Sara, evidentemente desesperada, hace a un lado su orgullo para hablarle por teléfono a Petra, la encargada de limpieza del lugar donde trabaja como Jefa del Departamento de Finanzas. Las malas lenguas dicen que Doña Petra practica la santería, que muchas acuden a ella para que les haga “trabajitos”. Sara no cree en aquello, le parece una charlatanería; sin embargo, al borde del colapso, le pide una cita lo más pronto posible tratando de ocultar la vergüenza. Doña Petra acepta verla esa misma tarde del sábado.
Sara acude puntual, ocultando sus ojos con enormes lentes oscuros. Doña Petra le abre, esboza un mutis burlón como si adivinara la intención de Sara en no ser reconocida, “no se preocupe, licenciada, yo soy una tumba”. Sara disimula aplomo, aunque está hecha un manojo de nervios. Sin rodeos le pregunta cómo hacer para tranquilizar a una persona. Doña Petra, sin pelos en la lengua, le pregunta: “¿A quién quiere tranquilizar, licenciada? No tenga miedo, para ayudarla necesito saber”.
La mujer empieza a sudar frío, respira. Antes de confesar los conflictos que tiene, dice: “A… a … la mueva directora que acaba de llegar, me está haciendo la vida imposible, solo quiero que me deje en paz”. Le platica a doña Petra las continuas peleas que ha tenido con su jefa desde que ocupa el cargo, hace apenas un mes. “Me tiene envidia, lo sé, yo merecía ese puesto”, expresa evidentemente enojada.
Doña Petra no parece sorprenderse, muy segura de sí le garantiza ayudarla, además de absoluta discreción. Sara respira aliviada, le advierte que no quiere hacerle daño ni causarle alguna enfermedad. “Solo quiero que no se meta conmigo, solo eso”, le asegura a Doña Petra, quien le afirma contundente: “Solo tendrá que hacer lo que le diga”.
Sara llega a su casa con una expresión más relajada. Enseguida va por una pluma, papel, un vaso de vidrio con agua. Corta una tira de papel donde escribe el nombre completo de su jefa. “Todo sea para que se calme”, piensa. Introduce el papel en el vaso con agua hasta cubrirlo por completo; después, mete el vaso al congelador. Recuerda las recomendaciones de la santera: “Lo mete al congelador, verá como su jefa se calma en unos días. Es muy efectivo”. Así lo hace Sara, convencida de no hacer mal ni desatar los demonios. Después se va a rezar un padre nuestro para evitar la culpa.
Sara llega el lunes a la oficina en su pose de jefa de departamento. Apenas si saluda a Doña Petra cuando la ve en el pasillo. Observa cuando llega su jefa, quien, al verla, de manera abrupta le indica que la espera en la oficina. “Paciencia, paciencia, debes tener paciencia Sara, esto hará efecto pronto”. Sale de la oficina disimulando su enojo.
Un par de días después, la Jefa llama a Sara en un tono más amable a su oficina. “Ya está haciendo efecto”, se dice a sí misma sin ocultar su alegría. Una vez en la oficina, la jefa le hace ver su buen desempeño, alaba el trabajo de Sara, quien ríe para sus adentros: “Esa Petra es una fregona, se va a ir al cielo”. Después, la jefa, en un gesto de agradecimiento, la invita al festejo de su próximo cumpleaños. Sara acepta de inmediato.
La fecha de la fiesta llega, Sara acude a la casa de su jefa perfectamente arreglada. Antes de irse abre el congelador, observa el vaso con el agua congelada alcanzándose a distinguir el papel estático con el nombre de su jefa. “Ya muy pronto, te sacaré”, piensa triunfante. Con esa idea arriba a la casa de la festejada, donde ya hay algunas compañeras de área, quienes se acercan a Sara un tanto sorprendidas; no se detienen al cuestionarle cómo había conseguido limar asperezas con su jefa. Sara esboza una sonrisa de satisfacción y responde muy segura de sí: “Mi trabajo, mi trabajo y buen desempeño lograron el milagro”. Todas ríen dispuestas a pasar un rato de divertimento.
Minutos más tarde, la jefa se acerca muy amable a Sara para agradecerle su presencia, quien responde con igual amabilidad. La fiesta transcurre sin novedad, una de las invitadas advierte que las botanas se habían acabado, Sara se ofrece a ir por ellas.
Evidentemente contenta, va a la cocina sin dejar de pensar en la recompensa a Petra. Abre el refrigerador, la tentación de saborear un trozo de queso es más grande. “Algo” la impulsa a abrir instintivamente el congelador. El bocadillo cae de su boca cuando advierte un vaso con agua congelada y un papel intacto donde alcanza a ver escrito su nombre completo.
Alejandra Calixto Sánchez. Psicóloga Social egresada de la UAM-Iztapalapa. Sus poemas han sido publicados en la Revista Literaria Vomito de letras, Círculo Literario de Mujeres, Revista Cultural Mood Magazine y Verso Destierro. De enero 2018 a la fecha, es Locutora y Titular del Programa de Radio “Café con Letras”, el cual se transmite en http://www.promoestereo.com . Es autora de la Novela “En la piel del desamor” (2018) publicada por el sello de “Universo de Letras”.