Salomea Sklodowska. La pequeña nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867 cuando Polonia era parte del Imperio ruso, quinta hija del matrimonio conformado por un profesor de Física y Matemáticas y una pianista y cantante. Los padres, y en general su familia, perdieron todos sus bienes durante las sublevaciones nacionalistas polacas que buscaban restablecer la independencia del país. Entre la precariedad y la situación política, la pequeña tuvo que sortear dificultades para continuar con sus estudios, asistiendo a clases clandestinas en las que le enseñaban su lengua y cultura, pues Rusia había impuesto también su idioma a los polacos. 

La situación de la familia empeoró cuando al padre de Maria lo removieron de sus cursos a empleos con menos remuneración por su sentimentalismo polaco. También le suprimieron la instrucción de laboratorio, entonces lo trasladó a su casa e instruyó a sus hijos en el manejo del equipo. En 1878, cuando Maria tenía diez años, falleció su madre, víctima de tuberculosis. Este acontecimiento impresionó tanto a la pequeña que cuestionó su fe católica y se volvió atea, como su padre. Los siguientes años de su formación los pasó entre institutos y tutorías, sin embargo, no podía asistir a la universidad por ser mujer, así que junto con su hermana Bronislawa, se inscribió en la llamada “universidad flotante”. La escuela, por su puesto, era clandestina y una institución patriótica que admitía mujeres. Para que ambas lograran su objetivo, hicieron un pacto: primero Bronislawa estudiaría Medicina en París y Maria la ayudaría económicamente, dos años después los papeles se invertirían. 

Maria se ocupó como institutriz en casa de unos parientes de su padre y se enamoró de uno de sus alumnos, que además era su primo, sin embargo, la familia se opuso a esta relación porque ella era pobre. La separación causó un gran impacto en ambos. Bromislawa, que se había casado con un médico y activista, la invitó a París, pero Maria no aceptó y continuó su formación en la universidad flotante y de manera autodidacta. Gracias al apoyo de su padre, que había recuperado un poco de estatus, consiguió dinero para poder viajar a París y asistir a la universidad. Una vez instalada allí, consiguió una buhardilla en el Barrio Latino y se dedicó a estudiar más para mejorar su francés y sus habilidades científicas. En su generación sólo había 27 mujeres. 

Marie -cambió su nombre a la forma francesa- apenas subsistía con el poquísimo dinero que obtenía con su trabajo, por lo que sufría desmayos causados por el hambre y los desvelos, pues estudiaba de día y daba clases de noche. Con sus escasos recursos compraba libros, algo de pan, huevos y té. En 1893 obtuvo su licenciatura en Física y consiguió empleo en un laboratorio industrial a cargo del profesor Lippmann. Marie continuó con sus estudios universitarios gracias a una beca e inició su fructífera carrera científica, misma que también le daría la oportunidad de conocer a Pierre Curie, con quien se casó y tuvo dos hijas: Irene y Eve.

La relación de Pierre y Marie tendría un gran beneficio para la ciencia médica y, por ende, para la humanidad, pues la pareja de científicos hizo investigaciones que llevaron al descubrimiento de la radiactividad, término acuñado por Marie. En solitario, Marie también logró descubrimientos importantes como los elementos Polonio, nombrado así en honor de su país natal, y el Radio. La científica dedicó gran parte de su tiempo y energía a su trabajo, lo cual no interfirió para nada en su matrimonio porque Pierre compartía su pasión por la ciencia. Bajo la dirección de Marie se iniciaron las primeras investigaciones para el tratamiento de neoplasias con isótopos radiactivos; antes ella ya había trabajado en técnicas de aislamiento de estos isótopos, asimismo, participó en la construcción de unidades móviles de rayos X para la atención médica de los heridos durante la Primera Guerra Mundial.

Polonia le negó la posibilidad de una formación académica en su país y después una cátedra por el hecho de ser mujer, sin embargo, su voluntad inquebrantable, sus malpasadas y el apoyo de su padre y hermana, y más tarde también el de su marido, le dieron fuerza para resistir en una sociedad hostil con las mujeres y la impulsaron para lograr su meta de dedicarse a la ciencia, otro mundillo misógino que, no obstante y a regañadientes, reconocería su trabajo con el Premio Nobel otorgado en dos ocasiones: de Física (1903) junto con Pierre Curie, quien se negó a recibirlo si no se reconocía también el trabajo de Marie, y el de Química (1911), este último en solitario, por lo que se convirtió en la primera mujer en recibir este galardón, la primera persona en obtenerlo en dos áreas distintas y la primera mujer en tener una cátedra universitaria en La Sorbona.

Lamentablemente, la radiactividad haría estragos en la salud de la pareja. Pierre Curie murió víctima de un accidente: transitaba por la calle de Dauphine bajo la intensa lluvia cuando un carruaje tirado por caballos lo golpeó y él quedó bajo las ruedas, lo que le ocasionó una fractura de cráneo. Este hecho deprimió mucho a Marie mientras que en su cuerpo avanzaban los efectos negativos de la radiactividad, pues todo este tiempo trabajó sin protección y acostumbraba guardar tubos de ensayo en los bolsillos de su ropa y en los cajones de su escritorio. Marie desarrolló anemia aplásica y ceguera parcial por cataratas.

Luego de una intensa lucha por dedicarse a la ciencia y toda una vida entregada a ella, Marie Curie murió en Passy, Francia, el 4 de julio de 1934; debido a la radioactividad, se considera que sus restos y sus objetos de uso tales como su libro de cocina o sus apuntes de trabajo, por ejemplo, son peligrosos para manipular y están protegidos con una gruesa capa de plomo.

III

Qué fácil es actualmente ir a un laboratorio a que nos tomen una placa de rayos X para saber cómo está nuestra estructura ósea, con esa misma facilidad un oncólogo ordena radiaciones para erradicar las células cancerosas, pero pensemos por un momento en todo lo que Marie Curie tuvo que pasar para conseguirlo. ¡Cuánto le debemos! Marie es más que la esposa de Pierre Curie. Se amaron, es cierto, pero, aunque colaboraron, ella también tuvo proyectos individuales y la humanidad disfruta de esos descubrimientos que tanto abonaron a la medicina. Inició el camino de las mujeres en la ciencia y demostró que en esta área del conocimiento una mujer es tan capaz como un hombre porque ni el género ni la nacionalidad tienen nada que ver con la inteligencia y el talento. Que el sacrificio vital de Maria Salomea Sklodowska – Curie no sea en vano.

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