Traducción | Sin cadenas y viva, por Kathy Fish

Traducción de Diana Barberena Jonas

Hay dos versiones de esta historia.

Estábamos en París en el verano de 1976, el bicentenario de América.

En mi versión hay una ola de calor y sequía en Europa.

Bueno, eso pasa en ambas versiones.

La gente enloquecía y nosotros enloquecíamos. Solo éramos adolescentes.

Es importante aclarar que teníamos muy poca supervisión. Los maestros y chaperones seguro se la pasaron de fiesta.

A los franceses no les interesaba el bicentenario y se entiende.

Y la ola de calor los estaba enloqueciendo.

Trabajé en Wolf Den por semanas antes del viaje. Tenía que ganarme el dinero para mis gastos. Ganaba un dólar con diez centavos por hora y lo ahorré todo.

En París anoté cada franco gastado en una libretita.

Mis hermanos juntaron para comprarme una cámara, seis rollos de película y cubos de flash.

No recuerdo cuántos cubos pero se me acabaron y tuve que comprar más así que no fueron muchos. Costaban tanto que un día no almorcé.

Llevaba la cámara nueva y unos cheques de viajero y cajas de toallas sanitarias porque nos dijeron que la protección femenina allá era cara. Iba con mi maestra de francés y los chaperones y los niños ricos de la escuela.

Yo no era una niña rica.

Diría que en retrospectiva fue una mala idea mandarme a un viaje a Francia con niños ricos a los que no les caía bien.

Tuve que pagar por mi comida y mis recuerditos y mis gastos y todas esas toallas.

Cuando el capitán apagó el letrero de no fumar una nube ascendió y se quedó fija sobre nuestras cabezas. Pero yo estaba acostumbrada a estar atrapada en lugares llenos de humo.

Todos empezaron a beber y el avión agarró un ambiente de fiesta.

Las otras chicas me mandaron a hablarle al hombre de traje y que le preguntara si nos pedía tragos. Lo hice, pero el hombre dijo que no y después de eso nadie me habló. 

Hay una versión de esta historia donde terminé en el 7° arrondissement de París con un hombre mayor y nos enamoramos.

Pero antes de eso Henry Connell se sentó al fondo del autobús del tour a cantar canciones de Joni Mitchell.

Probablemente no hace falta que diga que Henry Connell era gay.

Él era el único amable conmigo. Era rico, pero era amable conmigo.

Caminamos alrededor de Montmartre y yo quise comprar una pintura de la Torre Eiffel a quince francos. En ese momento aún tenía francos para gastar.

Podría haberme comprado la pintura y comer por el resto del viaje.

Henry Connell dijo: tú no quieres eso. Dijo que era una representación amateur, justo enfrente del artista a quien no pareció ofenderle.

Henry Connell dijo que era mejor almorzar en el Café du Dôme con mis quince francos que comprar una pintura mal hecha que haría que me arrepintiera el resto de mi vida.

Así que comimos caracoles y tomamos vino y cantamos “Help me” en el metro de regreso al hotel.

En esta versión, cuando le dije a Henry Connell que un hombre quería llevarme a su departamento, abrió mucho los ojos y aplaudió y me dijo que era una idea genial. Él dijo: pero asegúrate de que use condón.

Y yo dije que no íbamos a tener sexo.

Y Henry Connell dijo que le decepcionaría si no lo hiciera. Así que le prometí que lo haría.

En esta versión Henry Connell no me rogó que no fuera. Y el hombre no estaba borracho y yo no estaba borracha y cuando llegué no había otros dos hombres en el departamento.

Todos se volvían locos por el calor y la sequía y el pasto amarillo en el Champs de Mars y las fuentes que estaban vacías. Este era París en 1976 y a nadie le importaba el bicentenario de América.

Solo necesitaba cubos de flash y Henry Connell y yo no nos habíamos peleado y no tenía tanto calor y sudor como para dejar a un hombre llevarme a una brasserie y comprarme un trago.

No.

El hombre me vio en Père Lachaise de pie frente a la tumba de Oscar Wilde y él quedó impresionado por mi belleza (el hombre) y me preguntó si podía llevarme a su departamento para mostrarme la mejor vista en París.

Y no había otros dos hombres cuando llegamos ahí.

Es importante que entiendan, en París en 1976 apenas y nos supervisaban. Mi maestra de francés les dijo a los padres que cuidaría de sus hijos e hijas.

Pero ella iba a pasarla bien en París en 1976.

Hay una versión de esta historia donde me mandaron de regreso a Estados Unidos junto a un chaperón y doce horas después ya en el auto, mi papá se volteó y me cacheteó.

Era el año del bicentenario. Vimos los desfiles, el hombre y yo, a pesar de que a él no le importaba el bicentenario, lo cual se entiende.

En esta versión no había un póster de una mujer desnuda en el baño a diez centímetros de mi cara y no estaba tratando de ver cómo le haría para cruzar la sala y pasar a los hombres hasta llegar a la puerta sin que ellos lo notaran. En esta versión, el hombre y yo vimos los desfiles en la televisión pequeña de su departamento en el 7° arrondissement de París en 1976. Había una ola de calor y sequía y todos se volvían locos. Derramamos champaña. Brindamos por América.


Kathy Fish ha publicado cinco colecciones de ficción, la más reciente es Wild Life: Collected Works from 2003-2018. “Collective Nouns for Humans in the Wild” formó parte de la antología Best American Nonrequired Reading 2018. Fish es profesora en la maestría de Bellas Artes en la Universidad Regis en Denver. Es la ganadora de la beca Ragdale Foundation Fellowship, 2020. “Sin cadenas y viva” apareció en su formato original en la revista literaria Waxing Magazine, durante junio del presente año.

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