Taller de cuento | Remedios, por Hernán Jesús López Albarrán

[Texto resultado del Taller de Cuento: julio 2021]

Remedios seguía sentada en la silla de palma, mirando fijamente a la asustada María. Su coraje parecía inundar toda la sala de la vieja casona construida a principios de siglo XX, allá por la colonia Roma en la ciudad de México.

—No te irás.

Sus palabras reflejaban frustración, enojo y decepción, a pesar de que las había pronunciado con una serenidad perturbadora. Toda una vida dedicada a María y, ahora, así sin más, ella había decidido marcharse.

Una hora atrás, a eso de las siete y media de la noche, todo caminaba con la normalidad que la rutina imprime en el reloj día con día: Remedios había llegado del trabajo. Tras aventar el bolso rojo en el sillón tipo colonial que tenían en la sala, se dirigió a la cocina y, como todas las noches, sabía qué haría de cenar; era jueves y tocaba atún.

Mientras sacaba las latas con parsimoniosa indiferencia, repasaba los pendientes de la oficina, eran los últimos minutos que tenía para ocuparse en ello, pues sabía que pronto llegaría María y que con su efusividad acostumbrada la saludaría con un beso y, desapareciendo de un tajo el mundo fuera del hogar, le ayudaría a preparar la cena. La vida no era perfecta, muy cierto y lo creía, pero qué mejor bendición que tener a esa persona a su lado para poder sobrellevarla con dignidad.

En efecto, minutos más tarde escuchó el sonido de la puerta al abrir y poco después que cerraba, aunque la acción no trajo consigo el desparpajado golpe de cada noche. El sonido de los pasos tampoco tomó el rumbo que Remedios esperaba, en lugar de eso se dirigió a las escaleras y de ahí a la habitación; aunque, intrigada, esperó, no siempre las cosas deben ser exactamente igual. No hay por qué siempre llegar e ir corriendo a la cocina y saludar, a veces las cosas son distintas y hay que entender, al fin de cuentas, eso es parte de la vida.

Mientras esperaba se decidió a terminar lo que estaba haciendo, abrió el atún y lo vació en un bowl, agregó la mayonesa y las verduras, por supuesto, también enlatadas, no se puede pedir más de dos personas cuando ambas trabajan; ella, desde hace muchos años, en ocasiones pensaba que una eternidad. María llevaba 6 meses en una empacadora, su primer trabajo, la juventud llega a permitir esos privilegios y Remedios por mucho tiempo se negó a que trabajara, hasta aquel día en que las deudas la obligaron a aceptarlo.

La cena estaba lista. Eran poco después de las ocho de la noche cuando María se plantó con una maleta bajo el marco de la puerta a la cocina, parecía más hermosa, su cuerpo joven, esbelto, blanco, delicado desentonaba frente a la mirada triste y errática que buscaba a toda costa no encontrarse con la figura ahora sorprendida y confundida de Remedios.

—¿Qué haces con esa maleta? ¿a dónde vas?

María fijó la mirada en una de las losetas y repasó la respuesta una vez más en su cabeza, llevaba tres días repitiéndola, ensayándola mientras se duchaba, en el trabajo, camino a casa, ¡tres días! Pero necesitaba una más. En seguida sus labios se movieron tímidamente, con un miedo que no había experimentado nunca, un miedo que sabe a traición de la confianza dada.

—Me voy.

Remedios se levantó transformada, iracunda, enloquecida ante la simpleza de la respuesta.

—¿Te vas?, ¿a dónde?, ¿por qué?

Para ese momento María ya lloraba, su pequeño y delicado cuerpo se estremecía a cada sollozo, mientras su mano apretaba más y más el asa de la maleta, como queriendo aferrarse a su decisión, como esperando que le transmitiera seguridad para enfrentar el momento y después salir, a sabiendas de que no volvería más. Remedios jamás la perdonaría y no tendría por qué hacerlo.

—Me voy… debo irme… tengo dos meses de embarazo… es de Juan, mi compañero de la empacadora… perdóname.

¿Embarazada? ¿Por qué? ¡Si la cuidó! ¡si siempre estuvo con ella! ¿Por qué lo hizo? Remedios estaba fuera de sí, se echó para atrás, lanzó un grito entre dolor y rabia, las lágrimas le escurrían como delgadas cascadas a punto de secarse. Su robusto cuerpo parecía caer, iba y venía al compás de las negativas que la mujer hacía con la cabeza, no podía creerlo, María embarazada, su María la había traicionado.

—No te irás.

Fue la primera vez que María escuchó esta frase y la frialdad con que Remedios la dijo, también fue la primera vez que vio en sus ojos una llama de odio hiriente, quemante, tanto que sabía ya que el amor se había consumido en un proceso claro de combustión espontánea. Pero no sólo eso, Mientras oía las últimas palabras de aquella mujer llena de dolor y rabia, logró observar que Remedios, fuera de sí, transitaba de un sentimiento a otro, que su rostro lentamente tornaba a una lúgubre tranquilidad y esa transformación, le producía un miedo indescriptible.

Lo que pasó después no dio tiempo a nada. Mientras una soltaba la maleta, daba apresurada media vuelta y corría tratando de alcanzar la salida, la otra detrás la perseguía con un cuchillo, objeto que había tomado del trastero instantes antes.

—No te irás.

Volvió la frase, pero en un grito, Remedios trastornada de dolor, cuchillo en mano, alcanzó del cabello a María haciéndola caer estrepitosamente en medio de la sala, se le echó encima y con las rodillas bloqueó sus brazos. Acto seguido con la mano izquierda le cubrió la boca y comenzó a hablar lastimeramente y en voz baja, mientras pegaba el frío metal empuñado, a la mejilla de la aterrada mujer.

—Yo te amaba, te amaba con el alma, ¿por qué me hiciste esto? Tenías todo conmigo, yo te cuidaba, siempre te cuidé… ¿sabes? No te irás, esta es tu casa, aquí te vas a quedar, conmigo, calladita, sin hacer ruido, quieta, muy quieta.

La joven sabía que ya no podía escapar, nada era como lo había imaginado, sÍ, gritos, llanto, drama, ruegos, pero no esto, debía jugar su última carta: ceder y después huir.

—¡No por favor! ¡No lo hagas! No me iré, te juro que no me iré… te amo, ¡te amo!, suéltame, por favor.

Por respuesta sólo obtuvo una sonrisa trastocada en el delirio y un susurro que la golpeó como un rayo en las entrañas.

—Y yo te amo a ti.

Remedios se acercó una silla de palma que estaba junto al sillón colonial, se sentó y, mientras recordaba el día en que se enamoraron hacía ya 5 años en una fiesta, de su amada María nacía un río de sangre que corría lentamente por la sala de aquella casona de la colonia Roma.

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Hernán Jesús López Albarrán. D. F., México, 1976. Es Licenciado en Derecho por la Universidad Tecnológica de México y actualmente se desempeña como docente de Historia de México en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos No. 4 “Lázaro Cárdenas” del Instituto Politécnico Nacional. Parte de su trabajo se ha publicado en dos antologías, “Esta edad de la luz” que compila poesía y narrativa de diferentes autores y “Los primeros perros”, libro producto de los mejores cuentos seleccionados en el Concurso Nacional de Cuento Campirano Marte R. Gómez de la Universidad de Chapingo en el año 2013.

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