[Texto resultado del Taller de Cuento: septiembre 2021]
Don Ambrosio despertó. Sentía en cieno en su carne. Estaba en cuatro patas y, abriendo con trabajo sus ojos, vio a dos lechones emitiendo ruidos propios de cerdos, perseguirse de esquina a esquina en un chiquero y a su enorme madre puerca tumbada, de la cual mamaban otros tres.
Sus labios, sus labios carnosos.
Sintió arcadas al oler el olor a estiércol de los animales y oírlos gruñir. Sus piernas las sentía acortadas y ahora eran rosadas con un pelaje blanquecino con motas negras.
Su sangre juntándose con su saliva excitándolo.
—¡Cuiiiiiii! ¡Cuiiiiii! —salió de su boca cuando intentaba gritar y pedir ayuda, pero ahora ya no podía articular palabra humana.
Esa sucia humedad era insoportable. Su corazón empezó a acelerarse, sintió una opresión en su rosado pecho, una punzada, su garganta se estaba cerrando y solo atinó a correr por todo el chiquero, resbalando y dando traspiés.
Sus ojos grandes y dulces, su mirada infantil, inocente, vulnerable.
Estos recuerdos le trajeron algo de paz y, después de correr un rato, le ganó el cansancio; aunque sentía como una daga en su estómago por el hambre, se negó a sí mismo a mamar de la gran puerca y se durmió.
—No, tío, ese güerco no, de veras, ni se le ocurra.
—¡Pendejo! ¿Crees que no tengo con qué pagarle?
—No es eso, tío, él es especial, su mamá…
—¡Tú mejor cállate el hocico y dedícate a hacer tu chamba! —Enrojeciendo más su rostro por el enojo, advirtió a Sebastián, quien solamente bajó el rostro.
—Está bien.
—Agarra ese chanchito, al más correlón, al chiquitío, al Manchitas, ese lo quiero para hacerlo al ataúd pa´ después del Clásico de Tigres y Rayados. Encárgate de todo.
No sería el primero, pero sí el más apetitoso, tan apetitoso como se veía “Manchitas”.
Los jovencitos y adolescentes de aquel polvoso pueblo de Nuevo León eran prácticamente propiedad de don Ambrosio. Algunos preferían emigrar al país del norte eludiendo la responsabilidad de que, al desairar el señor, este la tomara contra su familia. Y llegó el punto en que el pueblo estaba casi desolado, habitado solo por ancianos, mujeres y niños pequeños.
Cuando el don conoció a Antonio, pequeño y menudo chamaco, con apenas 10 años, se “enamoró” de él. El chicuelo era un moreno de ojos verdes y pelo castaño, con nariz fina, pero labios prominentes, de quien no se sabía quién era el padre y que tenía una madre que sobrevivía echando las cartas y curando de susto a los niños del pueblo.
El chico, al ser hijo único, muchas veces tenía que hacer solo el recorrido de su casa a la escuela, pues quería ser ingeniero… En un día tormentoso, don Ambrosio cabalgó su caballo y se lo robó: lo tomó por la cintura y se llevó los austeros cuarenta kilos del muchacho.
—Eres muy hermoso —le dijo cuando lo llevó al granero, atrás de su casa, donde solía llevar a los que llamaba “sus pequeños cerditos”.
El pequeño Antonio abrió sus ojos verdes y lo vio con una mirada tranquila, aunque abrió sus ojos más de lo habitual.
—No te apures m´hijo, es sólo un ratito y te lo voy a recompensar. ¿Qué vas a querer? ¿Una iPad?
El niño solo bajó la mirada.
—No, yo quiero otra cosa.
Don Ambrosio, sin parecer escucharlo, le dijo:
—Tienes los labios más carnosos que he visto, se ven tan ricos como el lechoncito que me pienso comer el próximo sábado. Los quiero probar —dijo, se acercó violentamente al chico y mordió su boca.
Después de un rato, don Ambrosio despertó. Estaba en un chiquero, sentía el cieno en su carne. Vio más pequeños cerditos corriendo de aquí a allá y a una gran puerca tumbada dando de mamar a otros.
—Manchitas, tú serás nuestro banquete del sábado por la tarde en el Clásico de Tigres y Rayados. —Entonces vio enfrente a él la cara de su sobrino Sebastián, quien lo tomó por sus axilas de lechón y lo cargó sonriendo.
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Sara Elena Hernández Zambrano. Sara nace en la Ciudad de las Montañas, Monterrey Nuevo León, en el año en que llegó el hombre a la luna. Psicóloga, catedrática, maestra, zapatera, vendedora, chef, asistente, mamá, amiga, compañera, amante de la naturaleza. Aprendió a leer a los cuatro años, pues a esa edad ya escribía cuentos pero con dibujitos y a cocinar también. Asombrada por siempre de la belleza de su precioso México y sus pueblos mágicos, su increíble gente, su gastronomía, su arquitectura, sus tradiciones, sus artesanías. Estudiosa de las creencias y tradiciones de los seres míticos en diferentes culturas. Disfruta de leer y escribir.