Taller de cuento | Sin título, por Ximena Valdez

[Texto resultado del Taller Escritura de Cuento para Principiantes: noviembre 2021]

Todos somos malvados de una forma u otra, ¿no?
Richard Ramírez.

7

Hugo observó sus manos manchadas de sangre, mientras me miraba desconcertado. Caminaba de un lado a otro agarrando su cabeza con una fuerza como si le quemara. Me gritaba algo, quejándose tal vez; intentaba leerle los labios, pero los movía muy rápido. No entendía lo que trataba de decirme. De repente salió de la casa, un poco asustado, supongo.

Me quedé sentada en el suelo, tratando de recordar lo que había pasado. De repente sentí en un bolsillo de mi bata algo húmedo. No quería siquiera ver lo que era, porque lo suponía…

1

En la escuela la gente inventaba historias sobre mí. “Solo es envidia, no soportan que alguien tan inteligente exista cerca de ellos”, solía decirme mi papá para levantarme el ánimo. Algunos días quería creerle, pero la mayoría de ellos fingía que no me importaba lo que escuchaba acerca de mí misma.

Un día, camino a casa un poco tarde, sentí que alguien me perseguía. Aceleré el paso lo más rápido que pude, cuando, de repente, sentí cómo un pañuelo tapaba mi boca y nariz. No podía gritar, había nacido sin ese poder.

Desperté desconcertada y golpeada.

Mi poca valentía y resistencia me hicieron darme cuenta de que conocía las risas que se escuchaban de fondo. Obligué a mi cuerpo a levantarse del suelo áspero en el cual me encontraba y me fui caminando.

Al día siguiente, traté de tapar los golpes con ayuda de maquillaje. Esperaba que mi papá no los notara. Bajé de mi cuarto y me fui sin desayunar. Me daba asco siquiera ver la cara de la esposa de mi papá luciendo su ridículo collar de perlas. “Tengo tantas ganas de gritarle, pensé, “pero se las tendría que escribir”, me reí de mi propio chiste.

Salí de casa caminando sin algún rumbo: no tenía intención de ir a la escuela, no era así. Tenía que idear un plan para desenmascarar a mi profesor y a su hermana.

No sabía cómo. Era claro que me querían muerta, si no, no se habrían arriesgado en cometer aquel tonto movimiento en mi propia casa. Hasta para matar a alguien se necesita inteligencia, algo que a esos dos les faltaba urgentemente.

Pasé el día completo tratando de encontrar el plan perfecto. No se me ocurría algo ingenioso, solo tenía en mi mente ácido, pero tenía claro que era algo muy tonto. Además, no estaba en mis planes ir a la cárcel.

“Los programas de asesinos seriales no ayudan mucho”, me dijo una voz en mi cabeza, “pero puedes sacar algunas ideas de ahí”. Se me hacía conocida la voz.

Investigué un poco sobre aquella voz que aparecía las veces en las que tenía intenciones de hacerle daño a una persona. Trataba de comprender ese sentimiento de poder y euforia cada vez que la muerte de alguien pasaba por mi cabeza. Me di cuenta de que tal vez era mi yo interior, que vivía encerrada en mí y salía de vez en cuando a beber un poco de miedo de los demás. No me asustaba, más bien me hacía sentir acompañada.

2

Trataba de investigar si Elizabeth podía heredar mi peculiaridad. Era algo que me carcomía en el día y la mayoría de la noche. No es que no quisiera que mi hija fuera como yo, más bien, me emocionaba pensar en lo iguales que podríamos llegar a ser. Puede que su madre se diera cuenta de ello y se fuera lejos de nosotros. Ella nunca nos entendió y, como siempre, si los humanos no entienden algo, le temen y huyen.

Ojalá mi nueva esposa realmente nos entienda, la amo y quisiera que me apoyara con este gran don que tengo y es probable que Elizabeth también tenga.

Regresaba a casa después de un día largo de trabajo, cuando de repente escuché a mi esposa y a su hermano hablando en el comedor:

—Me dan miedo Hugo, realmente me dan miedo. Es un infierno total vivir con ellos. Ya no quiero vivir en esa casa, por ello te pedí que le hiciéramos eso a Elizabeth, pero no lo hicimos bien y ahora temo por nosotros —dijo espantada, mirando los ojos verdes de su hermano—. ¿Recuerdas a la madre de Elizabeth?, pues no se fue como me contaron, la mataron por huir de ellos.

—¿Estás bien, Hugo? —le preguntó su hermana.

—Estoy un poco estresado por lo que está pasando. Ya pasaron dos días desde que intentamos matar a Elizabeth. A su papá ni siquiera le importa y parece que a ella tampoco, está como si nada. Comienza a preocuparme por lo que me contaste —dijo Hugo un poco triste.

3

Drogué a Hugo y a su hermana. Fue fácil con un poco de óxido nitroso (gracias papá, por ser un gran dentista). Esperé en mi cuarto hasta que se desmayaran. Bajé después de un rato, amarré a la esposa de mi papá en una silla, mientras que a mi profesor lo amarré de los brazos y lo dejé en el suelo. Después comencé a cubrir los muebles con plástico para pintar (extrañamente mi papá tenía en grandes cantidades). “¡Papá!”, pensé, “debe estar a punto de salir del trabajo”. Rápidamente le mandé un mensaje diciendo que lo veía después del trabajo en nuestro lugar favorito: El museo de medicina.

