Taller de narrativa | Hoy Me/Te vi, por Nayely A. M.

[Este ejercicio del taller se muestra tal y como fue escrito para mostrar los avances en la escritura: no pasó por proceso alguno de corrección ortotipográfica y/o de estilo]

Siempre me han llamado la atención esas construcciones que se encuentran en el callejón del 57; demasiado modernas para parecer tan atascada en el tiempo espacio en el que se mueve esta ciudad; demasiado en el centro del centro citadino; demasiado plácidas y bulliciosas al mismo tiempo; demasiado consumidas por el momento pasado, para seguir en el presente; demasiado deterioradas, pero fuertes; demasiado tenebrosas y triviales a la vista de todos.

Es sábado, y es esa hora del día en la que no sabes si sigue siendo por la tarde o ya es de noche. Me encuentro tendida sobre el suelo de mi habitación, llueve, sólo es una llovizna, y aún así puedo escucharla, olerla, sentirla. A la mayoría de la gente no le gustan los días lluviosos, no les gusta la lluvia, cuando ven caer agua del cielo corren a ocultarse a sus casas o en algún lugar para no mojarse, dicen que su día a quedado arruinado, que no se puede hacer ya nada; a mi, por el contrario, la lluvia me hipnotiza, me hechiza, me atrae a ella.

Puedo sentir como me llama, quiere que vaya a ella, sabe que también llueve dentro de mi. Salgo primero de mi cuarto, lo cual ya es una gran hazaña, entonces la observo, la escucho y, antes de ser consciente, me descubro poniéndome los tenis. Nunca sé a dónde voy cuando camino en la lluvia, solo fluyo con ella, pero hoy no solo ella llueve y fluye, yo también lluevo. Es sábado y creo que esta vez ambas sabemos a dónde ir.

Es la tarde del sábado, el cielo se ha nublado y cae una pequeña llovizna. Me gusta la lluvia, quizás es porque, cuando llueve, te puedo recordar mejor. Tenía mucho que no venía a su departamento, no estamos solos, un par de sus amigos también están aquí, no me molesta, pero me hacen sentir incómoda, observada, preferiría que estuviéramos a solas.

Intentan incluirme en su conversación, yo solo hago muecas fingidas y asiento, no me interesa lo que platican y tampoco quiero que me incluyan en su parloteo. Para evitar tener que participar, le doy un sorbo más a mi botella. Siento como las burbujas acibaradas se estrellan en mi boca, las percibo en mi lengua y después apareció su cosquilleo pasar por mi garganta, aplazo lo más que puedo su estadía en mi boca para no tener que unirme a su conversación trivial, pero al final debo beber y conversar con ellos.

Es esa hora del día en la que la luz del sol está por desaparecer, pero aún se aferra a seguir existiendo, justo como yo en este momento. Observo, desde la ventana de este departamento extraño, como la gente huye del exterior prefiere confinarse, antes que mojarse; y yo solo pienso en que preferiría dejar de existir o estar mojandome, antes que estar aquí; ni siquiera sé cómo es que llegue a este lugar en el callejón del 57. Quiero irme, no quiero estar aquí ni en ningún lugar, quiero dejar de estar, quiero dejar de existir en seco, quiero salir a mojarme antes de seguir existiendo.

Pero aquí estoy o eso simuló, no conozco a nadie aquí, ni siquiera me reconozco a mi misma. Por un segundo los observo, miro como bailan, como se divierten, como se enamoran sin mirarse… y los envidio, estoy celosa de ellos por como existen sin esfuerzo alguno, y yo solo los analizo.

Por un momento, logró escabullirme de todos. Encuentro un lugar apacible en aquella habitación, el gato está en la cama y las ventanas del balcón están entreabiertas, se logra colar lo que parece una pequeña brisa al cuarto, la cual no tarda en tomar fuerza haciendo que el gato salte de la cama y salga presuroso; ahora me encuentro solo conmigo misma y con la brisa.

He comenzado a vagar en la lluvia.

Aunque me sacan a bailar e intentan hacerme plática, sigo regresando a observar el exterior desde mi pequeño sitio confortable dentro de este extraño departamento, en verdad me quiero ir de aquí. Veo como aquella ventana al otro lado de la acera se entreabre de golpe, es el primer movimiento violento que veo desde hace un buen rato y el primero que veo en aquel edificio que lleva un tiempo llamándome; me intriga, así que me quedo observando, aguardo, quiero ver.

Lo que parecía ser una pequeña brisa se convierte en un ventarrón difícil de controlar, que se cuela por la ventana haciendo que se azote sin control dejando entrar a una no tan pequeña precipitación en la habitación. Me dispongo a cerrar la ventana, es entonces cuando la veo.

