Taller de narrativa | ¿A quién le puede importar?, por Martha Torres

[Este ejercicio del taller se muestra tal y como fue escrito para mostrar los avances en la escritura: no pasó por proceso alguno de corrección ortotipográfica y/o de estilo]

Desde mi ventana puedo ver el cableado de luz que conecta al poste ubicado en la esquina de mi casa. Observo unos tenis colgados, esto no siempre ocurre, seguramente llegaron ahí como la mejor colección de algún sujeto. Se trata de un calzado de hombre, a mi parecer no son los mejores, son unos tenis usados de color negro; ¿cómo llegaron ahí?

Un 28 de Diciembre, acostada en mi cama, giraba de un lado a otro, en una posición decúbito dorsal, decúbito abdominal pues no lograba conciliar el sueño. Decidí levantarme y caminé hacía la cocina, puse un té de tila por aquello de los nervios, me senté en mi silla favorita que tiene llantitas, me puse una frazada para cubrir el frío y, al tomar unos sorbos, escuché unos pasos cerca de mi puerta. Luego entonces, opté por regresar a la recámara, con la incertidumbre que alguien podía estar cerca.

Traté de tranquilizarme y por un instante descarté algunas ideas que llegaban a mí mente. Sin embargo, la duda me invadía y pensé: ¡Es inevitable asomarse a la ventana! Con frecuencia lo hago, sobre todo cuando escucho ruidos extraños y más aún cuando identifico que mueven los tarugos que están frente a mi casa, ya que estoy pendiente de los carros que llegan a estacionarse.

Desde mi ventana puedo ver el cableado de luz que conecta al poste ubicado en la esquina de mi casa. Observo unos tenis colgados, esto no siempre ocurre, seguramente llegaron ahí como la mejor colección de algún sujeto. Se trata de un calzado de hombre, a mi parecer no son los mejores, son unos tenis usados de color negro; ¿cómo llegaron ahí?

Un 28 de Diciembre, acostada en mi cama, giraba de un lado a otro, en una posición decúbito dorsal, decúbito abdominal pues no lograba conciliar el sueño. Decidí levantarme y caminé hacía la cocina, puse un té de tila por aquello de los nervios, me senté en mi silla favorita que tiene llantitas, me puse una frazada para cubrir el frío y, al tomar unos sorbos, escuché unos pasos cerca de mi puerta. Luego entonces, opté por regresar a la recámara, con la incertidumbre que alguien podía estar cerca.

Traté de tranquilizarme y por un instante descarté algunas ideas que llegaban a mí mente. Sin embargo, la duda me invadía y pensé: ¡Es inevitable asomarse a la ventana! Con frecuencia lo hago, sobre todo cuando escucho ruidos extraños y más aún cuando identifico que mueven los tarugos que están frente a mi casa, ya que estoy pendiente de los carros que llegan a estacionarse.

La calle permanecía iluminada todas las noches, así que podría ver todo, o casi todo. Exactamente el reloj marcaba las 3:00 am. De inmediato miré hacia abajo y me percaté de que se trataba de un sujeto de aproximadamente de 28 años de edad, de test morena, traía puesta una gorra, quien jalaba una escalera metálica, de más de tres metros de altura y la colocó en el poste que se encuentra en la esquina de mi casa, se cercioró que estuviera bien colocada y subió las escaleras de forma paulatina. Llevaba en su mano derecha un palo de escoba. Cuando ya casi llegaba al cableado de luz, se detuvo un momento, se quitó los tenis que traía puestos y con las agujetas los entrelazó en el palo y los lanzó hacía el cableado, lo hizo con mucho cuidado, así los tenis ya habían sido colgados.

Bajó las escaleras descalzo y lo hizo de forma más rápida, mirando de un lado a otro, como cuidándose que nadie lo viera. Pero yo no despegaba los ojos de la ventana y vigilaba cada una de sus acciones. Cuando llegó abajo, abrió una mochila que estaba en el piso y sacó un par de zapatos, se los puso y se colgó la mochila en la espalda, después acomodó la escalera para llevársela y desapareció de ahí. Los perros de la calle no dejaron de ladrar ni un segundo.

Pensé: ¿por qué decidió colgar los tenis ahí, justamente en ese cableado y en la madrugada? ¿Por qué no lo hizo durante el día? ¿A caso se escondía? ¿Temía ser visto por alguno de los vecinos?

De cualquier modo, yo había sido espectadora durante todo el evento. Así que una vez que se fue, me propuse ir a dormir, esperaba con tanto anhelo conciliar el sueño. Así que envolví mi cuerpo con una colcha y me tapé la cara. Al siguiente día, cuando desperté, vi cómo el sol filtraba a través de mi ventana y de un sobresalto observé la hora, eran cerca de las 9:00 am.

Lo primero que hice fue asomarme al cableado para ver si veía los tenis, pero no lograba verlos. ¿Por qué no estaban colgados?, seguramente el hombre regresó por ellos. Observé el suelo a ver si estaban tirados, pero no había nada. Me preparé para ir a la calle y caminé hacia la tienda. Mientras me atendían escuché a uno de mis vecinos que decía haber extraviado unos tenis negros y, casualmente, los perdió la noche anterior, por supuesto que se trataban de los mismos que el sujeto había colgado. No comenté nada, sólo escuché y el tendero me llamó para darme lo que había pedido.