4

Iba camino a casa cuando recibí un mensaje de Elizabeth, quería encontrarse conmigo en nuestro lugar favorito. Íbamos seguido ahí, le interesaba mucho la medicina y debo confesar que me angustiaba la idea de que se convirtiera en médico cirujano. Si ella no seguía mi camino, ¿realmente éramos padre e hija?

Me desvié del camino, aceleré cuanto pude y llegué al museo. No la encontraba por ningún lado, ni siquiera en la sala de anatomía, observando detenidamente venus anatómica como era su costumbre. Entré en pánico.

Recordé la conversación que tuvo mi esposa con su hermano “—Ya pasaron dos días desde que intentamos matar a Elizabeth”, esa frase resonó en mi cabeza. Salí corriendo hacia la casa.

5

Pensaba mil y una cosas para hacerles pagar por lo que habían intentado hacerme. No encontraba una idea que satisficiera mis deseos. Quería algo emocionante, sangriento, poderoso.

De repente escuché a mi papá gritar mi nombre. Tenía miedo de que viera quién era su hija en realidad.

Se acercó a mí, me dio una bata blanca (igual a la que él traía puesta), me abrazó y, después de un beso en la frente, me dijo mientras se acercaba a su esposa: “Vamos a hacerles pagar”.

6

Escuchaba gritar a mi esposa, “¡Ayuda!”, pero mi risa opacaba su pequeño grito de auxilio.

Mi hija me veía con sus hermosas esperanzas, me daba ternura. Sentí la sangre de la persona que creía haber amado derramarse por mis manos.

—Debería decirle al afilador que afile mejor estos cuchillos, me cuesta cortarte el cuello, querida mía —dije, mientras escuchaba cómo caía el collar de perlas que en algún momento le regalé por nuestro aniversario. “Qué desperdicio”, pensé.

7

Hugo observó sus manos manchadas de sangre, mientras me miraba desconcertado. Caminaba de un lado a otro agarrando su cabeza con una fuerza como si le quemara. Me gritaba algo, quejándose tal vez; intentaba leerle los labios, pero los movía muy rápido. No entendía lo que trataba de decirme. De repente salió de la casa, un poco asustado, supongo.

Me quedé sentada en el suelo, tratando de recordar lo que había pasado. De repente sentí en un bolsillo de mi bata algo húmedo. No quería siquiera ver lo que era, porque lo suponía.

Era una lengua humana.

8

Mi hija cerró los ojos y mientras lo hacía le corté la voz a mi esposa.

—Un regalo de mi parte, hija. Sé lo mucho que anhelas poder hablar— le dije a Elizabeth con amor.

Su mirada se desvió de mí, volteé a ver qué era aquello más importante que mi regalo y lo escuché. El hermano de mi esposa, claro, Hugo; se había desatado. Lo seguí hacia afuera de la casa.

Hugo me daba mucha ternura, corría lo más rápido que podía, llorando y gritando igual a su hermana cuando lo agarré por detrás y le di un golpe en la cabeza que lo hizo desmayarse.

9

Mientras papá alcanzaba a Hugo, comencé a llorar de felicidad. Sabía que este era mi camino porque siempre lo sentí así. Tal vez sea no cuestión del destino, mi papá hablándome en mi cabeza no era una coincidencia.

Tengo por seguro que somos padre e hija.

10

Cargando a Hugo en mi espalda, llegué a casa mientras me quejaba. Elizabeth me estaba esperando con un cuchillo, qué hermosa es mi hija. Mi más grande orgullo era como yo. Me emocioné, tanto que lloré.

Lo sentamos en la silla, lo amarramos con un lazo; y recibí un nuevo ojo para mi colección. Me hacía falta un poco de celos en buen estado y sé que se verá bien a un lado de la traición de la madre de Elizabeth.

Mi hija recibió dos lenguas en un mismo día. Me enorgullecí de ella al saber que comenzaría su propia colección.

11

Limpiamos contentos la casa, al ritmo de Stand By Me de Ben E. King. La canción, nuestra canción. No había experimentado esta felicidad desde que vi nacer a Elizabeth, la vi crecer asesinando ranas, ratas y conejos.

Es mi hija, mi orgullo y la heredera de nuestro don. Pero por momentos me pone triste pensar que a mi colección le faltará la esperanza. Uno de los ojos más difíciles para mí, pero no imposibles, supongo…

12

Me convertiré en una gran médico cirujano, eso es seguro. Papá piensa que no es una buena idea, pero con ella tal vez descubra cómo es que nos podemos comunicar a través de nuestros pensamientos. Puede que este hermoso don que tenemos sea heredable.

Eso deseo.

13

Cuando Elizabeth cumplió 20, su papá le dio dos obsequios. Uno de ellos era una bata blanca, con su nombre bordado a un lado. En el segundo regaló observó una nota que decía: “Tu mamá siempre estará contigo a partir de ahora. Con amor, papá.”

Elizabeth lo abrió, era la lengua de su mamá.

Miró a su papá, lo abrazó y le dio las gracias. “Con esta ya tengo trece”, le dijo con una sonrisa.

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Ximena Valdez. Nació en una pequeña clínica, ansiosa entonces de descubrir el mundo que le rodeaba. Veintiún años tratando de ser la mejor versión de sí misma descubriéndose en la escritura, así como siendo estudiante de tiempo completo en la carrera de Biología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Fiel creyente de que la lírica junto con la naturaleza puede crear historias inimaginables.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Francis dice:

    Ya ansio leer el siguiente

    Me gusta

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