Nos miramos, cruzamos la mirada, nos descubrimos, nos contemplamos; se siente la extrañeza y la fascinación en la atmósfera que nos envuelve, la intriga y la incertidumbre por un segundo paralizan la lluvia. Se siente como nuestra respiración se sincroniza y se pausa, la boca se seca y, aun así, se siente pasar la saliva, a la que le cuesta deslizarse; un cosquilleo inquieto nace en las entrañas y se expande acompañado de un fresco escalofrío que recorre la anatomía desde la nuca hasta los talones. Las moléculas expuestas de la lluvia se suspenden en el tiempo-espacio que crea, que existe; justo ahora son lo único que nos separa y nos une, no parpadea, solo nos miramos, no existe nada más, ni nadie más.

Ella me conoce, yo la conozco, y al mismo tiempo somos ajenas; quizá hace unos meses atrás éramos la misma, pero hoy, justo aquí y ahora, en este momento en el que nos encontramos mirándonos, sosteniendo la mirada -un hábito adquirido de niña- no somos más que extrañas.

Mis ojos dicen ven, ven a verte, mírate, ven lento, contemplate, ven ligera, observate, ven, mírate, ven a mi, ven a ti, ven.

Me he visto partir de mi y regresar a mi.

Veo la lluvia rodar lento, me detengo a mirarla en esta pausa en la que se encuentra en este espacio-tiempo, jugueteo con las gotas entre mis falanges, son esferas imperfectas detenidas en el aire, son moléculas al viento. Siento la lluvia filtrándose en mis tenis, noto que estoy sobre un charco, alcanzo a ver mi reflejo, al menos un poco de él, un escaso vestigio de quien fui, de quien soy, si es que aún soy algo de lo que fui; y es que ya no sé quién soy o si soy, no sé quién es la que se refleja y no sé que alcanzo a ver.

Por fin alzó la mirada, vuelvo a jugar con aquellas esferas de agua que salen flotando en el aire al tocarlas; la gravedad no existe y aún así sigo pegada al charco, veo como flotan, como vienen y van en la atmósfera detenida, pausada, alguna que otra cae y se vuelve parte del charco que me sostiene. Entonces me veo, veo como me miro de un edificio a otro, soy yo y no soy, no logro reconocerme y aun así sé que soy yo, alcanzo a ver cosas que era, que me hacían ser yo, pero que hoy ya no veo, ya no soy nada de eso, ya no me veo, ya no soy.

Me veo mirándome sin parpadear y veo que no notan que ellas ya no soy yo, que yo estoy aquí, aquí abajo en este momento en el que la lluvia me ha disparado una cruel realidad de una manera brutal, feroz e insoportable. No perciben que su existencia está por terminar cuando la lluvia me bese, cuando las luces blancas explosionen y sus restos se hundan en este charco, cuando las nubes se tornen rojas por el plasma que fluirá de entre mis falanges. Mis manos están heridas por querer detener el tiempo-espacio mientras soportan el filo, el corte, la incisión de mi existencia, ellas no me captan se creen reales, se creen yo, pero ni siquiera yo sé quién soy y ellas están por sucumbir dentro de aquellos edificios del callejón del 57, mientras yo las miro desde el callejón del 57.

Todo está por colapsar.

Entonces sucede.

Despierto de golpe, estoy tendida sobre el suelo de mi habitación, siento mi respiración acelerada. Es sábado por la tarde noche y llueve, es una tormenta la que está por acontecer, siento como me llama, me nombra; tengo el regusto amargo de una cerveza en mi boca, pero no recuerdo haber bebido una, no le presto mucha atención a eso y busco mis tenis para salir a caminar con la lluvia, quiero ir a fluir en ella. Percibo una pequeña taquicardia que me invade, nunca se a donde me dirijo cuando estoy en la lluvia, pero siento una inquietante necesidad de vagar con rumbo al callejón del 57.


Nayely A. M. Tesista de la licenciatura en filosofía de la FFyL-UNAM, busca especializarse en cualquier tema que no sea meramente académico, purista o erudito así que se dedica a hacer praxis filosófica y a documentar su existencia en el mundo siendo. Morocha eternamente despistada, dramática, nostálgica, ansiosa, irónica, impulsiva y melancólica; se inspira ante cualquier vendetta de aquellas existencias salvajemente vulnerables de ternura radical y tímida ferocidad. Siempre en busca de musas en paro que broten a media noche de las perseidas, que no le teman a la lluvia, parlen con la mirada y que sean indomablemente eróticas; que le concedan mecanografiar debajo de sus pestañas universos hechos de purpurina y surrealismo, que se contagien en el eco del cosmos. Fragmentada en su escritura, muta en la escala de grises que existe entre el blanco y negro de lo lúgubre, espantoso, ansioso, desenfrenado y bestial de lo que es la existencia actual, pero tambien se mueve en el abanico de la fantasia de ensueño, la alucinación vitalista, las metamorfosis de afectos y aquellos mensajes de madrugada que se quedan en buzon de espera. No sabe a dónde va… pero sabe de dónde viene.

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