“La solidaridad es el camino para tener justicia social”, entrevista con Sara Curruchich

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Este es el tiempo de las mujeres, y es en este momento en el que propuestas musicales como la de Sara Curruchich se vuelven fundamentales para cuestionar y revolucionar paradigmas sociales. Sara Curruchich es una mujer maya kaqchikel originaria de Comalapa, Guatemala, que ha encontrado en la música un arte ideal para transmitir la sabiduría y amor por la vida, heredada de las generaciones que la antecedieron. En sus versos, que entrelazan la lengua kaqchikel con el español, hay tanto ternura como rabia, pues transmiten un sentir comunal y un anhelo de justicia social. El pasado 25 de junio estrenó el primer sencillo del que será su segundo álbum, la canción se titula Junam y es un tema alegre que promete hacer a un lado los problemas del mundo, aunque sea por unos cuantos minutos, para disfrutar la libertad del movimiento y la dicha de la vida.

Tuve la oportunidad de charlar con Sara por medio de una videollamada para conocer cómo nació su nueva canción, pero también qué la motiva a hacer música, sobre todo en su lengua materna, y cómo busca contribuir a hacer justicia social a través del arte. Con sonidos muy diferentes como fondo en cada extremo de la comunicación: el cantar de los gallos al mediodía del lado de Sara y los molestos motores de los camiones de mi lado, me compartió el cariño que siente por su identidad y sus ancestros y, de manera enfática, deseó que disfrutara y bailara mucho su nuevo sencillo. Por este medio confirmo que lo seguiré haciendo.

¿Qué ha significado para ti llevar tu lengua materna, el kaqchikel, a otras latitudes y escenarios internacionales?

Esta es una pregunta que me hace reflexionar sobre la importancia de nuestros idiomas. Para mí, poder cantar en kaqchikel, que es mi idioma materno, es una manera de acercarme, de dignificar y de aportar en la resistencia que han mantenido las personas de nuestras comunidades para que todavía los idiomas se sigan hablando. Cantarlo en algunos otros escenarios donde no se habla el kaqchikel, sino que se habla el español, el inglés o algún otro idioma, también me ha permitido compartir con la gente la importancia que tienen nuestros idiomas. Hablar nuestros idiomas es una manera de mostrar ese gran valor que tiene la palabra para los pueblos, compartir la sabiduría que viene desde generaciones muchísimo antes que nosotras y nosotros. Es parte de nuestras identidades, y como tal, en un tiempo como el que estamos viviendo, se ha convertido en una resistencia. La música, en este caso, también se vuelve una forma de revitalización de nuestros idiomas. Llegar a esos otros espacios en los que no se habla el idioma kaqchikel es compartir la importancia del idioma. También les comparto el mensaje general de cada una de las canciones, y es bien interesante porque muchas personas se me han acercado para preguntarme cómo se dice tal palabra. De esas formas se puede contribuir de una manera muy hermosa para la preservación del idioma.

Muchas de tus canciones intercalan el kaqchikel con el español, pero tu nuevo sencillo, Junam, solo está en kaqchikel. ¿Por qué decidiste que fuera así?

En mi primer disco también hay canciones que solo están en kaqchikel, pero sí, la mayoría están en kaqchikel y español. Por supuesto que en este segundo disco vendrán algunas canciones así también, pero hay mucha más presencia del kaqchikel. Elegí esta canción como primer sencillo porque algo muy importante para mí, y está ligado a la primera pregunta, es mi idioma. Mi idioma está ligado a mi existencia como mujer indígena. Vivimos constantemente en un intento de anulación de nuestros idiomas del mismo sistema racista, y a través de la música podemos aportar a que se pueda hacer una preservación de nuestros idiomas. Hay que invitar, sobre todo a la juventud y a la niñez, a que se acerquen a los idiomas, que sepan que no estamos solos ni solas hablando nuestros idiomas. Esta canción, Junam, sí está toda en kaqchikel, pero tiene un ritmo bastante bailable, de otros pueblos. Es una invitación a la juventud y a la niñez para acercarse y abrazar mucho más fuerte nuestros idiomas. Es un posicionamiento político.

En tus redes sociales presentaste al artista de la portada de Junam, Ande Perén, quien es parte de tu comunidad, ¿por qué recurriste a él y qué le ha aportado a esta canción?

