Título: Tamara de Lempicka
Autor: Tamara Rosalía Gurwik – Górska
Técnica: Libertad femenina
Estilo: Art Decó
Año: 1898 – 1980
La luz del nuevo día te encuentra recostada sobre el gran diván de tu estudio, colocado frente al ventanal, fumas y el juego surgido del humo del cigarro y el brillo de la luz hacen creerte una Dánae recibiendo a Zeus. Tu mirada de jade reposa serena sobre el lienzo cuya blancura es tan deslumbrante como la de tu piel; los rayos del sol dibujan sobre ti pequeñas figuras que desaparecen a los pocos segundos. Inhalas y exhalas haciendo del acto reflejo algo poco más que mecánico. Las sombras del follaje de las plantas que adornan el estudio son un pequeño espectáculo al cual nunca prestas atención, sin embargo, intuyes esa danza secreta que te disipa la gran nada del ambiente que amenaza con aplastarte.
Bombas estallando, aviones surcando los cielos, humo, polvo, escombro, ruinas, cuerpos mutilados, gente llorando, soldados buscando rehenes, soldados buscando escapar del horror en el que los metieron sin preguntarles, niños que se han quedado solos para siempre en este Valle de Lágrimas, animales “domésticos” vagando. Miseria por doquier. Mundo al borde del colapso. La Europa que te tocó vivir, pero que no sufriste.
El brillo de la noche te seduce. Joyas, pieles, vestidos confeccionados con las telas más delicadas, perfumes embriagantes, colores intensos, emociones intensas, sensaciones intensas, todo lo multiplica el fino polvo níveo que se abre paso por tu sistema respiratorio, basta con inhalar para que la decadencia se cubra de oro. Te arrojas a los brazos de una víctima bien elegida, eres una fiera nocturna siempre al acecho, disfrutas de este juego porque te revitaliza, sacude el hastío que te envuelve cuando te descuidas. Hombre o mujer, no te importa, el placer no tiene género, solo quieres la experiencia, satisfacer tu imperante deseo.
Los locos años veinte fueron testigos del genio de esta artista que fuera duramente criticada por vivir conforme a sus convicciones de libertad en todos los sentidos. El lugar y fecha de su nacimiento es un dato aproximado más que cierto, ni siquiera sus nietas han dado con un documento oficial donde conste; “el personaje mató a la artista”, dicen sus estudiosos.
Cambiaste el tercer arte, lo sabes y disfrutas la subestima en que te tienen como artista, gozas hasta el éxtasis que tu nombre esté en boca de todos aunque digan que no eres pintora porque te retratas a ti misma en los otros, que tu arte es banal por pintar a la aburrida y decadente burguesía, pero ese era tu mundo. Fiestas, lujos, alcohol, drogas, sexo y al final de todo, una sensibilidad que salía frenéticamente de tu interior para obligarte a dar pinceladas y trazos todas las noches después de cada mascarada. Te inmortalizaste en 1929 en el celebérrimo Autorretrato en el Bugatti verde; tu poética está ahí. “La coquetería no está peleada con el trabajo, se puede ser una gran pintora y una mujer bonita”, dijiste muy convencida de tus palabras. Como una Afrodita contemporánea fuiste adorada; Madonna y Jack Nicholson e incluso el magnate mexicano Carlos Slim son grandes coleccionistas de tu obra. Tú fuiste tu propia obra, concentraste toda tu energía en ti misma, en hacer de tu persona un personaje que perdurara más allá de la Era del Jazz y el glamour…
Después de una vida vertiginosa, el telón se cerró en Cuernavaca, Morelos, con una última voluntad sui generis, que sin embargo cumplió su hija: esparcir las cenizas de Tamara de Lempicka sobre el cráter del volcán Popocatépetl.