[Texto resultado del Taller Escritura de Cuento para Principiantes: noviembre 2021]
El Colonial es un edificio que los vecinos nombraron así por el cine Colonial, que está a su costado. Ambos se encuentran en el centro histórico de la Ciudad de México y lucen una fachada de los años 40. Anteriormente el edificio era una antigua vecindad que compartía baños y lavaderos como en los vecindarios pobres; con el paso de los años, la periferia del centro histórico fue instalando a gente trabajadora de los mercados de la merced y correo mayor junto con el barrio pesado. Así como su arquitectura alberga cientos de historias, el Colonial cuenta con una que es la más extraña de todas las que conozco.
I
Panchito es el sexto de 8 hermanos, la mayoría hombres, solo dos mujeres. Siempre se le notó un retraso; sus hermanos, abonando a ello, le golpeaban en la cabeza en forma de burla porque hablaba entrecortado y sin lograr hilar conversación.
Su madre, una devota cristiana, asistía junto con Panchito a la iglesia todos los días feriados; un ponche, café y pan era lo mínimo que se compartía en esas fiestas con los feligreses, algunos compartían más pero siempre era suficiente lo que hubiera. Panchito disfrutaba la música y a su mamá. La vida con mamá era buena, lo defendía de sus hermanos y de su papá, quien solo iba alcoholizado a la casa.
Afuera, sin mami, aprendió a defenderse del barrio; había desde el enemigo burlón que lo hacía enfurecer hasta aquel enemigo que a sus ojos le robaba el trabajo de sacar la basura de las casas. También están aquellos amigos con los que cotorrea y mantiene chambitas que le permiten echar el taco.
Actualmente Panchito parece un señor de 60 años: delgado, siempre con una gorra tapándole la pelona que ya asoma su cabeza, semi chimuelo e invariablemente jovial, porque en el interior sigue siendo un niño de 12 años. Es un tipo que vive solo, autosuficiente y responsable; en la renovación que tuvo el “Colonial” por un acuerdo de gobierno, Panchito logró obtener un departamento gratis, ya muchos en la actualidad quisieran tener una estabilidad de vida como la de él. No solo eso, como hace una fuerte labor social en el edificio, tiene amigas que muchos le envidiarían, una de ellas es una mujer joven y guapa, soltera con un hijo de 5 años que lo invita a pasear cada fin de mes, la última ocasión fueron de picnic al río de los Dinamos. Un juguito de uva y un sándwich son suficientes para tener a Panchito tranquilo con los pies jugando en el río.
Ha incursionado en distintos puestos que él mismo se ha otorgado en el edificio: un tiempo fue vigilante y recorría los pasillos con un silbato que pitaba como se hacía anteriormente en las colonias populares. 3 de la mañana y Panchito pitando y vigilando. Otro tiempo fue portero nocturno, pero fue amenazado por rufianes que usaban de paso el edificio para cruzar al otro lado de la cuadra; hasta este último trabajo, el más fructífero, sacar la basura de las casas para irla a aventar a un tiradero en la esquina del edificio. Los vecinos le pagan por sus servicios por unas cuántas monedas.
Como ya he mencionado, Panchito tiene un deber social que va encauzado al orden, por ello desde el sexto piso de su departamento se mantiene alerta detrás de sus cortinas o algunas otras veces por fuera de su ventana para mantenerse a la expectativa.
¡Ya te vi rata!
¡Cómplice! ¡Delincuente!
¡Ahí viene la patrulla!
¡Uio! ¡uio! ¡uio!, hacía sonar la sirena según él.
Panchito, como es del barrio, reconoce quién es quién en este, pero, como todo en su vida y en su cabeza, algunas cosas se quedaron atoradas en el tiempo. Por los años 80 en el barrio uno de los pesados era apodado el “Pato”, en una trifulca hirió de muerte a un tipo y le dieron 30 años de cárcel. Panchito creció con él mientras lo defendía de los gandallas que lo molestaban en el “Colonial”, hoy es su escudo: ¡Ya va a salir el Pato!, ¡El Patito ya va a salir! Algunas veces se le escuchaba decir con tono nostálgico. Algunas otras acusando a sus enemigos: ¡Ya va a salir el Pato, ¿cómo no? en tono de chiflidito terminado por un: ¡Awevo!
Aunque muchos jóvenes desconocen la historia Panchito la nombra y no es su loquera como algunos imaginan. Todas sus frases hablan de algo o de alguien que él conoce pero que suenan a estrofas en forma de clave que solo él comprende:
—¡Puuuuto!: Vecino del 235 y demás que pasen y le caigan mal.
—¡Pinche Viejito Culero!: Vecino del 235; aunque todos a media luz nos convertimos en el viejito culero al paso.
—¡Pica la gorda!: la señora de los tlacoyos que vende sobre la banqueta del edificio.