Fíjate que Ande Perén es nieto de Óscar Perén, que es un pintor muy famoso aquí en mi pueblo. Ande Perén comenzó su proyecto artístico, su propia propuesta, y es totalmente diferente a todo lo que se ha trabajado por acá. Admiro muchísimo su arte, me maravilla porque tiene una fuerza muy grande con la identidad, pero también, o yo lo percibo así, con las dimensiones distintas de existencia. A mí me fascina, por eso pensé: “yo quiero cantar esa canción en kaqchikel y sería una alegría muy grande poder tener el arte de otras personas que me inspiran a seguir componiendo, que la canción pueda además tener un arte”. Pensé inmediatamente en Ande. Es un tremendo pintor, lo admiro muchísimo y además es kaqchikel. Es un pintor de acá de mi pueblo, de Comalapa, y es hermoso y vital que muchas más personas puedan ver, apreciar, apoyar y comprar el arte que él está haciendo.

Junam, como comentaste, es una canción muy bailable y diferente a los ritmos que presentaste en tu álbum anterior. Recientemente has colaborado en canciones como Kixampe, con Rebeca Lane, que es un rap. ¿Cuáles han sido los retos que se te han presentado al experimentar con diversos géneros musicales?

Fíjate que ha sido una exploración continua y de acercamiento a los géneros de algunos otros pueblos. Por ejemplo, en el caso de la canción con Rebeca, Kixampe, era la primera vez que me acercaba a este género y sí estaba un poco asustada en un inicio, jajaja. Yo recuerdo que le decía a Rebeca: “Rebeca, tenés todo un camino recorrido por este género, por favor ayudame, porque ésta es la primera vez que lo voy a hacer”. Rebeca me ayudó bastante con eso, me dio muchos consejos. De igual forma, en este disco sí hay una exploración con nuevos ritmos. Yo creo que la música nos abre puertas a una diversidad de ritmos, de géneros, de sonoridades que nos acercan a diferentes propuestas musicales e históricas de diferentes pueblos. Para Junam elegí este ritmo, que es fusión de cumbia con reggae, y que es totalmente diferente a todo lo que hemos trabajado, porque nació con la idea de hacer una invitación a la gente para bailar. Estamos viviendo esta pandemia que ha aflorado muchos sentimientos de tristeza, de preocupación, de frustración, cada persona conoce cómo ha vivido todo esto. Quizá como no podemos hacer conciertos o acompañarnos como quisiéramos, a través de una canción, a alguna persona, que puede ser mi vecina o estar en otro pueblo u otro país, la podemos acompañar un ratito, con una alegría de movimiento. Incluso nuestro movimiento ha sido prohibido, y mucho más para nosotras las mujeres. Encontramos esa libertad en la música y, de alguna forma, con la alegría encontramos sanación. De ahí viene mi elección de ese ritmo.

Has mencionado la importancia de la comunidad como una manera de contrarrestar la ausencia del Estado en Latinoamérica y, específicamente, en Guatemala. ¿Cómo se ha reflejado esa idea de comunidad en tu música?

Me gustaría responder que cuando se habla de comunidad se habla de colectividad, de muchas formas organizacionales, de una visión de la vida horizontal y no jerárquica. Por supuesto que, ahora, uno de los ejemplos más grandes es esa ausencia estatal en medio de la pandemia, que es absolutamente notable. La comunidad ha sido la respuesta, como siempre, para poder sobrellevar esto y proteger a toda la población. Hay una organización muy grande en las comunidades. El año pasado, por ejemplo, que estábamos en pandemia, pero también llegaron dos huracanes a Guatemala, la movilización de las comunidades fue tan grande que, a pesar de la pandemia, se llevaron muchos insumos a las comunidades más afectadas, porque el gobierno, hasta la fecha, no las ha ayudado. Nos damos cuenta de que esta solidaridad es el camino y es la respuesta para poder tener justicia social.

A través de mis canciones, y por esa misma razón, menciono constantemente el tema de la comunidad, de la colectividad, porque para mí eso es muy importante. Es uno de los ejemplos más grandes para poder tener justicia, combatir todas las desigualdades y contrarrestar, por supuesto, toda la ausencia estatal. Cuando se habla de contrarrestar esto, no quiere decir que como el Estado no hace nada, lo hacemos nosotros y no importa; no, porque se busca y se exige desde las comunidades una transformación de un Estado ausente. Es un Estado que, como no llega a las comunidades, tiene muy arraigadas prácticas coloniales y racistas que permiten y reproducen todas estas desigualdades. De ahí parte esta presencia del sentir comunal en mis canciones. Siempre he pensado en el agradecimiento a través de la música porque es un posicionamiento muy grande de todas las comunidades ante un sistema que busca invisibilizar su existencia.

