[Texto resultado del Taller Escritura de Cuento para Principiantes: noviembre 2021]
Aquella noche, entre las solitarias calles de una colonia más de la ciudad, un pequeño grupo de gatos deambulaba. Dueños de los callejones en su andar, caminaban deteniéndose por instantes enfrente de alguna casa para mirar con curiosidad a través de las ventanas. Con delicadeza subían por las cornisas brincando sobre los techos, pasaban casi imperceptibles por cada rincón en búsqueda de algo, como si fuera para ellos una cacería más en la madrugada. Aquellos gatos deambulaban cual si fueran fantasmas que se perdían en la oscuridad de la noche.
Aquel día Horacio se había levantado temprano para su cita en el hospital. Llegó más temprano de lo común para su tratamiento, no porque quería terminar pronto con aquel proceso médico, sino porque sentía una gran incertidumbre por saber si su amigo llegaría. Miró el asiento contiguo y volteó a ver la sala casi vacía. No le importaba si los otros pacientes llegarían, solo le importaba la llegada de su amigo: intentó contactarlo en la mañana, pero aquel número telefónico seguía sin responder. Se hallaba somnoliento, la noche anterior no durmió en lo absoluto debido a aquel inusual visitante que tuvo.
Esa noche el joven Horacio contemplaba en el espejo su cara deplorable con escasos destellos de vida y sin rastro de algún cabello en su cabeza. Las quimioterapias habían causado muchos estragos en él: poco quedaba ya de aquel joven gallardo y simpático. Pensó durante unos minutos cómo poco a poco las sesiones para atacar su mal iban acabando también con su cuerpo. Respiró profundo recordando aquellos días en los que un gran fuego ardía en su pecho, pero después del diagnóstico poco a poco comenzó a extinguirse.
Regresó a su cuarto arrastrando los pies mientras escuchaba las gotas incesantes caer de la llave del lavabo, reparación pendiente de hacer por su padre. Antes de acostarse de nuevo en su cama miró por un momento a la luna a través de la ventana en aquella noche de agosto. La observó sublime entre las escasas nubes y deseó con toda su alma regresar a verla la noche siguiente, después de su última quimioterapia; fijó su mirada en la solitaria calle que era iluminada por la escasa luz de las lámparas de los postes y notó un grupo de gatos caminando entre las penumbras a escasos metros de su casa.
Su atención se centró rápidamente en un gato negro que dirigía su mirada hacia él caminando entre aquella marcha felina pero no le tomó importancia. Desde pequeño a Horacio no le han agradado los gatos a partir de aquella vez cuando a sus seis años su mascota, un pequeño gato pardo, lo había rasguñado en todo su cuerpo por pisar su cola sin querer. Horacio no les tomó más importancia a esos gatos callejeros recorriendo la calle como si fueran dueños de los suburbios. Regresó a su cama pensando en las cosas pendientes que tenía por hacer cuando su enfermedad estuviera curada, eso lo mantenía con la esperanza necesaria para sobrellevar aquel tratamiento.
Horacio conciliaba el sueño preguntándose si el equipo de futbol donde solía jugar seguía en el torneo de la colonia; pensaba si sus amigos de la preparatoria recordarían su sesión e irían a verlo en la tarde para contarle los por menores sucedidos en la escuela y trataba de evocar todos los viejos recuerdos que hasta ese entonces tenía con sus padres; pero, antes de sumergirse aún más en sus pensamientos, escuchó un golpeteo en la ventana. Era el gato negro, el mismo de la marcha felina, intentando entrar en su cuarto. Horacio intentó ahuyentarlo, pero aquel visitante permanecía inmóvil haciendo unos maullidos tan desconsoladores que parecían a suplicas desesperadas por entrar donde Horacio estaba.
Aquel joven, harto de los maullidos incesantes y de los rasguños de aquel animal, lanzó lo primero que tenía cerca de sus manos. Su reloj despertador se estrelló contra el cristal haciendo un hueco por donde el gato entró tan veloz como pudo y en segundos subió a la cama. Horacio tardó tiempo en reaccionar, había roto la ventana; el gato entró muy rápido y se acurrucó junto a él. Le aventó sus almohadas, pero el gato, tan hábil como un gimnasta profesional, esquivó cada uno de los proyectiles dirigidos hacia él. Horacio se levantó de la cama: aquel animal le resultaba repulsivo y en su condición pensaba que podría contagiarle alguna enfermedad.
—¡Lárgate de aquí, gato estúpido! —le gritó Horacio mientras encendía la luz. Se preguntaba por qué sus papás no habían despertado por el ruido de la ventana, pero antes de gritar por auxilio observó algo familiar en aquel gato, la mirada del felino le resultaba muy peculiar. Esa mirada le hizo recordar al señor quién solía coincidir con él en las quimioterapias.
Horacio recordó por un momento. Durante una de las primeras sesiones de quimioterapia sintió mucho miedo; sus manos no dejaban de temblar y escuchó una voz: “Tranquilízate, muchacho, creo que a todos nos pasó eso la primera vez. Yo no dejé de temblar el primer día. Mejor piensa qué harás después de esto. Yo quiero llevarme a mis cinco gatos a la playa: si hay personas que llevan a sus perros, por qué yo no podría llevarme a mis gatos.” Fueron las primeras palabras mencionadas por aquel señor y, sin más, en todas las sesiones no paró de hablar con Horacio, quizás porque, aparte de sus gatos, necesitaba de alguna persona con la cual conversar.