—¡Ya va a salir el Patito! ¡Angélica María! y Rosa la Rumorosa. Son las hermanas del Pato que lo mantienen al tanto de su salida de la cárcel.
Quiénes vivimos ahí sabemos que a las 6 de la tarde, cuando comienza a caer el sol, es la hora de Panchito, quien sale por su ventana a cantar sus propias canciones además de estar alerta.
—¡Pinche don Trini!
—¡Ojalá ya se muera! !Pobrecito, ya está viejito!
—¡Su ataúd de peluche!
—¡Sí, ya está viejito!
—¡Pica la gorda! ¡La gorga!
Es como escuchar a un loro repetir una y 100 veces pequeñas frases a un ritmo de juego infantil. Cuando pasaba algún enemigo el tono de voz cambiaba a uno grave y fuerte: ¡Ya te vi! ¡Cómplice! ¡Delincuente! ¡Ratero! ¡Puuuuuto! Y entre los silencios que deja observaba atento desde su ventana, cualquier cosa sospechosa acechará hasta saber de qué se trata.
Esa ocasión vio a un tipo merodear en el edificio, este inexperto de la dinámica nunca sospechó que era observado desde arriba por un vigía. Panchito, como búho acechando a su presa, movía su cuello como péndulo incrustado en su cabeza, observando. El sospechoso se resguardaba en la esquina de uno de los edificios mientras fumaba un cigarro con cierta ansiedad. Veía su reloj volteando al mismo tiempo por ambos lados del pasillo, pero como toda ley de la selva, ya estaba siendo acechado por un cazador.
Parecía que el sospechoso iba a moverse del lugar, así que Panchito, con ese instinto de vigilante, bajó corriendo por las escaleras de su edificio. Llegó por la parte del costado permitiéndole ver al sospechoso, guardó silencio y comenzó a seguirlo.
El tipo, sin intuir que estaba siendo acechado, caminó hacia los pasillos del Colonial. Panchito seguía sigiloso hasta que se detuvo; el sospechoso 1 comenzó a seguir a otro sospechoso que entró por la puerta principal, sospechoso 2; este tampoco se percató de que estaba siendo observado, venía con unos tragos encima y se pasó de filo.
Sospechoso 2 se detuvo en un departamento de planta baja; las cortinas que dejaban un filo entreabierto le permitían ver hacia adentro. Adentro una pareja pasaba el rato tomando tragos y escuchando música; sospechoso 2 perdía los estribos mientras veía la escena amorosa al interior y sin chistar tocó la puerta a gritos.
—¡Angélica, sal! —La música dejó de tocar y un silencio se hizo presente. Nuevamente tocó la puerta a gritos. —¡Sal, Angélica, sé que estás ahí! —De repente las luces se apagaron—. ¡Sal! ¡Dame la cara! —Pero nadie respondió.
Sospechoso 2, iracundo, comenzó a buscar una piedra para romper el vidrio de la ventana; mientras buscaba, Sospechoso 1 vio la oportunidad perfecta para abalanzarse sobre este. De principio el golpe tomó de sorpresa al Sospechoso 2, haciéndolo perder el control y caer sobre las jardineras. El reflejo de la luna permitió ver el rostro macabro del Sospechoso 1. Panchito, absorto, se quedó por un momento paralizado viendo lo que sucedía. Sospechoso 1 con dientes felinos se abalanzaba sobre el cuello del otro sospechoso, mientras el otro, desconcertado, esbozaba una que otra palabra tratando de quitárselo de encima. Sospechoso 1, aferrado a su presa, logró romperle el cuello y entonces comenzó a arrastrarlo por el pasillo. Panchito, petrificado, veía que nadie se asomaba por sus ventanas; parecía que ningún cañón podría despertar a los vecinos esa noche, cuando por fin logró moverse sin ser visto corrió a esconderse a su departamento.
Al día siguiente Panchito despertó con una resaca, todo lo que recordaba parecía ser la remembranza de una pesadilla. Salió como cualquier otro día, caminó por aquel pasillo, pero todo parecía normal.
II
—¡Ya va a ser día de San Juditas!
—¡Ya va a ser día de la Candelaria!
—¡Ya va a ser el día del niño y de las madres!
Panchito siempre te decía las fechas del año por medio de fiestas patronales o santos mientras recibía tu basura.
—Sí, ya va a ser navidad y año nuevo; y el pavo, los romeritos. Luego los reyes magos.
—¿Te traían juguetes los reyes magos, Panchito?
—¡Sí! Melchor, Gaspar y Baltazar —Repetía las palabras como niño de kínder respondiendo a cualquier pregunta. Era todo lo que podías conversar con él.
—Ahora no vinieron las viejas huevonas de los tlacoyos, son unas huevonas. —Siempre se quejaba cuando faltaban las señoras de los tlacoyos porque por unos cuantos favores que les hace se gana su tlacoyo de frijol y chicharrón de desayuno, cuando faltan la tripa se queda chillando.
