Ser una opción más
Mi afición a lucha libre y sus disidencias sexuales
En memoria de Pasión Kristal. Vuela alto, Madonna del ring.
No soy hombre ni soy mujer. Soy una opción más.
—Pasión Kristal (†)
Era un domingo del año 2006 y, como cada semana, dediqué mi tarde a ver una función de lucha libre en la tele. Esa vez, al ritmo de Like a Virgin, de Madonna, hizo su aparición una diva divinísima de rizos teñidos llamada Pasión Kristal, la Madonna de Tabasco. Después, La vida es un carnaval, de Celia Cruz, dio pie a la entrada a otra fantástica diva, un poco más desinhibida, de nombre Pimpinela Escarlata. Sobre sus cabezas lucían penachos con plumas, sus trajes coloridos brillaban con las luces del recinto y sus rostros resplandecían con maquillaje carítsimo de París. Los comentaristas les llamaron “luchadores exóticos” y, como ellas, había más por conocer. Yo, a mis diez años de edad, ya era capaz de identificar luchadores talentosos cuando los veía, y eso estaba viendo, pero es que además del talento, lo que vi era purísimo carisma. Pasión Kristal y Pimpinela Escarlata, además de dar una lucha perrísima, movían el caderón y aturdían a sus rivales con tremendos besucones. La niña frente a la tele estaba fascinada y se reía con ganas. Ni le pasó por la cabeza que esa exhibición pudiera ser algo raro y, mucho menos, algo inapropiado. Y es que nunca lo ha sido.
A través de la historia, la humanidad ha concebido únicamente dos géneros: el masculino y el femenino, los cuales han sido determinados en función de los genitales que una persona posea. Asimismo, a pesar de no contar con una aceptación general, la sociedad ha reconocido principalmente dos orientaciones sexuales: heterosexual y homosexual. En apariencia, existe un lazo indisoluble entre el sexo, el género, los roles de género y la orientación sexual de un individuo. La experiencia demuestra que este sistema binario no representa a todas las personas que habitan el mundo. Existir en un punto medio entre esos dos géneros, o entre esas dos orientaciones sexuales, representa un desafío al sistema.
Los luchadores exóticos comenzaron a surgir entre las décadas de los treinta y los cuarenta, pero el concepto era muy diferente porque no eran homosexuales, sino hombres finísimos y perfumados, que ahora definiríamos como metrosexuales. Luego, los luchadores exóticos encarnaron personajes homosexuales como tal, repartían besos y caricias a sus rivales, pero solo arriba del ring, pues la persona detrás del personaje se jactaba de ser heterosexual en su vida cotidiana. Fue hasta la década de los ochenta cuando comenzaron a surgir gladiadores cuyo personaje exótico correspondía con su orientación sexual real. Se considera a Rudy Reyna (1946-2015), “la mamá de los exóticos”, el primer luchador abiertamente homosexual en México. De cualquier manera, el concepto de exótico, como su nombre lo indica, siempre se ha referido a alguien alejado de lo común. Lo común en la lucha libre era la rudeza, el sudor y la fuerza bruta. Por otro lado, los luchadores LGBTTTI+ no siempre se presentan con un personaje de exótico, sino con otros que no necesariamente revelen su pertenencia a la comunidad. De hecho, gran parte de los ahora exóticos comenzaron su carrera con otros personajes, muchos de ellos enmascarados, y motivados por tener la capacidad de defenderse ante algún ataque.
Tanto la orientación sexual como la identidad de género son espectros, ríos sin una dirección definida en los cuales millones de personas se sienten fluir sin anclajes. En la década de los cuarenta, el biólogo Alfred Kinsey desarrolló una escala que establecía siete grados de comportamientos sexuales, desde el exclusivamente heterosexual hasta el exclusivamente homosexual y, entre estos extremos, cinco grados diferentes de bisexualidad. Por otra parte, los esfuerzos para lograr el reconocimiento de un abanico de identidades de género han sido notables, pues el derecho a identificarse con alguna o varias de éstas forma parte de la legislación mexicana y de numerosos países. La falta de opciones fuera del sistema binario de clasificación genérica en la vida cotidiana atenta contra ese derecho a la identidad que debería, por ley, estar al alcance de todas las personas.