Al llegar la noche, tuve el presentimiento que el sujeto volvería. Así fue, el reloj, marcaba las 12:00 pm y escuché ruidos, me asomé prontamente por la rendija de la puerta. En efecto, estaba el tipo con su escalera en mano, decidido hacer la misma hazaña. Pero ahora no iba solo, lo acompañaba otro hombre. Esta ocasión lo hizo con mayor agilidad, subió las escaleras, llevaba los tenis en las manos, y con las mismas agujetas los lanzó hacía el cable, parecía que ya tenía bien calculada la distancia.

Al bajar platicaba con su acompañante, quien le preguntaba por qué había hecho eso. Para ello puse la atención posible.

Manifestaba que esos tenis negros pertenecían a su cuñado y se los había quitado maliciosamente, porque este tenía una deuda con él y en un par de días se lo haría saber. Desde mi puerta escuchaba lo que decía el hombre, ni siquiera me atrevía parpadear: quería que mis oídos no perdieran ni un solo detalle. Entonces pude comprender que, cada vez que el dueño de los tenis los viera colgados, recordaría la deuda que tenía con ese hombre.

Al concluir la conversación, nuevamente los perros comenzaron a ladrar, pues la calle estaba sola. Los hombres quitaron la escalera del poste, la cargaron y tomaron rumbo. La calle se quedó silenciosa después de que los perros dejaron de ladrar, yo estaba más tranquila al saber por qué los tenis habían sido colgados.

Durante varias semanas los tenis permanecieron ahí, expuestos ante el sol y la lluvia. Cuando la gente pasaba por ahí, se escuchaban diferentes comentarios de los tenis colgados. Incluso algunas personas se atrevían hacer apuestas lanzando pequeñas piedras y que estas tocaran los tenis. Era curioso, una situación que en un principio había causado en mí cierto temor ahora se había vuelto popular por esos tenis.

No obstante, un día escuché conversar al dueño de los tenis, quien contaba que ya no soportaba más ver cómo sus tenis estaban colgados en el cable de luz; significaba una burla para él, pues era un regalo de su abuelo, quien hace algunos días acababa de morir y eso le causaba profundo sentimiento y nostalgia. Al mismo tiempo, afirmaba esa deuda pendiente, por lo que debía hacer lo posible para liquidar y recuperar los tenis.

Así pasaron tres meses y los tenis seguían intactos. Un buen día, como de costumbre, me levanté temprano y lo primero que hice fue mirar hacía la ventana y observé que el dueño de los tenis desde su ventana los contemplaba. Se atrevió a pedirme ayuda.

Los tenis se encontraban a la mitad del cable entre mi casa y su casa. De momento no respondí un sí o un no, solo que me tomó por sorpresa y ahora debíamos pensar cómo rescatarlos, parecía que el asunto no era tan complicado, ante todo evitar cualquier riesgo. Por ello se me ocurrió que podría ir hacia la orilla de la marquesina y entre los dos mover el cable para que los tenis cayeran.Se veía que los tenis estaban sobrepuestos, no tenían ningún nudo, por lo que sería más fácil.

Ahora el temor al que me enfrentaba era caerme de la barda, pues el espacio era muy angosto: dar un mal paso podría ser terrible, lastimar alguna articulación, aparecer algún calambre. En fin… pensaba mil cosas, pero tampoco podía negarme, me sentía parte de esa historia, incluso todo el tiempo callé acerca de lo ocurrido. Nadie conocía cada uno de los detalles que yo había visto desde el inicio y ahora hasta la culminación. No quería sentirme heroína de ese hecho, pero conocía el significado de esos tenis y lo que representaba para la persona que me lo estaba pidiendo. Así que en unos minutos lo decidí y le dije que haría lo posible por ayudarle.

Desde mi ventana di un pequeño salto hacia la barda y caminé por la orilla. Me sentía nerviosa, previamente había calculado el espacio y, cuando llegué al lugar indicado, solo hice un ligero movimiento con las manos para mover el cable y él, desde su ventana, también tomó el cable para que al mismo tiempo lo moviéramos. Uno, dos, tres y los tenis resbalaron poco a poco.

En ese momento observé el rostro de mi vecino y vi cómo se le rodaron sus lágrimas. A mí me invadió la alegría porque pudo recuperar los tenis negros, después de que habían transcurrido varios meses. Por eso nunca olvido ese veintiocho de diciembre.


Martha Torres Hernández. Egresada de la Universidad Pedagógica Nacional, con la licenciatura en pedagogía. Dedicada a la docencia en Educación Básica, desde hace once años. En ese transitar, llegó por esa pendiente donde se requería condición, pues se trata de una subida prominente para llegar a la Escuela Primaria “Macuilxochitzin” y así interactuar con la comunidad de esta escuela: Estudiantes, Padres de familia y Compañeros docentes. Agradecida por desarrollar esta profesión que le ha dado aprendizajes y satisfacciones. Con estudios de maestría en la especialidad de Enseñanza de la Lengua y Recreación Literaria, egresada de la UPN unidad 094 y así experimentar una Pedagogía por Proyectos en la expresión Oral. Amante de la danza, pues transformó su vida en esta última década y le dio las agallas para enfrentar el trabajo en grupo, así también como una oportunidad para experimentar otra forma de lenguaje, la expresión corporal.

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