Esa noche, como todos los días, Panchito estaba en su ventana observando. ¡UUUUAAA!, esbozaba un bostezo mientras le seguía un: ¡Qué sueño! ¡UUUUAAA! Cuando la noche se adentraba, Panchito vio a un sospechoso, se parecía al de la pesadilla. De nuevo notó que este se mantenía atento a la puerta de la entrada del edificio mientras se fumaba un cigarrillo, entonces vio que un tipo entró apresurado, parecía un raterillo buscando escabullirse de la policía entre las sombras de los pasillos.
Así que sospechoso 2 se adentró rumbo a las bombas de agua del edificio. Sospechoso 1 se vio dispuesto a seguirlo, así que Panchito se adelantó y volvió a quedar unos pasos atrás del sospechoso 1 de incógnita. Sospechoso 2 logró encontrar un escondite entre el ruido de las bombas de agua y los matorrales; nunca notó que estaba siendo acechado, su confianza lo hizo bajar la guardia cuando de pronto sintió un golpe por la espalda, sospechoso 1 se abalanzó mientras se iba sobre la yugular del sospechoso 2.
Panchito, azorado por encontrarse de nuevo en una pesadilla, intentó despertarse pellizcándose los brazos, pero nada pasaba, él seguía ahí inmóvil viendo el rostro maléfico del sospechoso 1 que se deformaba mientras comía las vísceras del sospechoso 2. Los gritos eran aterradores pero ningún vecino salía a curiosear por el escándalo. Nada. “¿Esto debe de ser un sueño?”, se repetía Panchito hacia sus adentros. De pronto aquella bestia escuchó ruidos que lo hicieron voltear estrepitosamente hacia Panchito; este se escondió rápidamente quedando entre las sombras. Después, cuando se asomó de nuevo, la bestia y el muerto habían desaparecido.
Al día siguiente Panchito volvió a amanecer con resaca, salió rumbo a las bombas de agua para ver si había algún rastro de sangre o algo que le dijera que no estaba soñando, pero no encontró nada. Ese día no se sintió con ánimos de trabajar, salió al área de juegos y se sentó en los columpios a mecerse un rato. Algo raro estaba sucediendo en el Colonial, pero al parecer solo él podía percatarse, pero, ¿Por qué los demás no escuchan ni veían nada?
La tardé cayó.
—¡Muajaja! Ahí viene el monstruo
Se escucha decir a Panchito por su ventana.
—¡Muajaja! Ya va a salir el Patito.
—¡Muajaja! Ahí viene el monstruo.
Panchito vigiló toda la madrugada, pero nada distinto sucedió.
III
Cada mañana Panchito da sus rondines por las casas que le dan su basura. Hasta para tocar el timbre es peculiar. Un minuto después de estar pegado al timbre, grita con voz grave: ¡La basura! Cuando se le tiene que abrir una reja toca a gritos: ¡Ya párense huevones! ¡La basura!
Esa noche era de luna llena y su reflejo alumbraba claramente los pasillos del Colonial, Panchito vigía como todas las noches vio de nuevo al Sospechoso 1 parado en la esquina del pasillo con su cigarro en la mano fumando. Esa noche el frío llegaba con ráfagas de viento que hacían la noche más gélida que de costumbre. Sin embargo, parece que a Sospechoso 1 el frío no le inmutaba, se veía tranquilo como cualquier bestia a la espera de su presa. Panchito tomó otra chamarra y salió antes de cualquier cosa. Esta ocasión Sospechoso 1 se había movido de su lugar, descontrolado Panchito comenzó a voltear a ambos sentidos del pasillo, pero parecía que como otras ocasiones la tierra se había tragado a la bestia. Caminó esperando encontrarlo, recordó sus tiempos de vigilante y dio sus rondines como si fuera una noche cualquiera. Sin darse cuenta tropezó con una piedra que lo hizo caer, de forma inmediata vio a Sospechoso 1 abalanzarse contra él, vaya horror que sentía Panchito cruzar por sus venas.
—¡Vecinos!¡Ayuda! —gritaba desesperado mientras trataba de quitarse a la bestia de encima. En el forcejeo, exasperado, abrió los ojos y cuál va siendo su sorpresa, su mismo rostro deformado devorándole el cuello.
Desde ese entonces la música de las 6 de la tarde ya no se escucha más en el Colonial.
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Karla Vizcarra. Mexicana, oriunda de la colonia Santa Isabel Tola, tierras en las cuales la virgen María se le apareció a Juan Diego y con el tiempo la terminal del metro Indios Verdes.
Su formación va enlazada con los estudios de licenciatura en desarrollo comunitario y el estudio autodidacta de la formación política sindical.
Actualmente es trabajadora sindicalizada de la UAM, su oficio es el de secretaria, y su labor el estudio y acción para organizar a la masa crítica de la comunidad universitaria.