Tuve la fortuna de nacer en una familia a la que le valía madres si a la niña no le gustaba vestirse de rosa o ver películas de princesas, si lo que más disfrutaba era usar playeras de Pokémon o pasar las horas del fin de semana viendo enmascarados azotándose. De cualquier manera, podía ser niña, daba igual. Había muchas maneras de ser niña, según me habían dicho en casa. Aun así, recuerdo cuando mis compañeros de la primaria se enteraron de que era fan de la lucha libre. Trataba de ocultarlo porque iba en una escuela fresona, en la que los roles de género sí tenían alguna importancia (¡pobres criaturas!). Me pusieron como apodo el nombre del luchador más “varonil” que conocían, con el obvio propósito de hacerme sentir mal, y fue ahí que comprendí que, para ellos, la lucha libre y la masculinidad iban de la mano (repito: ¡pobres criaturas!). Pero es que yo veía mujeres en el ring y divas divinísimas como la “Pimpi” y la “Pasión”, que poco tenían que ver con esa imagen típica de machito sudoroso en los carteles de las arenas. Mi lógica nunca me dijo que el hecho de que me gustara la lucha libre me haría menos mujer, ni que el gusto por la lucha libre reforzara la “masculinidad” (lo que sea que esto signifique) de un varón. De todos modos, fue a partir de ese momento, y hasta que pasé la adolescencia, que empecé a sentir miedo por mostrarme fuera de la norma de la “feminidad” (lo que sea que esto signifique).
La relación, aparentemente inmutable, entre hombre-masculino y mujer-femenina es por completo social, pues no encuentra justificación alguna en la naturaleza, sino en un sistema artificial. Resulta tan arbitraria esta clasificación que ambos géneros no solo se consideran diferentes sino incluso opuestos, de ahí que la intención de desvanecer esta división haya sido, históricamente, una manera de cuestionar al sistema-mundo. La ruptura del vínculo, meramente social, entre hombre-masculino y mujer-femenina ha sido llevada al terreno de la medicina desde la antigüedad, lo que ha contribuido a difundir la creencia de que se trata de una unión surgida desde la naturaleza. La falta de correspondencia entre el sexo, el género, los roles de género y la orientación sexual de una persona se consideraba una condición médica hasta que (apenas) en 2007 la ONU manifestó que “la orientación sexual y la identidad de género de una persona no son, en sí mismas, condiciones médicas, y no deberían ser tratadas, curadas o suprimidas”. Si bien las orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad han sido catalogadas como trastornos o enfermedades, las identidades de género diferentes a aquella en la que el sexo biológico y el género se corresponden (cisgénero) han tenido que recorrer un camino aún más obstaculizado, pues el diagnóstico médico de “disforia de género” está presente incluso en la actualidad.
Los luchadores exóticos fueron mis primeros ejemplos de que las orientaciones sexuales y los roles de género solo existen para desafiarlos. Lo que David Bowie o Boy George fueron para la comunidad LGBTTTI+ internacional en los ochenta, lo han sido para mí (ahí humildemente, consuma local) Pimpinela Escarlata, Pasión Kristal, Cassandro, Mamba o Diva Salvaje, solo por mencionar algunos nombres. Fue hasta pasados mis veinte años que comprendí que yo también formaba parte de esa comunidad y abracé finalmente esa B en LGBTTTI+, esa B de bisexual, de quien no está ni en un extremo del espectro de las orientaciones sexuales ni en el otro, sino que más bien está en constante movimiento. Es una B que fluye con alegría (“¡Qué orgullo, mana!“). Pasión Kristal decía con frecuencia: “No soy hombre ni soy mujer. Soy una opción más”. De cierta manera, yo también soy una opción más, no con respecto a la identidad de género, pero sí con respecto a la orientación sexual.
En México, la falta de reconocimiento de la bisexualidad y las identidades no binarias está íntimamente relacionada con el machismo, pues para aspirar al máximo nivel de privilegio en esta sociedad no basta solo con ser un hombre, sino también con lucir y actuar como uno. Si un hombre desempeña el rol activo al mantener una relación sexual con otro hombre, pareciera que su acto fuera “menos grave”, e incluso, motivo de varonil orgullo. Asumir simplemente la etiqueta de bisexual es desvalorizante para un varón, pero el hecho de que anuncie entre sus amistades que ha penetrado a otro varón no lo es, aunque en esencia sea lo mismo. Hay incluso términos diferentes para nombrarlos: un “mayate” es más respetable que un “joto”. Por otro lado, las personas con identidades no binarias se deslindan de identificarse con las características físicas de cualquiera de los dos géneros socialmente aceptados y, por consiguiente, con algún rol sexual, lo que les aleja de una posición de privilegio. De hecho, la esencia del albur se basa en los roles sexuales, pues en estos juegos de palabras sale victorioso quien penetra y vencido quien es penetrado.