También, por medio de tus canciones, has manifestado el objetivo de reivindicar una identidad propia. ¿Cómo ha evolucionado este objetivo desde que comenzaste a hacer música hasta ahora?

Empecé a hacer música a finales de 2012, pero la primera canción que compartí, ya grabada como Sara Curruchich, fue en 2015. Para mí fue un parteaguas del deseo de hacer música con un enfoque de identidad, de derechos humanos, de mujeres indígenas. En 2011 hubo varias situaciones que atravesaron mi espíritu y mi cuerpo, que son situaciones que están ligadas absolutamente a actitudes y discursos racistas que vivíamos constantemente. Desde ese momento yo supe que quería hacer música con un enfoque de derechos humanos, de identidad, de la importancia de la tierra. Me daba cuenta de que, cuando escuchábamos radio, todas, pero todas, las canciones tenían que ver con amor y desamor, pero siempre de pareja. Y las propuestas musicales, porque hay tantas propuestas maravillosas, de los pueblos siempre están hablando de la tierra, de la historia, y no sonaban en las radios comerciales. De ahí vino un cuestionamiento de por qué no está la presencia de estas propuestas musicales en estos medios.

En 2015 compartí una canción que se llama Ch’uti’xtän, que también es una canción de amor, y fue muy bien recibida. Fue muy lindo cómo la recibieron, sonaba en radios en los que nunca pensé que podría sonar. Pero en 2016 pude grabar Resistir, que está inspirada en las resistencias pacíficas de comunidades de Guatemala, resistencias para defender las montañas, los ríos, y muchas de las radios que me habían compartido la canción anterior no la compartieron. Ése fue un ejemplo para mí de que ése era uno de los caminos que había que seguir cultivando y andando. No puede ser que estos temas tan importantes no encuentren interés de los medios para compartirlos, porque compartir esto es empezar a hacer conciencia. De ahí comencé a fortalecer más ese anhelo de poder contribuir y aportar, a través de mi espacio y de mi música, con las diferentes causas que tienen muchas comunidades y con el fortalecimiento de mi propia identidad. Fue poder decir: “yo soy Sara, soy maya kaqchikel de Guatemala, de una comunidad que está en pie de lucha, que defiende la tierra y su identidad”. Aquí estamos y luchamos en contra de todas las manifestaciones que nos excluyen, que nos violentan y que nos reprimen constantemente. A través de la música he sentido que, más allá de nombrarlo, también cuando nombramos lo que estamos viviendo no sólo lo ponemos sobre la mesa, sino que se dialoga muchas veces. Son formas en las que vamos sanando de la violencia, además de la memoria histórica, para exigir justicia real, por ejemplo, para las y los desaparecidos de la guerra en Guatemala.

Has compartido escenario con grandes mujeres de la música, que también han dedicado sus carreras a alzar la voz en Guatemala, como Rebeca Lane, y en el resto de Latinoamérica, como Ana Tijoux y Mon Laferte. ¿Qué enseñanzas te ha dejado convivir con ellas?

Es algo muy poderoso, porque en el medio artístico existen muchas barreras para las mujeres. Hay una actitud muy patriarcal, muy machista. El mismo sistema está arraigado en el medio artístico. Entonces encontrarme con mujeres como Rebeca, como Anita y como Mon, que también comparten a través de su voz esos mensajes de conciencia y ese sentido social, para mí es poderosísimo. Es tomar los espacios musicales y artísticos que también nos pertenecen a nosotras como mujeres, como artistas, como mujeres indígenas. Los tomamos porque son nuestros, aunque nos los han negado. Estar con ellas a mí me ha hecho sentir que no estamos solas. Ellas conocen cuáles han sido sus recorridos y los retos que han vivido, pero el hecho de poder compartir y de poder unir nuestras voces, como una articulación muy grande, es un mensaje para toda la sociedad, de que nosotras estamos tomando esos espacios que nos pertenecen y que vamos a seguir haciéndolo, que no van a tener más la comodidad de nuestros silencios. No vamos a dejar de seguir caminando porque a la sociedad machista no le parezca.

En este festival de Tiempo de mujeres éramos todas mujeres las participantes y fue algo histórico, porque nos comentaban las organizadoras y los organizadores que era la primera vez que en el Zócalo [de la Ciudad de México] había un festival donde solamente había mujeres. Imagínate desde hace cuántos años no pasaba. Hay tantas hermanas y tantas compañeras haciendo arte que es necesario seguir compartiendo desde la ternura, pero también desde la rabia, en esos espacios artísticos.

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