
Páginas: 180
Publicación: 2021
Editorial: InLimbo Ediciones
“Se quemó los dedos preguntándole a los fósforos dónde estaba el hombre dorado, el milico rubio, dónde se había metido el hombre hermoso que venía de lejos cantando canciones de sol, pero a cambio vio cosas que le dieron miedo, insectos que se congelaban en el aire y caían a la tierra como semillas pasadas.”
De un mundo raro (InLimbo Ediciones, 2021) es una antología surgida de la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe, compuesta por 13 cuentos. Estos suceden en futuros distantes, en una sola casa, en la cama de unos amantes o dentro de la profundidad de los armarios. No los ata el ambiente o personajes en común, sino la intriga perpetua que permea cada línea y una elocuencia que no necesita palabras complejas para destacar. La pluma de Rodríguez Pappe crea umbrales y limbos en pueblos, en la casa de la ceiba, en un útero, en un camión sobre carretera, en una cena familiar con los muertos, en un apocalipsis tras otro.
“También he dado con otros viajeros de armarios, algunos son niños castigados que le perdieron el miedo a la oscuridad, o mujeres en plena fuga de una vida infeliz, sacerdotes y mineros, un montón de gente en tránsito. Alguna vez me pareció que me cruzaba con hombres desnudos —¿amantes clandestinos?— que me pidieron silencio y discreción con un gesto de sus labios.”
Umbrales en cada zancada
No me atrevo a encasillarlo en género de ciencia ficción, de fantasía, de realismo mágico o weird, pues como dice Rodríguez Pappe, “yo me inventé la tradición”. En esta tradición convergen las pesadillas con el terror y el cuento de hadas, y cada cuento parece acontecer en un mundo distinto que, no obstante, se oculta en la recóndita memoria. Y es tarea del lector desempolvarlo, en arqueología de los sueños.
En ‘Noche de difuntos’, cuento que inaugura De un mundo raro, un padre de familia se enfrenta a una lúgubre tradición donde los muertos vienen a visitarnos de manera literal, y más vale que tengamos listo el estofado sobre la mesa. En ‘El mar espera entre las astas de los ciervos’, aparte de ser un cuento con título fenomenal, que evidencia los desplantes poéticos de la autora, un apocalipsis gélido que convierte a los animales en piedra es el trasfondo para una historia de germinación y redención, de traición y desamor.
En ‘Una luz inolvidable’, una mujer contrata a un marciano para que sea su jardinero y amante: estas vibras de ciencia ficción (donde, en un futuro distante, visitantes de todo el sistema solar se han establecido en la tierra, el nuevo un centro vacacional intergaláctico) apenas empañan la sensualidad y sensibilidad de una prosa ora traviesa, ora sensual. Y siempre incisiva.
En ‘Compañeros de viaje’, un grupo variopinto de viajeros se encuentra discutiendo historias tenebrosas dentro de un autobús en penumbra, que recorre las rutas solitarias de una carretera, y mientras las motivaciones de todos salen a la luz, surge la pregunta: ¿seremos todos nosotros fantasmas?
—Yo estoy viva, muy viva.
—No estaría tan seguro; de pronto bajamos de este vehículo, nos volveremos transparentes y nos deshacemos en el aire.
—¿Qué lo hace dudar?
—Porque, mi querida señora, le puedo asegurar que todos los que son fantasmas aseguran que no lo son.
En ‘La profundidad de los armarios’, mi favorito absoluto de la antología, una mujer narra el modo en que descubrió la dimensión alterna que existe dentro de todos los armarios del mundo: limbo, pasadizo interminable, esófago de un monstruo arcaico, recuerdo de un pasado remoto, ¿quién sabe? Pero es fácil dejar la vida atrás para empezar otra allá adentro.
Mirar a través de la cerradura
Menciono estos cuentos porque fueron los que más se grabaron en mi memoria, pero también para remarcar que en De un mundo raro siempre hay un elemento discordante —o extraordinario, si lo queremos poner así— que resulta poco apologético.
Lo sobrenatural está allí, y no escondido detrás de un velo de delirio. La autora nunca ha querido justificar lo extraordinario al desplazarlo, dado que eso sería minar la magia que extiende sus tentáculos por cada línea.
Sí, Rodríguez Pappe, más allá de invitar a leer entre líneas, lo vuelve una necesidad lectora. Ha perfeccionado en estos cuentos el oficio de desperdigar pistas —como hiciesen Hansel y Gretel para hallar el camino de vuelta a casa— que nos ayudarán a desentrañar el misterio.
Y aun así, no nos quedaremos satisfechos, y creo que esa es la gran virtud de sus cuentos: que se sienten como un fragmento irisado de un mundo masivo, una escena selecta de una dimensión llena de misterios que nunca podremos ni queremos comprender por entero. Es, si perdonan una metáfora más, como mirar por una cerradura, y aun así sentirnos satisfechos por lo poco que distinguimos a través del agujero.
Camino al Elíseo
Convergencia del horror con la soledad, un fin del mundo que persiste pero no termina de inmolarse, lutos y pérdidas con frases geniales, inminencia de que estamos a punto de recibir un susto, sensualidad y súbitos momentos de vulnerabilidad a manos llenas: eso es De un mundo raro. Y todo es comandado por un ritmo sosegado que aún así no da pausa para respirar.
“Después, cuando tuvimos sosiego, me dijo lleno de arrepentimiento Devas akcepti. Entonces, con su lengua extraña me contó una historia, señalando al cielo. Me explicó que cuando dos se encuentran y coinciden, se crean universos. Se arman mundos en espacios que desconocemos y cuando se corrompen es que esos dos dejan de quererse. Hay tantos mundos como parejas. Todos esos astros que vemos iluminados allá arriba son cuerpos de diferente forma e intensidad, con ritmo, refulgiendo. De la fricción de sus sexos nace la luz.”
“Una Orfeo decidida, delirante”, así la llama Giovanna Rivero en el prólogo, y estoy de acuerdo. Agradezco tanto a la autora por haberme compartido su libro.

Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996) es graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas digitales Carruaje de Pájaros, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee esta columna a sus cuatro gatos. Creció al lado de un árbol de jacarandá y todas las noches sueña con música, pero nunca puede transcribirla.