Un luchador exótico le invierte tanto tiempo y esfuerzo a su imagen que yo, desde niña, quedaba sorprendida con cada uno de sus vestuarios. Pasión Kristal llegó a lucir trajes muy mágicos, como aquél que imitaba el que Madonna lució en su show de medio tiempo en el Super Bowl de 2012. La fuerza, la habilidad y la destreza de la lucha libre nunca tuvo que ver, para mí, con hombres heterosexuales, con suciedad o con tener un aspecto descuidado. Mi concepción de la lucha libre como un deporte espectáculo diverso surgió gracias a los luchadores exóticos a los que vi desde siempre entregar todo su esfuerzo arriba de un ring sin perder el glamour a pesar de recibir fuertes llaves y castigos. Me motiva saber que no soy la única persona que admira a los luchadores exóticos o que refleja su propia pertenencia a una comunidad a través de las lentejuelas de sus vestuarios. Desde niña me gustaba la lucha libre, pero también quería maquillarme de forma tan fantástica como los exóticos: ser una opción más.
El buen funcionamiento de las estructuras sociales depende en gran medida de que cada persona se apegue a ciertos moldes. Las escalas ponen en peligro la “practicidad” del sistema-mundo. A las letras a las que representa la comunidad LGBTTTI+ se les ha llamado “disidencias sexuales”, porque representan una separación, cuya existencia es necesaria para preservar la libertad humana, de la conducta establecida. Si bien las relaciones sexoafectivas de una persona podrían limitarse al ámbito privado, el hecho de que existan roles de género tan definidos en la sociedad, que intenten establecer quiénes pueden realizar ciertas actividades propias de la vida pública y quiénes no, obliga a hacer públicos los afectos también. El amor es político.
“Antes que nada, somos ellas y no ellos“, dice Jessy Ventura al iniciar algún video de su canal de Youtube colaborativo La casa de las shotas, junto a Pasión Kristal y Diva Salvaje, quienes a veces se nombran en femenino y otras veces en masculino. Conocí el canal después de una situación jodida que afortunadamente tuvo mucho eco en el medio luchístico: Jessy Ventura y Pasión Kristal habían sufrido agresiones homofóbicas físicas y verbales por parte de un conductor de Uber (un hombre llamado Marco Antonio, a bordo de un Renault Duster con placas NXY6902 (lo menciono porque se tiene que saber)). Lo que fue un hecho indignante derivó en mi reencuentro con la trayectoria de Pasión Kristal, que ahora lucía una cabellera lacia y rubia (igualita a la de su ídola Madonna, pues) a quien le había perdido la pista por un tiempo, y en mi descubrimiento de alguien con harto talento y glamour en el ring, como es Jessy Ventura. A partir de eso hubo mucho jijijí y jajajá con cada video suyo que me echaba, uno tras otro, como si fueran caguamas en una tarde calurosa. Con cada “¡Taj idiota!” y cada “Tengo WhatsApp“, sus frases, mis días se hacían un poquito más entretenidos. Cada video le aporta sazón a la comunidad LGBTTTI+, porque deja ver lo chulo de ser quien se es, de la manera más cotidiana posible.
Asumirse como movimiento constante, como un punto no definido entre dos extremos de un largo río, es una gran muestra de libertad. Decidir en qué punto de los espectros, tanto de la identidad de género como de la orientación sexual, se encuentra una persona, debe ser reconocido como un derecho universal, sin importar si se identifica con alguno de los dos extremos o en medio de ellos. Ser una opción más es la más pura de las rebeldías: la rebeldía legítima de ser quien se es y nada más que eso.
La fecha ahora es 2 de junio de 2021, acaba de comenzar el mes del orgullo LGBTTTI+, ya tengo veinticinco años, y hoy estoy triste. Veo en las redes sociales que Pasión Kristal fue arrastrada por el mar y se encuentra desaparecida. Pocas horas después se confirma lo que ya anticipaban algunos medios imprudentísimos: Pasión Kristal falleció en Acapulco, antes de una función de lucha libre, en el mejor momento de su carrera en términos de popularidad. La situación me conmovió de una manera que no esperaba, porque esa ola del mar se llevó una parte de mi propia historia de diversidad y autoconocimiento. Nunca conocí a Gabriel, “Gaby”, como se llamaba Pasión Kristal, pero sin dirigirnos una sola palabra se volvió una parte importante de mi descubrimiento personal desde la infancia, así como lo fueron otras figuras exóticas de la lucha libre que quisiera que me duraran por siempre. Mientras siga creyendo en otras opciones, diferentes a aquellas que ha impuesto la sociedad, la libertad estará al alcance.
“Y si quieren“, diría la “Pasión”.
“Strike a pose, allá donde estés, mana”, fantaseo con que te diría tu Madonna, Gaby.
Saludos, es interesante, esta entrada. Me gusto mucho, en cuanto los estereotipos de los luchadores, su mensaje y análisis. Le felicito, estoy muy gusto por su contenido. Deseo saber más sobre el luchar, que desapareció; Pasión Kristal.
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