Resultaba algo raro para Horacio. Aquel gato le recordaba tanto a aquel señor cuyo nombre trataba de recordar, pero ninguno se le venía a la mente, solo recordó haber guardado el número de su celular como “señor platicador”. Durante las quimioterapias aquel señor no dejaba de conversar sobre su vida, sus hazañas hechas en sus años de juventud, su matrimonio fallido y cómo su ex esposa lo abandonó por un taxista, dejándolo con cinco gatos en casa: Cucho, Salem, Esmeralda, Doroteo y Nati. A pesar de la enfermedad de su dueño, lo recibían con ansias en casa para acurrucarse junto a él y ronronearle; mientras tanto, el señor escuchaba en su viejo estéreo sus canciones preferidas con sus manos acariciando el fino pelaje de sus mascotas.
Aquel gato negro no le quitaba la mirada a Horacio quien trataba de indagar más en aquellos ojos verdes que lo seguían a cualquier lugar donde se moviera. El felino permanecía sentado ronroneando y moviendo su peluda cola, en ocasiones cerraba sus ojos de forma pausada como dando a entender que todo estaría bien. Horacio se preguntaba si de alguna forma ese gato era alguna de las mascotas del señor, pero no podía ser posible, aquel señor vivía al otro lado de la ciudad y concluyó: era un gato callejero que entró para resguardarse del frio. Buscando una explicación se percató que ese animal parecía analizar cada rasgo de su persona como tomando una fotografía con su mirada gatuna, entonces sintió una gran inquietud en su pecho ¿Y si le sucedió algo a ese señor? ¿Y si tuvo una recaída? ¿y si está tirado en el suelo sin nadie que lo ayude? Horacio tomó su celular y buscó entre sus contactos y llamó, era la primera vez marcando a ese número, pero nadie contestó. Intento de nuevo, fue en vano.
Horacio permanecía inquieto por saber si el señor se encontraba con bien: se dio cuenta que aquel felino seguía mirándolo. Esos ojos le resultaban asfixiantes, estaban llenos de vida, le parecía algo irónico ya que él requería un sorbo de vida como los que se veían en aquel gato. Tomó el teléfono otra vez para comunicarse con el señor, pero nadie respondió.
Aquel joven deambulaba de un lado a otro con el celular en su mano esperando a que respondieran a su llamada; fue en vano. Alzó la vista solo para mirar a los demás gatos afuera en la cornisa de su habitación. Estaban sentados inmóviles con sus ojos emanando los destellos de colores rojizos por la luz que reflejaban, parecían esperar a que algo sucediera dentro porque ninguno de ellos se atrevió a meterse por la ventana rota. Horacio miró al gato negro sobre su cama, quien nunca dejó de mirarlo con una fina curiosidad; el joven comenzaba a sentir una gran incertidumbre en su interior. Para Horacio aquel sentimiento de incertidumbre era desconocido, no sabía con exactitud si era por el señor de los gatos o por su propio destino ante tal enfermedad.
En su desesperación por lo desconocido, se acercó al gato sintiéndose un poco tonto al preguntarle: —¿Le sucedió algo al señor? — El felino solo cerró los ojos como diciéndole: No te preocupes todo está bien. Tú estarás bien.
Entre sus ronroneos el gato se acercó a Horacio y se frotó tiernamente en sus pies. Horacio, en un gesto fuera de su repulsión, acarició la cabeza del gato diciéndole: —Confiaré en que todo estará bien. —Observó al gato quien le dirigió una última mirada antes de irse por la ventana rota mientras la luna con su brillo plateado inundaba la calle. El gato se escabulló en las penumbras con los demás felinos, quienes, pacientes, esperaron su regreso. Horacio, sin más, se durmió esperando a la mañana para volver a conversar con su amigo, el señor de los gatos.
Horacio entró a su sesión, observó a los demás pacientes. Algunas caras le eran conocidas, otras nuevas que temblaban un poco, pero Horacio recordó las primeras palabras mencionadas por su amigo que estaba ausente. Apretó los puños mientras sentía un fuego encenderse entre aquellas brasas olvidadas dentro de él. Preguntó por el señor platicador, dueño de cinco gatos, una de las enfermeras en un momento de cordialidad hacia a un paciente le contestó:
—Que yo sepa, no ha habido algún señor que sea dueño de cinco gatos en estos meses, mucho menos que se la pase platicando en esta sala donde todos quedan sin ánimos de siquiera conversar.
—Pero él se sentaba a mi lado y conversaba de su vida conmigo —respondió angustiado Horacio mientras la enfermera se iba de la habitación. Horacio era vencido por el sueño y, antes de acabar rendido, escuchó a otra enfermera acercarse de nuevo.
—Hace un par de años un señor mencionó que cuando falleciera visitaría a los pacientes que necesitaran un poco de consuelo como un gato negro que se escabulle en la oscuridad de la noche.
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Pedro Juárez. Licenciado en Educación Primaria egresado del Centro Regional de Educación Normal de Oaxaca. Actualmente es docente del nivel primaria general donde también se ha desempeñado como director comisionado. Entusiasta de las historias que hacen encender fuego en el pecho y torbellinos en la cabeza.